sábado, 26 de noviembre de 2011

Una mujer

Ha venido desde muy lejos y tiene que irse ya. Antes de hacerlo, ha comprado un paquete de detergente español, que dedicará estrictamente a lavar sus sábanas, “no hay nada allí que les de ese olor que me gusta”, dice. También se lleva unas cuantas latas de cerveza de aquí, que se irá bebiendo poco a poco, en ocasiones especiales, porque con su sabor le traen esos recuerdos de cuando era niña que la ayudan a seguir viviendo.

Una mujer. ¡Tan distintas todas ellas a los hombres! El mundo sería inconcebible sin la sensibilidad femenina, esa que los varones nunca llegaremos a comprender del todo y que nos pasa, en su mayor parte, desapercibida. Hay en las mujeres, en la mujer, algo que los hombres jamás dejaremos de buscar y añorar. Anillos en esos dedos finos, cada uno de los cuales es una banderola que recuerda un amor, pulseras que son cadenas que las atan a recuerdos felices, trajes, blusas, zapatos, maquillajes… no hay nada en la corteza de una mujer que no tenga un significado especial, único. Y luego, por dentro de esa piel, hay siempre, lo quiera ella o no, un amor de madre, esperando su oportunidad, listo para manifestarse de formas tan distintas como insospechadas, muchas veces muy lejanas del gestar, parir o criar un hijo.

En cada uno de estos seres extraordinarios hay un misterio entrañable e inmanente, único, abrigado por y a la vez envolviendo a, todo lo demás. Al menos así me lo parece a mí.



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