Tengo la costumbre de escribir
todos los años en mi blog una entrada sobre este día, sin duda la
fiesta más importante y entrañable del año. Pasaré esta noche aquí en Punta
Tilduco, solo con la naturaleza, que no es poco. Serán las primeras Navidades
que pasaré solo en mi vida, así lo he elegido yo, aunque esa soledad será nada
más que aparente.
Hoy me he puesto el gorro de
teólogo, qué osadía, y me apetece escribir sobre el significado religioso de la
Navidad. No estoy ni muchísimo menos facultado para hacerlo, soy un cristiano que
como muchos otros oscila entre la fe y el olvido, moviéndose en una línea de
sombra, en este mundo en el que cada día te hacen más difícil creer en algo.
Aun así, me vale la pena intentar profundizar en lo que la Navidad, una fiesta
que se ha hecho tan convencional y consumista, significa desde un punto de
vista religioso.
Empiezo afirmando mi identificación
con la visión de Simone Weil acerca del acto de creación por Dios del mundo y
el universo entero (está en mi entrada en este blog, “La Creación y el problema del Mal en Simone Weil”, 21 enero 2013). El
Dios de los filósofos, ese Dios que era nada más que la causa primera de un
mundo rabiosamente antropocéntrico, murió hace tiempo, Nietzche levantó el acta
notarial de ese hecho. El Dios en el que seguimos creyendo muchos es un Dios del
amor y en el amor, que crea el Universo, en el que está nuestro mundo de
humanos, en un acto de amor, retirándose para dejarle un sitio. Por eso toda
perspectiva sobre la acción de Dios en el mundo tiene que asumir que lo que
mueve esta acción es nada más que el amor. Ese amor de Dios respeta nuestra
libertad y es por eso que el Mal, junto al Bien, están presentes en este
problemático mundo nuestro.
Y supuesto que la relación de
Dios con el hombre está movida por el amor, y además que en este Mundo que Dios nos
ha creado el Mal está presente como consecuencia indispensable de la libertad
que Dios nos dio, no solo al hombre, sino al Universo entero que ha
evolucionado en el azar siguiendo sus
propias leyes, supuesto como digo todo eso,
la relación del hombre con Dios será siempre una relación de salvación.
Dios, a pesar de la libertad que nos ha dado, no nos deja solos. Pero como los
humanos estamos inmersos en el espaciotiempo, nuestra relación con Dios se
desarrolla en el tiempo y es una historia, la Historia de la Salvación.
Esta historia, como cualquier
otra, se va escribiendo. Su contenido fundamental es un diálogo entre Dios y el
hombre. Lo escrito hasta ahora puede dividirse, desde un punto de vista
cristiano respetuoso hacia otras religiones, en tres etapas:
Primera etapa: desde la aparición del hombre hasta su expulsión del
Paraíso.
Segunda etapa: desde la expulsión del Paraíso hasta el nacimiento
de Cristo.
Tercera etapa: desde el nacimiento de Cristo hasta su anunciada
Segunda Venida y con ella el fin de los tiempos. Lo vivido hasta ahora por los
humanos de esta última etapa es la vida oculta de Jesús, su testimonio público
en el que nos predica una religión basada en el amor fraterno y nos anuncia la
posibilidad de una vida eterna, su
muerte en la cruz y su resurrección al tercer día como prueba de otra vida
después de la muerte para todos nosotros. Desde nuestra perspectiva
espaciotemporal, esta tercera etapa de la historia de la salvación está todavía
escribiéndose.
Pues el día de Navidad
conmemoramos precisamente la culminación de la Segunda Etapa, con el nacimiento
de Cristo, el Dios hecho hombre, del vientre de una mujer judía y pobre, en el
borde de un camino cuando están huyendo de un peligro de muerte.
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La Primera Etapa de esta historia
está escrita en el Génesis. Transcribiré aquí y ampliaré ideas que ya he
escrito en este blog (“Resurrección”,
18 agosto 2013). Dios expulsa a los primeros humanos, Adán y Eva del Paraíso
porque han perdido la inocencia. Ese pecado
original lo transmiten a toda su
descendencia. Cuando yo era un niño no podía comprender que Adán, tan lejano en
el tiempo, hubiera pecado en mi nombre. Ahora lo entiendo. Aquel pecado
original de Adán lo era del Homo sapiens
y tan inevitable como darwiniano. La evolución de los primates llevó al hombre
a desarrollar un neocortex cerebral que le cambió la vida. Gracias a él era
capaz de crear símbolos y conceptualizar ideas, pudo inventar el lenguaje y
puso en marcha la evolución cultural. El amor, que había nacido como el que la
madre siente por su hijo en los animales superiores, lo llevó la mujer,
personificada en Eva, hasta sus límites y más allá. Ya no era solo el amor de
la madre por su hijo, también el de la mujer amada por su amado y viceversa, y
el amor a los padres, los hermanos, los miembros de la familia, el clan, la
tribu. Finalmente ese amor alcanzó hasta a los que morían. Se les quería, se
les lloraba y echaba de menos. Los humanos se resistían a la muerte, la
consideraban inaceptable. Luchaban contra ella con dos armas: la medicina del
shamán, que era técnica y terminó en ciencia, y la magia del mismo shamán, que
era espiritual y terminó en religión. Los humanos rechazaban la ley del eterno
retorno de la naturaleza, hecha de ciclos inacabables de estaciones y años, de
vidas y generaciones, en los que la muerte no era más que un hito en un camino
circular. Una ley esta que sí acataban los animales superiores. Los humanos no
querían morir o querían otra vida después de la muerte, para encontrarse otra
vez allí con los seres queridos. Este es, me parece a mí, el significado de esa
pérdida de la inocencia que denuncia Dios en el Paraíso y que implica,
inevitablemente, la expulsión inmediata de Adán y Eva. Y es original este
pecado porque será el pecado de todos los humanos, incluso el mío o el de
cualquier otro niño inocente, ya que lo llevamos en nuestra naturaleza de Homo sapiens, nuestro neocórtex, nuestro
DNA.
