Describiré ahora el modo de vida de la familia adoptiva de María, que estaba basado en la combinación de ganadería, agricultura, marisqueo y leña, que es el sistema típico de explotación del campo chilote. Las diferencias entre familias están en la intensidad de la explotación que pueden llevar a cabo, que depende de los recursos disponibles en personas, dinero y tierra, por este orden de importancia. En el caso de María, personas no había más que el padre y la madre, que ya eran mayores cuando María todavía era pequeña. Dinero, nada. Y tierra, la justa para la supervivencia, mitad pampas y mitad renovales.
Tenían algunas vacas a las que les criaban los terneros que luego vendían. De las madres obtenían algo de leche, la estrictamente necesaria para el consumo doméstico. También tenían la indispensable yunta de bueyes y un caballo. En ganado menor disponían de algunos chanchos (cerdos). Hacían reteimiento (matanza) una vez al año, y la madre de María usaba la manteca para amasar el pan y otros menesteres de la cocina.
Además había gallinas, esas entrañables gallinas chilotas que son mascotas más que animales de granja. En el caso de María, así era sin duda. Las gallinas se recogían todas las noches dentro de la cabaña familiar, arrimaditas al fogón, donde en uno de sus lados había dispuestos unos palitos para que las gallinas pudieran encaramarse y dormir así calentitas junto al fuego. También dormían dentro de la casa los gatos, mientras que los perros lo hacían fuera. Cuenta María que cuando alguna gallina tenía pollitos sucedía, a veces, que algún gato no podía resistir la tentación, los acechaba en silencio durante la noche y mataba alguno. Como era difícil que el pollito no hiciera ningún ruido, el gato era descubierto enseguida, y al día siguiente sacrificado. Recuerda María que sufría al verlos matar, porque la forma de hacerlo era cruel, a palos en la cabeza, los cuales no eran del todo certeros y el animal tardaba en morir, con mucho sufrimiento. Esta crueldad no era intencionada, sino resultado de la torpeza.
En cuanto a la ropa, tenían bastante escasez, posiblemente como consecuencia de andar siempre cortos del dinero necesario para comprarla en Ancud. Se apañaban básicamente con lana de oveja tejida en el campo. De telas, prácticamente nada, lo indispensable, pero María no consigue acordarse de prendas concretas. Sí recuerda que aprovechaban los sacos de 40 kg en que venía la harina que se compraba para hacer el pan. Abriéndoles un agujero en el fondo para la cabeza y dos a los lados para los brazos, los convertían en camisas de dormir. Probablemente se trataría de sacos de yute (Nota 1).
Respecto al calzado, la situación era parecida. Solamente el padre de María usaba habitualmente botas de goma. La madre iba siempre descalza, más aún, le costaba ponerse zapatos cuando tenía que hacerlo, como para ir a la ciudad , porque le resultaban muy incómodos. María y su hermano, también, andaban habitualmente descalzos.
Comían bien. En el campo chilote hasta los más pobres han tenido siempre su tierra y su ganado, salvo excepciones inevitables y desgraciadas. Bastaba con ser diligente para no pasar hambre. La base de la alimentación era la papa. En la huerta se cultivaba repollo, ajo, cilantro, cosas así. La carne y leche la suministraba el ganado vacuno, también el reteimiento del chancho y algunas aves. La grasa para cocinar era manteca de chancho. Luego estaba todo lo que daba la mar: principalmente luches y cochayuyos (dos tipos de algas comestibles), lapas y a veces robalos.
Se dormía en el suelo, más o menos cerca de la candela según fuera invierno o verano, sobre una cama de la misma paja ratonera con la que se hacía el techo, quizá cubierta con una frazada o un cuero y tapándose el cuerpo con una o más frazadas.
Los niños iban a la escuela, pero solamente a la primaria. Los padres adoptivos de María eran creyentes, pero dado lo aislados que vivían tenían pocas ocasiones de ir a la iglesia. Jamás faltaban a misa con ocasión de la fiesta de la Candelaria, el 2 de febrero
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Dice María que, en la práctica, a la ciudad, aparte de para hacer alguna que otra compra muy fortuita, solo se iba para morir. Cuando una persona se ponía muy enferma solían llevarla como podían, parte del camino en un trineo tirado por bueyes, parte a lomos de caballo, hasta el hospital de Ancud, las más de las veces para que muriera allí.
