sábado, 22 de junio de 2013

Vivir es jugar, entre otras cosas.

A mi perro Paco le encanta jugar, a pesar de que dejó atrás hace años sus tiempos de cachorro. Su juguete preferido es una pelota de tenis o squash, y lo que le divierte es que se la tire hacia el fondo del jardín, correr tras ella, atraparla, morderla como si fuera una pieza cazada y traerla a mis pies sin entregármela, retándome juguetón a que se la quite. Así una y otra vez hasta que uno de los dos, él o yo, se cansa.

Esta mañana salí al jardín a leer la prensa del día y allí estaba él. Enseguida me trajo su pelota, provocándome, pero yo estaba en mi lectura y no le hice caso. Tras esperar un poco por si yo me arrancaba, se decidió por fin a jugar solo.

Pero ese juego en solitario tenía que ser 
distinto al que jugaba conmigo, porque el no tiene una anatomía que le permita tirarse la pelota lejos. Tendido sobre la hierba, casi bocarriba, empujaba la pelota con sus patitas y se estiraba para alcanzarla.
Así estuvo un buen rato, ya echado sobre su flanco derecho, ya sobre el izquierdo, haciendo cabriolas y desplazándose sobre el gramón como un guijarro al que mueven de un lado para otro las olas que rompen en la playa. Hasta que se cansó o aburrió y lejos ya de mí, como indicándome que sabía que yo no iba a dejar el periódico, se  sentó en el otro extremo del pequeño jardín, limitándose a tomar el sol y observar a algunas mariposas blancas que volaban por allí buscando pareja.

Pero ¿tiene algo de particular esto tan cotidiano que acabo de describir?

En mi opinión, muchísimo.

Para empezar, la inocente belleza de mi Paco jugando, su candor, su ingenuidad. Intentaré explicarme. Paco tiene unos diez años, que en términos de madurez individual equivalen a los cincuenta ya pasados de un humano. Si con la imaginación invierto los términos y me convierto yo en la mascota de mi dueño Paco, a mí jamás se me habría ocurrido, con cincuenta años, revolcarme por el jardín dando pataditas a la pelota como él lo hizo. 

Pero su capacidad de jugar gratuitamente y disfrutar haciéndolo, ponía de manifiesto que todo aquello de lo que pretendió convencernos Descartes acerca de que los animales son máquinas y los humanos máquinas pensantes no puede ser cierto. Jugar como lo hace mi Paco es disfrutar de la vida, divertirse, y eso no hay ni habrá nunca máquina que sea capaz de hacerlo. Jugar es imaginar, crear un universo particular en el que se juega, anticiparse al futuro intentando adivinar los movimientos del que juega contigo, divertirse que significa descarrilar, salirte de la vía a la que te lleva tu lógica y tu ser razonable, trotar como un potrillo que se siente libre, volar como un canario que ha visto abierta la puerta de su jaula. Liberarse, en definitiva, de ese sentir el paso del tiempo como una responsabilidad que te hace mover el remo de tu vida como un galeote movía el suyo al compás que le marcaba con sus voces el capataz de esclavos.

Los humanos, como animales que también somos, jugamos. Particularmente lo hacen los niños, quizá por eso yo, que no juego casi nunca, creo que la plenitud de la vida individual se alcanza cuando se tienen unos cinco años, no más, porque a partir de los quince los humanos ya estamos uncidos al pesado yugo de la perpetuación de la especie.

Hago un esfuerzo por revivir mi infancia y me doy cuenta de que la vida interior de un niño es inmensa, como lo es su capacidad de percibir la belleza del mundo, y la fealdad y el terror que son su inseparable negación, y los colores y los sonidos, ya melodiosos o ululantes, que lo llenan todo. La vida de un niño es un juego, una aventura permanente por un territorio desconocido lleno de toda clase de sorpresas. La relación que mis nietos pueden concebir con un abuelo como yo es y solamente puede ser a través del juego.

Porque, en definitiva, jugar es, si no lo más serio, sí lo más importante que se puede hacer en la vida y con la vida de uno mismo.  Diablos, esta afirmación me escandaliza. Y sin embargo, puede que sea cierta. Lástima no haber pensado antes en todo esto. 




1 comentario:

Mercedes Conde dijo...

pues si...vida no hay mas que una...que mejor que pasarla divirtiendose, con responsabilidad, pero sin olvidarse de disfrutar cada momento, saboreandola y viviendola con un espiritu mas ligero..
dale un pellizquito en la croquetita a mi paco...
besos