Expulsión del Paraiso.- Gustave Doré |
La condena por este pecado
original es que la mujer para con dolor un niño cuyo cerebro y por tanto su
cráneo han crecido más que las posibilidades de dilatación vaginal en el parto.
Y que, dadas las constricciones físicas mencionadas, necesitando este
supercerebro del recién nacido mucho desarrollo postparto, la madre debe
entregarse totalmente a los muchos cuidados postnatales necesarios. Y la
condena del hombre es tener que ganarse el pan con el sudor de su frente porque
metido en el trance de desarrollar las herramientas que necesita para
sobrevivir (el fuego, la flecha, el hacha), inventa el trabajo que es
inevitablemente esfuerzo doloroso.
El lenguaje religioso se
diferencia mucho del que empleamos en nuestras vidas diarias para comunicarnos.
No se dirige al cerebro, sino al corazón. No es técnico, sino poético. Por eso
muchas veces es difícil de entender. Y el colmo del lenguaje religioso es el
que emplea Dios para hablarnos a los humanos, que somos limitados y no podemos
comprender ahora cosas que llegarán a pasar cuando ya hayamos muerto y que
Dios, que está fuera del tiempo, quiere revelarnos. La conversación que Dios
mantiene con el hombre, incluso en la más radical intimidad de éste, no va
dirigida a su cerebro, sino a su corazón. Por eso el hombre necesita de la fe,
que es una disposición de ánimo y una entrega incondicional, para entenderle.
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Tras la expulsión del Paraíso
empieza la Segunda Etapa de la Historia de la Salvación. Pese a haber pecado,
Dios le promete al hombre el perdón, la redención de su pena. Para entender
cabalmente lo que quiero decir hay que tener siempre presente que estamos
empleando un lenguaje religioso y que confundirlo con un lenguaje instrumental
nos llevará a no entenderlo.
Todo el Antiguo Testamento, es
decir, el Judaísmo, vibra durante siglos manteniendo viva la esperanza humana
en la llegada del Mesías que traerá la culminación de esa promesa de redención
del pecado original.
Y un día, porque tiene que ser
así, porque los humanos vivimos en el tiempo, el Mesías llega, al menos eso es
lo que creemos los cristianos. Y no viene como un guerrero más, ese León de
Judá que vencerá definitivamente a los enemigos del pueblo judío e instaurará
en el mundo la paz y la justicia con la fuerza de Dios.
No.
Llega por sorpresa como un
recién nacido desvalido, hijo de una mujer judía y pobre cuando ésta va huyendo
de los verdugos para salvar la vida de su niño.
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Nacimiento de Jesús.- Gustave Doré |
Este Jesús niño crece humilde y
silencioso, y cuando se hace un hombre se proclama hijo unigénito de Dios y
predica la doctrina del amor fraterno. Es considerado subversivo y ajusticiado
con muerte en la cruz. Tras la muerte de Jesús tiene lugar un acontecimiento todavía
más incomprensible que su nacimiento: ese hombre crucificado en el Gólgota
resucita a los tres días. Y cuando lo saben resucitado los cristianos
comprenden inmediatamente cuál era el significado completo de la venida de
Jesús al mundo, que a pesar de que él lo proclamaba continuamente no habían
llegado a entender. Con Jesús, con su nacimiento como hombre, su muerte y su
resurrección, Dios nos envía el perdón definitivo del pecado original. Ese
perdón no es otro que la promesa de vida eterna, es decir, de resurrección
después de la muerte. Como Jesús ha resucitado, así nosotros los humanos
resucitaremos también en el último día.
Resurrección de Jesús.- Gustave Doré |
De manera que, tras intentar explicar estos misterios con la mejor voluntad, a mí me queda claro que el día de Navidad
representa para los humanos el tránsito entre una etapa de espera, la Segunda,
y otra de esperanza, la Tercera y definitiva. Mediado este tránsito por una
mujer, María, y su niño recién nacido, Jesús. Curiosa analogía con la transición
de la Primera a la Segunda Etapa, mediada por una mujer, Eva, y su amor
terrenal, Adán. La mujer siempre como inspiradora o mediadora de la Historia de
la Salvación. En esto, dentro del cristianismo, ha puesto el acento
principalmente el catolicismo, con su devoción a la Virgen María.
Esto es lo que soy capaz de escribir.
Feliz Nochebuena a todos.
Feliz Nochebuena a todos.
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