domingo, 16 de junio de 2013

Imposible dormir sin calcetines de lana

Ayer, en mi penúltimo día aquí, intentaba dejarlo todo recogido. Entre otras cosas terminaba de lavar toda mi ropa chilota, que se quedará esperándome. Esto produjo una crisis de existencias, de modo que me acosté sin mis imprescindibles calcetines de lana, exorcistas del terror de las madrugadas. “Por una noche qué va a pasar”, pensé. Pues pasó.

Nada más dormirme llegó la primera pesadilla. Yo estaba en mi cabaña, alguien me acompañaba pero en segundo plano, una figura incógnita. Llamaban a la puerta, que yo abría y aparecían dos tipos mal encarados, con aspecto inconfundiblemente caucásico, europeo, hasta ario. Empezaban a decirme atropelladamente que habían sido víctimas de un asalto y solicitaban mi ayuda, pero algo indicaba claramente que mentían. Vi que llevaban pesados revólveres al cinto. Mi acompañante incógnito, que quizá fuera mi propia conciencia, me susurraba entonces en voz baja. “Quieren robarnos, y cuando nos roben, para evitar que los delatemos, nos van a matar”. Tuve enseguida la convicción de que en efecto iba a ser así. Y verme cordero destinado al sacrificio inmediato me aterrorizó.

Me desperté sobresaltado, pero enseguida me di cuenta de que mi único problema era la falta de calcetines de lana. Así que me eché a dormir otra vez. “Un poco de paciencia”, me dije.

Pronto llegó la segunda pesadilla. Me veía hablando con mi mujer en una llamada telefónica  intercontinental. Yo intentaba contarle atropelladamente un sinfín de cosas, como suele suceder en estos casos, porque el minuto de conexión es muy caro. Entonces ella me decía: “Por favor, deja de hablar ya, y no vuelvas a llamarme. ¿Es que no te das cuenta de que has muerto hace ya una semana?” ¡Diablos!, en ese momento recordé que sí, que había muerto no sé de qué hacía pocos días. Y el verme en ese empecinamiento de querer actuar como si estuviera vivo, estando muerto, me aterrorizaba, pero sobre todo me entristecía.

Así que ya no aguanté más. Me levanté, fui al armario y me enfundé un par de calcetines de lana recién lavados y secos. Dormí como un bendito hasta hace una escasa media hora, en que, como siempre a las seis de la mañana, me he puesto en marcha.

Ahora creo conocer el secreto de Stephen King, el escritor de novelas de terror más prolífico que haya existido. Mi hipótesis es que duerme con los pies desnudos, incluso fuera de las sábanas, ésta es su principal fuente de inspiración.

 ¡Lo onírico al poder, todo sea por el arte!

Stephen King

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