Catastróficos resultados de las
elecciones italianas del 24 febrero 2013, eso dicen. Bajan las bolsas, suben
las primas de riesgo, el euro se tambalea, el mundo financiero se conmueve, la
señora Merkel frunce el ceño, los eurocratas amenazan...
Pero unas elecciones democráticas,
si de verdad se cree en la democracia, nunca pueden considerarse catastróficas. Son el momento en que a los ciudadanos se les deja
hablar, expresarse... Son la hora de la verdad, ni más ni menos.
La alta abstención y el hecho de que los que
hayan votado lo han hecho en un 25% por Beppe Grillo y su movimiento 5
estrellas, que es un movimiento antisistema, revelan que una buena parte de los
italianos ha perdido la esperanza en su sistema político y en la Europa de los mercaderes en la que están integrados. Quiero decir la esperanza en que sus políticos y la Unión Europea puedan llevarlos a
una vida más justa y un mejor futuro para
sus hijos y nietos. Así de sencillo.
Lo que están consiguiendo los políticos europeos, con la Merkel a la cabeza y todos los demás, entre ellos Rajoy, detrás,
es rasgar el tejido europeo, romper a la Unión
Europea en dos pedazos. Todo ello como consecuencia de que el dinero europeo
ya no lo es, está globalizado, es decir, flotando como un globo a la deriva sobre el mundo.
Por no ser ya no es de nadie. Y sin control de ese dinero que es como el aceite
que lubrica su motor, un sistema político/económico supranacional como Europa
es imposible que funcione, como tampoco puede funcionar uno nacional como España e Italia. Se quieren arreglar las cosas sobre la base de
un sufrimiento intolerable de las clases bajas y un empobrecimiento de las
clases medias, mientras que el dinero flota impertérrito a alturas estratosféricas, mirando hacia las estrellas con un
ojo y buscando con el otro, por todos los rincones del mundo, las mejores
oportunidades de plusvalía, sin más reglas ni compromisos que el enriquecimiento
inmediato.
Eso no puede funcionar, es un
cambio tan profundo que requiere un nuevo contrato político y social entre los estados y sus ciudadanos. El que
corresponderá al siglo XXI. La historia,
desgraciadamente para la gente tranquila, nunca se para. Lo que está pasando no es culpa de los economistas, sino de los políticos, de las clases políticas
europeas, que no están a la altura de las
circunstancias. Esta es la lección que nos dan las elecciones
italianas.
El sistema político europeo ha venido
funcionando en las postrimerías del siglo XX sobre la base
de unos socialdemócratas que redistribuían la nueva riqueza creada por el crecimiento económico permanente, junto a unos conservadores-liberales que en vez
de redistribuirlos invertían los excedentes en crear
nueva riqueza. Y así sucesivamente. Pero si en los
comienzos del siglo XXI el crecimiento económico
ha pasado a manos de los países emergentes, Latinoamérica con Brasil, México o Chile, Asia con China, India y los otros tigres, ¿qué nueva riqueza puede
redistribuir y reinvertir Europa? Y qué no se confíen los alemanes. Ya mismo sus magníficos Mercedes, Audis o BMWs, así como sus extraordinarias máquinas,
se encontrarán con competencias de los
emergentes que podrán ser mejores, más bonitas y más baratas. Que no se olviden
los alemanes de lo que les pasó con sus máquinas fotográficas o con su óptica, ni a los suizos con sus relojes, ni a los yanquis con sus automóviles, ni a los británicos con el conjunto de su
industria.
Europa necesita un nuevo contrato político y social que no esté
basado en el crecimiento económico/material como garantía y motor de la convivencia civilizada. Eso es lo que nos
están gritando los resultados de
las elecciones italianas. No nos hagamos los sordos.
Europa ya ha pasado antes por estos trances. El catolicismo
romano se agotó y trajo la reforma
protestante. El viejo régimen se agotó y trajo la revolución francesa y la ilustración. El primer capitalismo se agotó y trajo las utopías fascista y comunista y con
ellas una guerra terrible. El neoliberalismo
manifiesta ya signos claros de agotamiento. Hay que parir algo nuevo, ese es el
problema, pero hay que intentar hacerlo con inteligencia y en paz, antes de que
sea demasiado tarde y ese retraso haga inevitable que el cambio traiga consigo mucho sufrimiento. Tenemos nuevas herramientas poderosas, entre ellas el
Internet que usan Beppe Grillo y sus nuevos italianos, ese que no han sido
todavía capaces de usar eficazmente
los indignados españoles.
Por todo eso, a mí me parece que el resultado de
las elecciones italianas no ha sido un desastre, sino una luminosa advertencia,
digna de un país tan civilizado y sutil como la vieja
Italia es.
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