sábado, 8 de junio de 2013

En el bosque nativo de Chiloé

Ayer pude cumplir uno de los objetivos de mi corta estancia en Chiloé. Me adentré con Francisco Altamirano en un pedazo de bosque nativo chilote del que es propietario con sus hermanos y que está muy cerca de Duhatao.

Distintas imágenes de grandes árboles en el bosque nativo
 que visité
El bosque nativo no nos maravilla porque sus árboles sean extraordinariamente grandes, que lo son. Sino porque es tan viejo que ha podido alcanzar su clímax, es decir, su equilibrio ecológico. Los árboles no son inmortales. La competencia entre los que forman el bosque para alcanzar la luz es implacable. Todos crecen sin parar para dominar a los demás, hasta que se alejan tanto sus copas de sus raíces que cada vez les cuesta más intercambiar nutrientes. El viejo y gigantesco árbol ha alcanzado su ancianidad y se  va debilitando para terminar muriendo por alguna de entre varias causas posibles: toda la flora de enredaderas parásitas y plantas epifitas, tales los bellísimos Poes, que pueblan su tronco como si éste fuera una gran ciudad, termina pudiendo más que él y lo ahoga; o sus un día potentes raíces se consumen de viejas hasta un punto en que cualquier golpe de viento fuerte arranca y vuelca un tronco que, todavía formidable, ha perdido sus anclajes; o un sinfín de causas más. El caso es que el paisaje interior de un bosque nativo se asemeja al de una gran batalla: grandes troncos muertos obstaculizan el paso, derribados en el suelo donde están sirviendo de alimento a muchos otros organismos, desde bacterias y hongos celulolíticos hasta hormigas como los chalilos y otras criaturas; arbolitos jóvenes de todos los tamaños inician su ciclo de vida, y una sucesión de árboles cada vez más grandes y altos, ulmos, canelos, tepas, lumas, arrayanes, suben y suben hacia la luz; de vez en cuando te topas con un verdadero gigante y te impresiona su imponente majestad, su tronco es una enciclopedia botánica, poblado como está de numerosas especies, parásitas o no, que lo aprovechan para ascender también, reptando sobre él, hacia la luz, siempre la luz gobernando los destinos de ese bosque que sin embargo está lleno de oscuridades.

Un ulmo gigantesco, con la imagen de
Francisco Altamirano para comparar
tamaños. La flecha amarilla marca el 
diámetro del árbol, estimado en 1,60 ms
por comparación con los 1,80 ms de
Francisco. A este diámetro le corres-
pondería una circunferencia de
5 metros.
En un verdadero bosque nativo, es decir, uno que no ha sido tocado nunca por los humanos y que por eso ha tenido tiempo de llegar a ser un ecosistema en equilibrio, el sotobosque no es demasiado denso y permite el paso, lo que raramente sucede en un renoval. Tienes que ayudarte con el machete y seguir un curso zigzagueante para ir orillando los obstáculos de grandes árboles caídos, quilales espesos que aunque no son abundantes existen también en estos bosques e impiden absolutamente el paso, algún que otro grupo de arbustos jóvenes tan tupido que tampoco te deja pasar, etc. El caso es que si no tienes experiencia de bosque y si tampoco llevas una brújula que te guíe (el GPS no sirve en el bosque), te desorientas y te pierdes muy pronto, de modo que ya no sabes ni puedes salir de allí. Es como si el mar te hubiese tragado, porque el gran bosque nativo es eso, un mar de leña, verdes y sombras. Mucha gente en Chiloé ha desaparecido en los bosques para siempre. Quizá por eso la cultura de Chiloé reverencia y teme a los bosques como reverencia al mar. Quizá también por eso el Trauco, independientemente de otras consideraciones espirituales, ha sido utilizado por los padres para asustar a los niños de modo que no penetren en un bosque donde podrían perderse para siempre.

Tallos de Quilineja tapizando el tronco de
un árbol. Entrelazándose unos con otros de
modo natural a medida que crecen, llegan 
a formar una especie de tejido basto.
Por cierto que me tropecé con un árbol cuyo tronco estaba cubierto por un tapiz de la famosa Quilineja, esa planta trepadora de cuyos tallos dicen que se viste el Trauco. Presento aquí una foto con su aspecto, como una especie de tejido muy basto hecho de fibras verticales, pues los numerosos tallos independientes de Quilineja crecen entrelazándose unos con otros. Viéndola puede uno imaginarse al Trauco vestido con ella. Más todavía, puede uno comprender como determinados árboles de tamaño pequeño y formas retorcidas, revestidos de Quilineja, pueden haber sido confundidos con una suerte de humanoide que asuste tanto como si fuera un Trauco de verdad. Los bosques, es decir, sus troncos y sus ramas retorcidos en busca de la luz, son antropomórficos; con un poco de imaginación, incluso sin ella, puedes ver multitud de formas que para tu sorpresa te parecen humanas y que por eso, al tropezarte con ellas en aquella inmensa soledad, te asustan.

Eso es todo. La contemplación de un bosque nativo es una experiencia maravillosa que a nadie que ame Chiloé debería faltarle. 

En la educación de los niños, no solo de Chiloé sino del mundo entero, deberían incluirse como obligados tres componentes esenciales: conocer el mar en su inmensidad, conocer el cielo estrellado sin luces artificiales que lo oscurezcan y conocer el bosque nativo, o para los niños de las zonas áridas el desierto. Es decir, conocer la naturaleza intocada por el hombre. Sin este conocimiento directo y vivido, jamás seremos capaces de respetarla lo que, además de amenazarla a ella, compromete nuestro propio futuro.


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