Mi dentista, además de un
magnífico componedor de dentaduras y un buen médico, es un hombre inteligente e
imaginativo. Su universo profesional no se reduce a lo que su paciente tiene entre
labios y tráquea, gestiona también, y de qué manera, lo psicológico, es decir,
el miedo de su paciente a que le duela lo que va a hacerle. Pocos miedos hay
peores que el del sillón del dentista, donde los nervios que llenan las raíces
de tus dientes pueden gritar en cualquier momento hasta volverte loco de dolor y
tú no puedes prevenirlo ni evitarlo.
¿Qué hace mi dentista para neutralizar este miedo? No solo es muy cuidadoso con su intervención mecanoquirúrgica y maneja además la anestesia con destreza, sino que hace sonar permanentemente una música de fondo bien relajante cuyos discos prepara él mismo, gran aficionado a toda clase de melodías. Y mientras que te está interviniendo, sentado él en una silla baja al lado del terrorífico sillón de tortura en que te ha sentado a tí, no deja de
hablarte. ¿De qué te habla? Te cuenta historias producto de su imaginación que se mueven en la frontera entre lo disparatado y lo real, pero como los buenos narradores de cuentos hace creíble lo disparatado. Tiene mi dentista mucho sentido del humor, así que te hace sonreír con sus fantasías, incluso reír, pero en las circunstancias en que te encuentras, con tu boca abierta y llena de sus instrumentos de tortura, solo puedes reírte con los ojos. Tan cerca como están estos del cerebro, es con éste con el que terminas riéndote, y esa risa que nace y crece en tu materia gris arrincona a la niebla de miedo que empezaba a empaparla, la disuelve en claridad solar, nada menos. Él sigue con lo suyo, manipulando tus dientes y encías, limando con el maléfico torno, extrayendo, pinchando, encajando, contándote sus cuentos sin abrumarte, porque intercala silencios en los que tararea esas canciones que suenan suaves en sus altavoces y que él se sabe de memoria. De este modo el tiempo va pasando, lleno como está de sueños que te llevan lejos de la dolorosa realidad, haciéndotela soportable.
España, sumida en su crisis
política, económica y social, está también en el sillón del dentista. Pero este
dentista, que son sus políticos y más en general todos sus poderes, no lo está
haciendo bien. Ignora los aspectos psicológicos, descuida la comunicación, desprecia
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