viernes, 21 de junio de 2013

Una taxista madrileña me ilumina acerca del futuro de Chiloé.

Los taxistas de las grandes ciudades no son gente corriente. No se limitan a saber conducir un automóvil y conocer el callejero de una ciudad. La relación que mantienen con sus clientes es parecida a la del psicoanalista. Éste, con su paciente tendido en el famoso sofá freudiano, lo incita a desnudar su psique mirando al techo mientras que él  toma notas y hace preguntas. El taxista conduce y maldice al tráfico agobiante que lo rodea, pero a la vez escucha lo que su cliente le comenta/confiesa. Y emite sus propias opiniones. Muchos usuarios salen del taxi, en contraposición a lo que podía esperarse de un recorrido trepidante a través de unas calles llenas de conductores enfurecidos que parecen haber perdido la razón, mucho más relajados de lo que entraron. De  este modo algunos taxistas llegan a convertirse en verdaderos conocedores del alma humana, y viajar con ellos es como asistir a una clase en la universidad de la vida.

Por todo esto a mí me gustan los taxis. Llego a una ciudad nueva y para intentar conocerla mejor me meto en un taxi y sonsaco todo lo que puedo al taxista. Y cuando viajo de Santiago a Sevilla, en Madrid dejo definitivamente el avión, con trece horas de vuelo tengo suficiente, y cojo un taxi  que me lleva a la estación de Atocha donde tomo el tren de alta velocidad hasta Sevilla, que en sus 400 kilómetros de recorrido a través de pardas estepas quijotescas y grises olivares andaluces me reconcilia de nuevo con la piel de España.

Toda esta larga introducción es para llegar a que el martes 18 de junio de 2013, recién llegado a Madrid, estaba yo dentro de un taxi charlando con una taxista madrileña cincuentona y amable, parlanchina y filósofa, que a la vez que me llevaba de Barajas a Atocha me iba poniendo al corriente de la situación económica y social de España.  Demostraba tener un conocimiento bien digerido de esta realidad. De pronto dijo algo que me iluminó respecto a lo que es Chiloé: "La maldita crisis está acabando con muchas cosas, ¿sabe usted?", me hablaba a la vez que no dejaba de mirarme, a ráfagas, por el retrovisor, "mucha gente que es vieja o siendo joven ha desistido de encontrar trabajo, está volviendo a sus pueblos de origen. En un pueblo no hace falta tanto dinero  para sobrevivir como en Madrid, mucho de lo que necesitas te lo da el campo, unas papas, o la leche, o los huevos. Y además tus vecinos están siempre disuestos a ayudarte, lo mismo que tú a ellos. Porque, ¿sabe usted?, en una gran ciudad como Madrid él dinero te tiene presa, sin dinero no eres nada, te mueres de asco".

¡Exactamente! En ese momento sentí la lluvia fina y liberadora de la revelación cayendo sobre mí. ¡Exactamente!, ese es uno de los secretos de Chiloé, quizá el mayor de todos. La base social de Chiloé, quiero decir, la mayoría de su población, está constituida por el campesino que es a la vez agricultor, ganadero, leñador, carpintero, mariscador, marinero y buzo. Tiene una pequeña propiedad, poco más de diez o doce hectáreas, y unos vecinos de toda la vida muchos de los cuales son sus parientes y amigos, que practican unos con otros la solidaridad y el trueque. Este tejido social es tan fuerte, tan indestructible, como pueda serlo el espinillo que infecta los caminos chilotes, y lo es sobre todo porque, como en el espinillo, sus raíces son profundas, llegan a todos los rincones donde puede haber algo útil para la subsistencia.

Esta ha sido la fuerza de Chiloé a lo largo de su historia y lo sigue siendo. Por esto la economía de Chiloé es autosostenible. Una autosostenibilidad que tiene una contrapartida: la falta crónica de plata, de papel moneda, de capacidad de crédito y por lo tanto de compra en un mercado consumista.

La cultura de Chiloé es una cultura campesina en el sentido más auténtico de este término. Ahora recomendaría a aquellos de mis lectores que estén interesados en la reflexión estratégica sobre Chiloé la lectura del apartado (2), "Tradición y progreso en las islas Chauques", de mi segunda entrada sobre el Parque Eólico de Mar Brava. Los isleños de las Chauques abandonaron su cultura campesina tradicional y se echaron en los brazos de la industria salmonera, para encontrarse sin trabajo ni plata cuando a ésta le llegó la crisis. Lo que querrían los chauquinos, al igual que la mayoría de la base campesina de Chiloé, es mantener sus modos de vida pero teniendo más capacidad de compra, más liquidez. Este es posiblemente el único camino por el que la cultura de Chiloé, con todos sus valores y su belleza, podrá sobrevivir. ¿Cómo dar con él? Ese es el problema.


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