Ayer, en mi penúltimo día aquí, intentaba dejarlo todo
recogido. Entre otras cosas terminaba de lavar toda mi ropa chilota, que se
quedará esperándome. Esto produjo una crisis de existencias, de modo que me
acosté sin mis imprescindibles calcetines de lana, exorcistas del terror de las
madrugadas. “Por una noche qué va a pasar”, pensé. Pues pasó.
Nada más dormirme llegó la primera pesadilla. Yo estaba en
mi cabaña, alguien me acompañaba pero en segundo plano, una figura incógnita.
Llamaban a la puerta, que yo abría y aparecían dos tipos mal encarados, con
aspecto inconfundiblemente caucásico, europeo, hasta ario. Empezaban a decirme
atropelladamente que habían sido víctimas de un asalto y solicitaban mi ayuda, pero
algo indicaba claramente que mentían. Vi que llevaban pesados revólveres al
cinto. Mi acompañante incógnito, que quizá fuera mi propia conciencia, me
susurraba entonces en voz baja. “Quieren robarnos, y cuando nos roben, para
evitar que los delatemos, nos van a matar”. Tuve enseguida la convicción de que
en efecto iba a ser así. Y verme cordero destinado al sacrificio inmediato me
aterrorizó.
Me desperté sobresaltado, pero enseguida me di cuenta de que
mi único problema era la falta de calcetines de lana. Así que me eché a dormir
otra vez. “Un poco de paciencia”, me dije.
Pronto llegó la segunda pesadilla. Me veía hablando
con mi mujer en una llamada telefónica intercontinental.
Yo intentaba contarle atropelladamente un sinfín de cosas, como suele suceder
en estos casos, porque el minuto de conexión es muy caro. Entonces ella me
decía: “Por favor, deja de hablar ya, y no vuelvas a llamarme. ¿Es que no te
das cuenta de que has muerto hace ya una semana?” ¡Diablos!, en ese momento
recordé que sí, que había muerto no sé de qué hacía pocos días. Y el verme en
ese empecinamiento de querer actuar como si estuviera vivo, estando muerto, me
aterrorizaba, pero sobre todo me entristecía.
Así que ya no aguanté más. Me levanté, fui al armario y me
enfundé un par de calcetines de lana recién lavados y secos. Dormí como un bendito
hasta hace una escasa media hora, en que, como siempre a las seis de la mañana,
me he puesto en marcha.
¡Lo onírico al poder, todo sea por el arte!
Stephen King |
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