miércoles, 31 de diciembre de 2014

Arcoiris



La mañana está chubascosa, es más primaveral que veraniega. Te has asomado a la terraza para echarle un vistazo al día y de pronto se forma un arcoiris que parte el cielo en dos mitades. A la izquierda, el chubasco cuyas gotas de lluvia han roto la luz blanca en sus colores elementales para que tú veas su belleza escondida. A la derecha, el fantasma de un segundo arcoiris que pugna por hacerse visible. Y en el centro, donde el primer arcoiris toca las rocas y el mar, es donde te decían de pequeño que se escondía una olla de oro. Pero tú, ahora que ves el cielo y el mar desde la altura de las gaviotas, te das cuenta de que aquello no era sino una de esas leyendas que les contamos a los niños para hacerle el mundo todavía más maravilloso.

Los paisajes de Chiloé te dan estas sorpresas. Cuando menos lo esperas se deshacen y rehacen en nuevos paisajes, como si tuvieras entre tus manos un caleidoscopio de aquellos con los que jugabas cuando tú eras un niño.

Nunca he visto arcoiris tan poderosos como los de Chiloé.

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