jueves, 10 de marzo de 2011

Soros contra Soros


¿Quién no ha oído hablar alguna vez de George Soros? Él fue quien puso de rodillas, el miércoles negro, 16 de Septiembre de 1992, nada menos que al Banco de Inglaterra. Especulando contra la cotización de la Libra Esterlina que el Banco se empeñaba en mantener, Soros le ganó el pulso y se embolsó como consecuencia más de mil millones de libras. Una cifra mareante, que sitúa a Soros en ese ámbito extraño, muy por encima del común de los mortales, en el que estaban los semidioses griegos.

George Soros en junio 2010
Soros representa a una nueva clase de triunfadores, los que han basado su éxito en la especulación financiera. Desde que existe el dinero siempre los hubo, pero ahora, en un mundo en el que la liberalización de los mercados financieros y la revolución en las comunicaciones han roto todos los controles y desbordado todas las represas, estos nuevos especuladores han proliferado extraordinariamente. Se parecen a otros héroes de nuestro tiempo, los de muchas películas de acción, comics o novelas: se trata de personajes que no tienen muchos escrúpulos, porque de tenerlos llegarían tarde a todas las oportunidades. Pero que tampoco son mala gente; viven sencillamente, concentrados en sus ambiciones, en un mundo que le ha perdido la pista a los antiguos valores y no ha sido capaz todavía de encontrar otros nuevos. No es de ellos la culpa.

Este mundo desorientado gira y gira alrededor del dinero, que se ha vuelto más abstracto que nunca lo fue. El dinero ha sido una de las grandes invenciones humanas. Como con el lenguaje y las herramientas, no hay ningún otro animal que tenga algo parecido. A lo largo de la historia el dinero ha sido un tremendo facilitador de los intercambios y un generador de progreso económico y bienestar. Como una consecuencia inevitable de su éxito, la masa de dinero en circulación ha crecido extraordinariamente, tanto que se le ha ido haciendo más y más difícil encontrar inversiones de carne y hueso, por así decirlo, en las que materializarse. Esto ha alimentado la especulación financiera, basada en el dogma absurdo de que el dinero crea dinero, porque no lo crea, en todo caso lo infla. También ha traído las crisis económicas concomitantes, que asolan y empobrecen al mundo con la misma inevitabilidad de los huracanes.

La globalización complica la situación. Por una parte, el petróleo ha creado en los países productores una riqueza monetaria sin precedentes, que revierte a los mercados financieros para engordar la burbuja. Por otra, China, India y otros grandes países orientales le ofrecen al dinero oportunidades nuevas de invertirse en crear industrias y trabajo, sacándolo así de los peligrosos caminos especulativos. Este dinero invertido en aire, agua, tierra y fuego, nivela a los humanos, hace menos pobres a los pobres de siempre, y eso es bueno.

No se sabe lo que puede llegar a pasar, esa es la sensación inquietante que uno tiene cuando escucha a los gurús de la economía y las finanzas. La astronave Tierra circula por el espacio sin nadie a los mandos.  Así como cayó a los pies de las realidades financieras el Banco de Inglaterra, han caído países enteros, baste recordar la Argentina del corralito. En los últimos meses es el Euro quien está sufriendo los ataques de los especuladores, pero no porque estos sean unos pérfidos, sino porque la zona Euro ha estado viviendo por encima de sus posibilidades
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Pues los especuladores no son malos. Aunque tampoco son buenos. Pero ¿quién lo es hoy? Esos conceptos de malo y bueno no forman parte del mundo en que vivimos , que respira otras alternativas, como acertado/equivocado, ganador/perdedor, rápido/lento, competitivo/decadente, nuevo/obsoleto.

Los años difíciles no es que se estén aproximando, sino que ya están aquí. Pobre del que no sea capaz de verlo a tiempo.

O no, quién sabe. A lo peor llegamos a una situación en la que los viejos valores: buena voluntad, generosidad, solidaridad, todas esas antiguallas y algunas más, sean los únicos capaces de salvarnos.

No sería la primera vez.



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