jueves, 28 de febrero de 2013

El tiempo humano

Paul Klee (1922).- El fantasma de
un genio

El tiempo de ahí fuera, el de los relojes y el Sol, no es tu tiempo. Este tiempo tuyo es íntimo, secreto, nace de tus sensaciones y emociones, transcurre en lo más hondo de tu cerebro, alimentado desde lo más fuerte de tu corazón, libre de las influencias de cualquier reloj.

Estás junto a una persona a la que quieres. No se te escapa ni un solo detalle de lo que habla o hace, de cómo se mueve y de lo que dicen sus pupilas y sus gestos. Ese estar junto a ella está tan lleno de acontecimientos que se te hace gozosamente largo, casi una eternidad.

Pero a la vez amas tanto a esa persona, ya sea un niño, una mujer o un anciano, que la estás contemplando en el sentido más místico que este verbo pueda tener; esa contemplación trae consigo una continuidad casi absoluta; no te limitas a estar en su presencia, sino que te sitúas ante su esencia, ante lo eterno que hay en ella, eres junto a ella y con ella. Ese ser con ella está tan vacío de acontecimientos que se te hace gozosamente corto, casi un instante; en el límite de lo que puedes llegar a conseguir se te convierte en puro presente, quizá otra eternidad.

Un tiempo a la vez muy largo y muy corto. Toda una vida y a la vez un instante. Siempre y ahora. Ese es en su plenitud el tiempo humano, un tiempo que se ríe del tiempo de los relojes, que es tan contradictorio en sus términos que no puede ser sino la plenitud del tiempo, el tiempo verdadero, ese que encierra su propia negación y que no puede diferenciarse mucho de lo que llamamos, sin comprenderlo bien, eternidad.

Está en nuestras manos, nos acompaña todos los días, a todas las horas de ese Sol a cuyo derredor giramos. Solo tenemos que darnos cuenta de que, maravillosamente, es así.

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