Todo humano empieza su vida siendo un manojo de esperanzas y la termina siendo una colección de recuerdos. Aunque unas y otros parezcan vivencias de naturaleza muy distinta, no lo son tanto. Hasta me atrevería a afirmar que esperanzas y recuerdos están hechos de los mismos materiales. Las esperanzas son la voluntad proyectada hacia el futuro, los recuerdos esa misma voluntad proyectada hacia el pasado. ¿La voluntad? El deseo de vivir algo, de llegar a vivirlo en la esperanza, de haberlo vivido en el recuerdo. En cuanto al realizarse de la vida de cualquier individuo humano, consiste fundamentalmente en ese irse transformando de las esperanzas en recuerdos.
Por todo ello, un valor humano fundamental es el de saber enlazar tus esperanzas con tus recuerdos. En lo afectivo, este imperativo categórico podría resumirse en un mandato muy corto: <<sé capaz de convertir un “siempre te querré” en un “nunca te olvidaré”>>. En lo moral, el mandato es igual de sencillo: << no te permitas otras aspiraciones que aquellas de cuya consecución nunca tengas que avergonzarte ante ti mismo >>. Una buena guía para la acción, sin duda.
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