sábado, 2 de febrero de 2013

En camino


En poco más de 48 horas dejaré atrás Sevilla para Chiloé. Será por poco tiempo, pero eso no hará mi despedida menos honda, tanto como mi abrazo a ese Chiloé querido que se me acerca.





Sevilla es sobre todo historia. La torre de la catedral, la Giralda, es el símbolo de la ciudad. Ella, junto con el gran patio de los naranjos, fueron  lo único dejado en pie de la enorme mezquita musulmana cuando los cristianos la reconquistaron en 1284. Estos cristianos, reconociéndose a sí mismos como locos, empezaron a construir una gigantesca catedral gótica donde el templo musulmán estuvo, culminada como el tercer templo en tamaño de la Cristiandad, después de San Pedro en Roma y San Pablo en Londres, aunque levantada varios siglos antes que estos dos últimos.

La torre de la mezquita era demasiado bella para tirarla abajo. Lo que hicieron los cristianos fue rematarla con un campanario cristiano, renacentista, y éste con una enorme veleta de forma humana, el Giraldillo, quedando así constituida la Giralda, un bellísimo símbolo de lo que Sevilla valora más en lo profundo de sí misma: la apertura a otro gente, pueblos y razas, en un sincretismo que es más cultural que religioso, y el respeto, que llega a ser culto, a la belleza.

Esta Sevilla profunda y filosófica, tolerante y narcisista, se mantiene fiel a sus principios y ve pasar corriendo un tiempo, el de ahora, que ya no es el suyo. Lo ve pasar con calma, sin recelos. Todo esto hace fácil que uno la quiera.



Mientras que Chiloé es sobre todo Naturaleza. Pero esta Naturaleza no ocupa un rango inferior al de la Historia. Una y otra son en definitiva Tiempo vivido y por vivir, cristalizado en pasado y fermentando en futuro.
El salto entre lo histórico de Sevilla y lo natural de Chiloé parece enorme, pero no lo es, una y otra orilla de este salto no son sino las dos caras de Jano, el dios de las puertas. Yo estoy abriendo desde mi Sevilla la puerta que me separa y me une a mi Chiloé. Las dos no son sino moradas distintas de mi misma casa.

Para saludar a mi Chiloé, he construido un collage con fotos tomadas por mí en los alrededores de Duhatao, donde vivo.Figuran en él algunos de mis amigos animales y mis totems. El cielo frente al mar que todos los crepúsculos cruzan las bandurrias, graznando su alegría de vivir. El picaflor etéreo, veloz y volátil pero también valiente y fanfarrón. El jote silencioso y sereno, que planea con la majestad del cóndor pero es más humilde. La parejita de pudúes que pueden haber constituido ya una familia, y el machito semioculto en la espesura con uno de mis amigos tiuques, de esos que comparten cada día mi desayuno. El chilco bellísimo, con su néctar preparado para que los picaflores y las abejas se alimenten. El chucao de culito respingón, curiosón y sociable, que es la voz de los bosques chilotes. Los chivos cimarrones que han encontrado su libertad en mi casa. La huella de un zorrito sobre las piedrecillas del camino, despues de una noche de lluvia. La roca del Elefante, rompeolas de los temporales bramantes que llegan desde Magallanes. Los montes, el mar, las orillas espumeantes, la isla de Metalqui en la distancia, las maravillosas, siempre distintas, puestas de Sol.

Luego está el Chiloé de mis amigos humanos, a los que pronto abrazaré.

Alejándome del Norte con sus fríos, de Europa con sus desvaríos e inseguridades, con su vejez, también con su grandeza, voy camino del Sur con su inesperado calor austral, de Chiloé con su autenticidad, su sencillez, su juventud y su misterio.

Que sea un buen viaje.

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