USA versus China |
Una amiga mía que vive en California ha tenido hace poco un
hijo. Ella es profesora, pero quiere criar a su niño con dedicación absoluta a
él, fundidos los dos en una misma, entrañable criatura. Anteayer encontró por
fin un trabajo que podrá realizar desde su casa. Quien la ha contratado ha sido
Google. Su trabajo consiste en corregir el español al que se han traducido páginas web u otros textos que Google le envía por correo electrónico. Más que de corregir en sentido literal, se
trata de enjuiciar la calidad literaria y significativa del español escrito en esas traducciones.
Quizá Google vierta toda la información que ella y otros muchos produzcan en algún poderoso
sistema informático que corrija y mejore las capacidades del traductor automático
inglés/español que Google ofrece en su página. Este tema de las traducciones automáticas de calidad es uno de los que puede cambiar al mundo.
Sea como sea, las reglas de este trabajo son: le ocupará
entre 10 y 30 horas a la semana, lo cobrará a 15 US$/hora, podrá realizarlo
cuando le venga en gana a lo largo de la semana, en laborables o festivos, de día
o de noche, y la garantía de continuidad se la dará la calidad de los
resultados que ella produzca y, en definitiva, la libre voluntad de Google.
¿No es esto un mundo nuevo? Esta joven madre profesora podrá
ganar más que un mileurista español (es decir, que la inmensa mayoría de los
jóvenes españoles) haciendo un trabajo compatible con la intensa dedicación a
su bebé, mediante una relación directa, individualizada, entre ella y Google. No
hay ni contratos, ni sindicatos, ni trabajo fijo para siempre, pero sí hay
una solución eficaz para que una persona en su situación pueda trabajar y
ganarse la vida.
Nos quejamos de los chinos, a los que vemos como una amenaza
para nuestro mundo laboral dada la competitividad que sacan de sus bajos
salarios. Pero estos chinos, que hasta hace nada eran pobres como ratas, están
saliendo gracias a esta competitividad de su miseria secular. ¿No os dais
cuenta de que ya apenas se habla del Tercer Mundo? Chinos, indios, otros asiáticos del Extremo
Oriente, brasileños, muchos más, son llamados ahora Países Emergentes, porque
salen a gran velocidad de la pobreza y empiezan a constituir poderosas clases
medias, el único entorno éste en el que se haya demostrado que es posible la
democracia. Como Tercer Mundo en sentido estricto ya solo nos queda África, ese
maravilloso continente de gente maravillosa que no se merece la mala suerte
histórica (es decir, la explotación inmisericorde) que ha venido padeciendo.
Pero ya se la llama por su nombre, África a secas, que la identifica con la
pobreza remanente en el mundo.
Nuestra verdadera amenaza está en sociedades avanzadas
como ésta de California y Google que pongo aquí por ejemplo. Son sociedades
basadas en el Conocimiento, que no tienen nada que temer a los chinos. ¿Por
qué son una amenaza para nosotros los españoles? Porque nos están dejando
miserablemente atrás, en otra galaxia. Nosotros seguimos con nuestros
paleosindicatos megapoderosos que no tienen que rendir cuentas a nadie; con nuestros
políticos más o menos corruptos, que han convertido la política en una
profesión chimenea, en la que se entra casi de niño encuadrado para siempre en
un partido, como los antiguos botones de los bancos que terminaban en banqueros,
y de la que se sale hecho ya un viejo que no ha llegado a entender nada de la
verdadera realidad social; con nuestra mentalidad de pagar los menos impuestos
posibles a un Estado al que, no sin cierta razón, consideramos ladrón; con nuestros
jóvenes indignados que a pesar del vacío con que los hemos rodeado quisieran
para ellos ese mundo nuestro que los ha condenado; con nuestros sectarismos,
nuestros chauvinismos, nuestros nepotismos, nuestra convicción, propia de un
avestruz que ha enterrado la cabeza en el suelo, de que estamos en el centro
del mundo. Cuando el riesgo es que, aplastados entre chinos y americanos,
llegue un momento en que, además de no ser necesarios, tampoco se nos eche de
menos.
Tenemos que reaccionar. No sé cómo, pero está claro que lo
que necesitamos es una conmoción violenta, una revolución. No hablo de
violencia física, sino moral. No podrá ser como las revoluciones que ya han
tenido lugar. Lo que caracteriza a una revolución, en contraposición a una
rebelión, es que se trata de un acontecimiento absolutamente nuevo en la
historia, sin precedentes.
Una revolución implica inevitablemente echarse a andar a
ciegas, para lo que se necesita ante todo valor, e inmediatamente después
generosidad.
¿Los tenemos?
Pues si no acabamos de tenerlos, habrá que irlos buscando.
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