Ilustración del planeta extrasolar tipo Tierra Kepler-62f. / NASA/AMES/JPL/CALTECH |
Hoy se hace público en la revista Science
el descubrimiento de cinco exoplanetas (así se llama a planetas que orbitan
estrellas diferentes a nuestro Sol) en una lejanísima (1.200 añosluz) estrella
llamada Kepler 62, situada en la constelación Lira. Dos de estos exoplanetas
reunen, por tamaño y distancia a su estrella, las condiciones para tener una
masa rocosa, agua líquida y una atmósfera que incluya CO2 y Oxígeno, es decir, para
albergar vida de características similares a las de nuestra Tierra.
Los astrónomos seguirán trabajando activamente en la
búsqueda y caracterización de exoplanetas, lanzando telescopios cada vez más
potentes que orbitando alrededor del Sol escudriñen los cielos para buscar
pruebas cada vez más ciertas de que exoplanetas idénticos en todos sus aspectos
físicos y químicos a la Tierra, existen realmente. Esta búsqueda es activa,
tiene las mismas características que la que emprendieron los navegantes exploradores
europeos del siglo XVI, solo que será muy difícil, por las enormes distancias
implicadas, que algún día pueda un astronauta terrícola poner sus pies sobre
estos nuevos Jardines del Edén. Para bien de sus posibles habitantes. Aunque solamente el hecho de saber que
no estamos solos en el Universo, que puede haber una vida como la nuestra en
muchos otros sistemas estelares, es un descubrimiento que tendrá consecuencias
sobre nuestro a veces delirante antropocentrismo, base de nuestro egoismo y de
muchas de las desgracias que a lo largo de los siglos han ido dándole forma a
nuestra historia.
Otra cosa es que algún día pueda descubrirse que existen
inteligencias extraterrestres suficientemente parecidas a las nuestras como
para que podamos detectar y eventualmente comprender señales electromagnéticas
lanzadas por ellas al espaciotiempo. Esta búsqueda es pasiva, solo requiere
radiotelescopios a través de los cuales escuchemos atentamente las señales de
todo tipo que nos llegan desde el espacio extrasolar. Hay proyectos, como el SETI ,
que llevan años dedicados a esta tarea, en un gigantesco esfuerzo colaborativo
que utiliza la capacidad de computación libre en muchos ordenadores personales
para analizar estas señales externas al sistema solar.
En cualquier caso, está claro que la exploración científica
del espacio en busca de vida o inteligencia puede darnos cualquier día una
grandísima sorpresa. De magnitud similar a la que sufrieron los españoles de finales
del siglo XVI cuando llegó Colón de vuelta de la mar océana con la noticia de
que había descubierto un Nuevo Mundo.
Esta sorpresa sería duradera en el caso de que tropezáramos
con una inteligencia más evolucionada que la nuestra pero suficientemente próxima para que
pudiéramos comprenderla. ¿Qué podría enseñarnos? ¿En qué medida podría
ayudarnos a corregir para bien el rumbo que llevamos? ¿La escucharíamos si lo
que nos dijera no les interesara a los que tienen aquí el poder? ¿Sería pacífico y desinteresado este contacto, por las dos partes?
Interesante. Cualquier día a cualquier hora y desde
cualquier punto del espacio puede llegarnos lo inesperado. La apertura
expectante al misterio es una obligación de nuestra inteligencia.
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