miércoles, 19 de junio de 2013

19 junio 2013.- Balance de un viaje a Chiloé

Cuando el lunes 17 volaba yo de Puerto Montt a Santiago, en mi viaje de vuelta a España, la cordillera se me mostró en todo su esplendor preinvernal. Vi en ella a Chile.  Allí estaban las fuerzas telúricas que explotan de vez en cuando en un gran terremoto, dando a los chilenos esa resistencia al desaliento que tienen como pocos pueblos. También estaba allí esa barrera a todas las plagas venidas de fuera que ha hecho del Valle Central un paraíso agrícola, y esos estratos revueltos por plegamientos gigantescos que han hecho aflorar el Cobre convirtiendo a Chile en una potencia minera. Como estaba esa larguísima configuración geográfica (igual que la distancia que separa Gibraltar de Laponia, escribía Subercaseux) que le ha dado a Chile casi todos los climas, desde el desierto de Atacama a los hielos antárticos, y a los chilenos una visión del mundo más amplia que la de otros pueblos. Chile es, en definitiva, un hijo de la Cordillera, que es su madre, y del Pacífico, su padre. Un punto de encuentro de dos fuerzas inmensas de la Naturaleza. Como resultado, los chilenos son un pueblo con la fortuna de tener y la responsabilidad de  proteger un maravilloso patrimonio natural.
La Cordillera vista desde la latitud de Chillán. El pico en el centro de la foto podría ser Sierra Velluda.

Dentro de Chile, Chiloé es una avanzadilla hacia el océano, un territorio aislado dentro de un país aislado, dotado por ello de una cultura singular que no es sino un tesoro para todos los chilenos y que los chilotes tienen la responsabilidad de conservar.

Mi estancia en Chiloé ha sido corta, escasas tres semanas que han pasado en un instante y a la vez han sido muy largas. He tenido esa vivencia de la naturaleza dual del tiempo que acompaña todos los momentos importantes de mi vida.

He podido cumplir muchas de las expectativas con las que llegué. Ya he hablado en entradas anteriores de este blog de casi todas ellas. También conseguí una foto que refleja algo de la belleza de la Playa de Mar Brava, la cual presento aquí. Y fracasé en algo que me importaba mucho, reencontrar a mis chivos cimarrones. Quizá he querido imaginar que vi sus fecas frescas, pero ahora estoy seguro de que se han ido de dónde vivían, aunque también lo estoy de que no han muerto. Así es la vida, un fluir de encuentros y desencuentros que nunca acaba y que hay que aceptar tal como viene.
Playa de Mar Brava.- En primer plano la Piedra Run, donde dicen que está enterrado un tesoro.


En este viaje he tenido la sensación de que Chiloé está entrando en una etapa de cambios importantes. He percibido en su gente la tensión entre el Chiloé que fue y el que será. Muchos chilotes están inquietos, desconfían de lo que ven venir. Algunos acontecimientos recientes son más que anécdotas. El atropello que supone la construcción del Mall de Castro, en desprecio flagrante de la ley y que de persistir puede acabar con la belleza de la ciudad y convertirla en un caos urbanístico. La manifestación en Quellón por la mala asistencia sanitaria. La vuelta a la carga de los promotores del Parque Eólico en la Playa de Mar Brava. Los pasos dados por el gobierno chileno hacia la faraónica construcción del puente sobre el canal de Chacao.


El cambio es no solo necesario, sino inevitable. Todo fluye, πάντα ρει, que dicen que decía el viejo Heráclito. Pero debe ser un cambio que favorezca a los ciudadanos afectados y que suponga además una consolidación de lo que merece ser permanente, que en el caso de Chiloé es su cultura tan singular, sus mitos, su naturaleza y su indiscutible encanto. Confío en que la sensatez de los chilenos y en particular el coraje y la fe en sí mismos de los chilotes consigan un cambio así. 

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