Por esto mismo prácticamente nunca se iba al médico. Tampoco había machis por allí que pudieran practicar una medicina natural. Su madre era la doctora de la familia, con las hierbas sanadoras que conocía, administradas normalmente en forma de agüitas. Una anécdota curiosa de su madre es que utilizaba de vez en cuando su propia orina para tratarse. La iba guardando hasta un total de unos quince días en una artesa de madera, de modo que la orina llegara a fermentar. El caso era, dice María, que desarrollaba un olor muy fuerte. Luego se daba friegas con ella por toda la cabeza. Después, naturalmente, se lavaba bien con jabón. Decía la madre de María que estas friegas ayudaban a prevenir los “aires”, que entiendo eran los accidentes cardiovasculares.
En estas condiciones tan pobres y a la vez tan compenetradas con la naturaleza, se crió María. Su vida, como la de todos, ha cambiado mucho, pero no guarda un mal recuerdo de su infancia, al contrario. En la tercera parte de esta historia intentaré que me cuente cómo fue su relación con los animales y las plantas que los rodeaban.
Hablando con María de todas estas cosas, le comenté que yo tenía la impresión de que el Roende (o Trauco) tenía el significado funcional de asustar a los niños lo suficiente para que no se alejaran de casa y se perdieran en el bosque. Estuvo de acuerdo en que eso era posible, pero inmediatamente se puso seria y me dijo: “pero el Roende existe”.
También me contó, en el curso de esta conversación, otra historia de brujos, que le había contado su padre adoptivo como algo que le había sucedido a su abuelo. Paso a narrarla.
Un intento de secuestro.
La abuela adoptiva de María, a la que ella no conoció, estaba dando a luz una noche, sobre una piel de ternero, sola con su marido en su cabaña. Los perros empezaron a ladrar. El abuelo vio una sombra que se debatía en la ventana, como queriendo entrar. Entonces el abuelo cargó la escopeta que tenía, que podía ser todavía de las que se cargaban por la boca, porque dice María que le puso “sal bendita”. Supongo que pondría pólvora, un taco, plomos o postas mezcladas con sal y finalmente otro taco para apretarlo todo (Nota 2). Se asomó a la ventana y disparó al bulto negro, que salió huyendo perseguido por los perros. A los pocos días, alertado quizá por el vuelo de los jotes, alguien se encontró en una playa cercana y solitaria el cadáver de un hombre, con heridas de plomo, vestido con una especie de pijama o mono hecho de lana completamente negra y con los pies descalzos. Nadie lo conocía por los alrededores, y por eso se pensó que podría tratarse de un brujo.
Esta historia hay que ponerla en relación con la ya contada en este blog respecto a la celebración de un aquelarre. Creía la gente que los brujos robaban guagüitas (bebés) para sacrificarlos en sus rituales, y ésta podría haber sido la intención del presunto brujo que se asomó por la ventana de esta historia, entrar y llevarse a la guagüïta.
Notas:
(1).- En los 1950s, la gente de la mar en España, al menos los pescadores de altura del Sur, cuya vida conozco bien, entraban en el puerto de Tanger (Marruecos) para comprar los sacos de yute en los que llegaba el azúcar importada de Cuba. Con estos sacos se hacían impermeables de mar, para trabajar en cubierta de sus barcos con mal tiempo. Como en el caso de María, un agujero en el fondo para la cabeza y dos a los lados para los brazos. Luego lo impregnaban todo con abundante aceite de linaza para impermeabilizarlo. Decía el amigo que me lo contó que algunos se pasaban con la linaza, y quedaban sus trajes de mar rígidos como una armadura medieval.
(2).- A la sal marina siempre se la ha considerado dotada de propiedades mágicas, en muchas culturas. Desconozco las razones de fondo. En España, la gente de la mar, que suele ser supersticiosa, tiene mucho cuidado con la sal. Si, por ejemplo, una vecina llega a tu puerta y te pide un poco de sal prestada, no se la puedes dar nunca desde dentro de tu casa. Tienes que coger tu paquete de sal, salirte con él fuera de tu casa, y una vez allí, darle la sal que necesita. Se piensa que si la sal sale de dentro a fuera se lleva con ella toda la buena fortuna que pueda haber en la casa.
2 comentarios:
Recuerdo que en los años, que dice que nació María y hasta hace muy poco tiempo atrás, los sacos harineros se usaban en diferentes necesidades que tenía la gente como:sábanas, paños de cocina, toallas,que algunas personas las hervían en tarros lavanderos, quedaban muy blancos y procedían a bordar. Por lo tanto eran de algodón. Las sábanas se usaban en invierno ¡muy calentitas! Ah, los hombres los usaban en el cuello en sus faenas de trabajo en el campo, para absorber la transpiración. Espero no molestar con mi observación
No solo no molesta, se lo agradezco. Toda matización, aclaración o corrección es bienvenida.
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