Paul Klee (1922).- El fantasma de un genio |
El tiempo de ahí fuera, el de los relojes y el Sol, no es tu
tiempo. Este tiempo tuyo es íntimo, secreto, nace de tus sensaciones y
emociones, transcurre en lo más hondo de tu cerebro, alimentado desde lo más
fuerte de tu corazón, libre de las influencias de cualquier reloj.
Estás junto a una persona a la que quieres. No se te escapa
ni un solo detalle de lo que habla o hace, de cómo se mueve y de lo que dicen
sus pupilas y sus gestos. Ese estar junto a ella está tan lleno de
acontecimientos que se te hace gozosamente largo, casi una
eternidad.
Pero a la vez amas tanto a esa persona, ya sea un niño, una
mujer o un anciano, que la estás contemplando en el sentido más místico que
este verbo pueda tener; esa contemplación trae consigo una continuidad casi
absoluta; no te limitas a estar en su presencia, sino que te sitúas ante su
esencia, ante lo eterno que hay en ella, eres junto a ella y con ella. Ese ser con ella está tan vacío de acontecimientos que se te hace
gozosamente corto, casi un instante; en el límite de lo que puedes llegar a
conseguir se te convierte en puro presente, quizá otra eternidad.
Un tiempo a la vez muy largo y muy corto. Toda una vida y a
la vez un instante. Siempre y ahora. Ese es en su plenitud el tiempo humano, un
tiempo que se ríe del tiempo de los relojes, que es tan contradictorio en sus
términos que no puede ser sino la plenitud del tiempo, el tiempo verdadero, ese
que encierra su propia negación y que no puede diferenciarse mucho de lo que
llamamos, sin comprenderlo bien, eternidad.
Está en nuestras manos, nos acompaña todos los días, a todas
las horas de ese Sol a cuyo derredor giramos. Solo tenemos que darnos cuenta de
que, maravillosamente, es así.
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