sábado, 19 de noviembre de 2011

Sanación

Sientes la necesidad de hacer algo. Presientes su sufrimiento y esto te conmueve. Entonces te diriges a Dios y le ofreces un cambio: tu vida por la suya. No le estás proponiendo un trueque, porque lo has hecho sin pensarlo, sin cálculos. Sino un sacrificio, como aquellos ceremoniales y antiguos que ya no suelen hacerse, en el que Abraham e Isaac se funden ahora  en una sola persona. Te acuerdas de cuando la acariciabas, imponiéndole tus manos sanadoras. Sabes que toda caricia enamorada tiene un misterioso poder de curación. Que las reglas implacables del juego de la vida, sus cadenas, pueden romperse si se pone el suficiente empeño en ello.

Ahora buscas testigos que confirmen la seriedad de tu propuesta.

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