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Dostoyevsky |
Terminé, en efecto, las 108.000 palabras que componen el texto, ya casi definitivo, de la novela que he escrito en Duhatao. Ahora me siento como un mueblista chilote de los de verdad, que hay muchos, como don Manuel Alvárez, por ejemplo, satisfecho con mi obra terminada, porque es hija mía. Aunque quizá no acabe siendo tan guapa, buena y admirada como a mí me gustaría, pero eso es lo de menos, uno alcanza hasta donde puede, y basta.
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Kafka |
El tamaño de una novela es una medida de su condición de tal, como lo es el de una mesa de comedor o el de un sillón, aunque en la novela los márgenes son muy amplios. El Quijote, con 376.800 palabras, sigue siendo una de las novelas más largas que se han escrito, y eso que Cervantes era un manco que escribía con plumas de ganso. Quizá la novela más corta entre las famosas fue la genial “Metamorfosis”, de Franz Kafka, con 20.400 palabras, y una de las más largas los “Hermanos Karamazov”, de Fedor Dostoyevsky, con 301.500. Pío Baroja andaba por las 100.000 palabras por novela, aunque escribió muchas. He calculado la longitud media de 19 novelas famosas, elegidas entre las que tengo en mi biblioteca electrónica, escritas por gente como Balzac, Baroja, Camus, Clarke, Conrad, Defoe, Dostoyevsky, Eco, Flaubert, García Marquez, Goethe, Huxley, Kafka, London y Orwell. La longitud media es de 98.300 palabras, así que estoy claramente dentro de márgenes, aunque seguro que con los pulidos y barnizados que todavía tengo que darle, se me puede poner por encima de las 120.000. Hoy hay que tener cuidado con este asunto del tamaño. La gente lee más que nunca, pero las novelas muy largas rara vez se terminan de leer, quizá porque nuestros tiempos de vida son apresurados y movedizos.
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Baroja |
La lectura de novelas siempre fue cosa de jóvenes, no solamente en edad, también en espíritu, porque una novela es un juguete para que se haga con él lo que hacen los niños, que aprenden a vivir a la vez que se entretienen. Los novelistas son artistas, y como tales gente de condición y vida muy diversas. De los tres que más admiro, y que he puesto en esta entrada como iconos de santos que me acompañen hoy, Dostoyevsky estudió para ingeniero militar, Kafka fue un oscuro abogado de Praga, Baroja un médico que jamás ejerció la medicina. Todos los novelistas son constructores de mundos posibles, y todos los lectores de novelas reconstruyen a su vez estos nuevos mundos que leen, los hacen suyos. Esta es una de las compensaciones que justifican los esfuerzos del novelista. La otra es ver nacer y crecer a sus personajes, que terminan por su parte apoderándose de la novela, haciéndola suya, porque suya es. De manera que, finalmente, un novelista es un creador de decenas de miles de palabras cuya ilusión fundamental y destino en la vida es que, entre sus lectores y sus personajes, se las roben todas, lo expropien de ellas. Dejándolo así vagabundo y pobre como una rata en el borde del camino, al estilo del gran Molloy de Samuel Beckett, otro novelista insigne, al que también rezo a veces. Una forma admirable de terminar, por cierto, esta de Molloy.
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Beckett |
3 comentarios:
Es cierto, de alguna manera los lectores les quitamos a sus hijas y las hacemos nuestras, nos deleitamos con sus personajes. Hablamos de ellos como si fueran nuestros conocidos. No conozco tantas obras, pero cuando leo lo siento así.
Opinando como lector de novelas, creo que el lector no solo recrea todas las novelas que lee (las recrea al leerlas activamente, imaginándolas, y esa imagen es única), sino que aquellas que más le han gustado o influido las hace suyas, las incorpora a su bagaje cultural, en el que le acompañarán durante toda su vida. Los héroes y las heroínas de estas novelas serán siempre compañeros de viaje del lector a lo largo de su vida, aunque muchas veces no repare en ello. Porque otra cosa, en un mundo del que prácticamente han desaparecido los héroes, estos persistirán siempre en las novelas, incluso aunque no lo parezcan. El Molloy de Beckett, por ejemplo, es un héroe.
Muy buenas! Vuestros comentarios me han recordado a un cuento corto que escribí en este sentido. Se los pasó, espero que os guste. Saludos,
Gumer.
XXXoXXX
“FIN”. La última palabra, la última página, la última noche de de su vida en mi inagotable imaginación. Pero no sería yo quien frenara su existencia. Después de todo lo que me había enseñado, de tanto cuanto me había contado, me sentí culpable de hacerle morir en la buhardilla de casa. Nerviosa por ser verdugo, decidí no ser menos valiente que quienes me hicieron participe de su valentía. Puño derecho cerrado, dientes prietos, su mundo en mi mano izquierda y el pensamiento ahogado en cólera por haber llegado al final. Mejor haber muerto a saber que tenía final, pensé. De pronto ideé una manera de burlar su muerte. Corriendo desaforada y oculta bajo la noche que vi con ellos, como un forajido intrépido, dejé su mundo infinito frente al vecino de la derecha, con una nota informando a quien lo recogiese que hiciese lo mismo cuando terminase de leerlo. “FIN”.
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