Ayer pude cumplir uno de los
objetivos de mi corta estancia en Chiloé. Me adentré con Francisco Altamirano
en un pedazo de bosque nativo chilote del que es propietario con sus hermanos y
que está muy cerca de Duhatao.
Distintas imágenes de grandes árboles en el bosque nativo
que visité |
El bosque nativo no nos maravilla
porque sus árboles sean extraordinariamente grandes,
que lo son. Sino porque es tan viejo que ha podido alcanzar su
clímax, es decir, su equilibrio ecológico. Los árboles no son inmortales. La
competencia entre los que forman el bosque para alcanzar la luz es implacable.
Todos crecen sin parar para dominar a los demás, hasta que se alejan tanto sus
copas de sus raíces que cada vez les cuesta más intercambiar nutrientes. El
viejo y gigantesco árbol ha alcanzado su ancianidad y se va debilitando para terminar muriendo por
alguna de entre varias causas posibles: toda la flora de enredaderas parásitas
y plantas epifitas, tales los bellísimos Poes, que pueblan su tronco como si
éste fuera una gran ciudad, termina pudiendo más que él y lo ahoga; o sus un
día potentes raíces se consumen de viejas hasta un punto en que cualquier golpe
de viento fuerte arranca y vuelca un tronco que, todavía formidable, ha perdido
sus anclajes; o un sinfín de causas más. El caso es que el paisaje interior de
un bosque nativo se asemeja al de una gran batalla: grandes troncos muertos obstaculizan el paso, derribados en el suelo donde están sirviendo de alimento
a muchos otros organismos, desde bacterias y hongos celulolíticos hasta
hormigas como los chalilos y otras criaturas; arbolitos jóvenes de todos los
tamaños inician su ciclo de vida, y una sucesión de árboles cada vez más
grandes y altos, ulmos, canelos, tepas, lumas, arrayanes, suben y suben hacia
la luz; de vez en cuando te topas con un verdadero gigante y te impresiona su
imponente majestad, su tronco es una enciclopedia botánica, poblado como está de
numerosas especies, parásitas o no, que lo aprovechan para ascender también,
reptando sobre él, hacia la luz, siempre la luz gobernando los destinos de ese
bosque que sin embargo está lleno de oscuridades.
En un verdadero bosque nativo, es
decir, uno que no ha sido tocado nunca por los humanos y que por eso ha tenido tiempo de llegar
a ser un ecosistema en equilibrio, el sotobosque no es demasiado denso y permite
el paso, lo que raramente sucede en un renoval. Tienes que ayudarte con el
machete y seguir un curso zigzagueante para ir orillando los obstáculos de
grandes árboles caídos, quilales espesos que aunque no son abundantes existen
también en estos bosques e impiden absolutamente el paso, algún que otro grupo
de arbustos jóvenes tan tupido que tampoco te deja pasar, etc. El caso es que
si no tienes experiencia de bosque y si tampoco llevas una
brújula que te guíe (el GPS no sirve en el bosque), te desorientas y te pierdes muy pronto, de modo que ya no
sabes ni puedes salir de allí. Es como si el mar te hubiese tragado, porque el
gran bosque nativo es eso, un mar de leña, verdes y sombras. Mucha gente en
Chiloé ha desaparecido en los bosques para siempre. Quizá por eso la cultura de
Chiloé reverencia y teme a los bosques como reverencia al mar. Quizá también
por eso el Trauco, independientemente de otras consideraciones espirituales, ha
sido utilizado por los padres para asustar a los niños de modo que no penetren
en un bosque donde podrían perderse para siempre.
Tallos de Quilineja tapizando el tronco de
un árbol. Entrelazándose unos con otros de
modo natural a medida que crecen, llegan
a formar una especie de tejido basto.
|
Por cierto que me tropecé con un
árbol cuyo tronco estaba cubierto por un tapiz de la famosa Quilineja, esa
planta trepadora de cuyos tallos dicen que se viste el Trauco. Presento aquí
una foto con su aspecto, como una especie de tejido muy basto hecho de fibras
verticales, pues los numerosos tallos independientes de Quilineja crecen entrelazándose unos con otros. Viéndola puede uno imaginarse al Trauco vestido con ella. Más
todavía, puede uno comprender como determinados árboles de tamaño pequeño y
formas retorcidas, revestidos de Quilineja, pueden haber sido confundidos con
una suerte de humanoide que asuste tanto como si fuera un Trauco de verdad. Los
bosques, es decir, sus troncos y sus ramas retorcidos en busca de la luz, son
antropomórficos; con un poco de imaginación, incluso sin ella, puedes ver
multitud de formas que para tu sorpresa te parecen humanas y que por eso, al
tropezarte con ellas en aquella inmensa soledad, te asustan.
Eso es todo. La contemplación de
un bosque nativo es una experiencia maravillosa que a nadie que ame Chiloé debería faltarle.
En la educación
de los niños, no solo de Chiloé sino del mundo entero, deberían
incluirse como obligados tres componentes esenciales: conocer el mar en su
inmensidad, conocer el cielo estrellado sin luces artificiales que lo
oscurezcan y conocer el bosque nativo, o para los niños de las zonas áridas el
desierto. Es decir, conocer la naturaleza intocada por el hombre. Sin este
conocimiento directo y vivido, jamás seremos capaces de respetarla lo que,
además de amenazarla a ella, compromete nuestro propio futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario