domingo, 28 de diciembre de 2014

El arte de la novela

Pero la novela, ¿es un arte? 

Sin duda, porque implica creación. Aunque en contraposición a la poesía o el teatro (que hoy ha sido sustituido casi enteramente por el cine) la novela tiene fronteras difusas con otros géneros literarios, como la biografía o el ensayo, incluso con la poesía.

Dos componentes son específicos de la novela y la definen, pero solamente cuando van unidos: los personajes y la manifestación de sus vidas interiores, es decir, de aspectos de sus vida que no se pueden ver con los ojos ni oír con los oídos.

La novela es siempre una fantasía, y los que le dan un anclaje en la vida real son el novelista por un lado y los lectores por el otro.

El novelista es un médium que invoca a los personajes, trayéndolos a las páginas de un libro desde el mundo de los espíritus. En un primer movimiento el novelista es el mago que obliga a los personajes a aparecerse en el mundo real, así los crea. Pero en un segundo movimiento, cuando los personajes han adquirido vida propia, el novelista es un amanuense que se limita a dejar constancia escrita de lo que los personajes dicen, piensan, hacen, sienten, inventan. ¿Quién es más famoso, mejor conocido, más perdurable y admirado, más universal, el binomio Don Quijote / Sancho o Cervantes? Creo que la respuesta está bien clara. El novelista termina siempre siendo un servidor de sus personajes. Esto le honra.

El lector es el que a través de la lectura de una novela recrea a sus personajes, los reinventa. La novela deja todo el espacio recreativo a la imaginación del lector. Es posible que la novela muera algún día, pero no será porque los medios audiovisuales la sustituyan, sino porque acaben matándola. Y entonces con ella habrá muerto una parte importante de lo que es ser humano, y  los Homo sapiens estarán mucho más cerca de haberse convertido en un terminal más de una máquina todopoderosa. Porque la actitud audiovisual es infinitamente más pasiva, menos inteligente e imaginativa, que la lectora.

¿De qué le sirven al escritor los esfuerzos que hace para escribir una novela, cosa por cierto nada fácil? A algunos afortunados les sirve para ganarse la vida. A otros, más afortunados porque no tienen que ganarse la vida con ese arte tan sublime, aunque sean unos fracasados a los ojos del mundo y hasta se mueran de hambre, la novela puede hacerlos creadores, no siempre, no a todos, pues la creación es una oportunidad que exige mucho trabajo y suerte y que aparece raras veces en la vida. Pero estos argumentos intentan racionalizar algo que no tiene explicación. Los escritores, como en general todos los artistas de verdad, parezcan buenos o malos, son y están ahí, simplemente, nada más. Como está el universo, sin que nadie sepa por qué ni pueda explicarlo. Quiero decir, no están por algo ni para algo; simplemente están y seguirán estando. Se los come por dentro una ambición, escribir la novela de la que les afloran a veces chispazos desde lo más hondo de ellos mismos. Ese es, en todo caso, su secreto.

Y a los lectores, ¿para qué les sirve leer novelas? Para divertirse, porque leer novelas no es, si se hace seriamente, sino una forma de jugar. Ahora bien, esto de jugar leyendo novelas es algo tan importante como lo es para un bebé jugar con sus cubos y sus esferas y sus muñecos antropomorfos y sus aros y sus mil cachivaches varios. El bebé aprende a relacionarse con el espacio y el tiempo, también a imaginar e investigar. Y el lector de novelas, que suele ser más joven que viejo y más mujer que hombre, aprende de lo que puede ser la vida, también de cómo somos los humanos por dentro. Jugar es, en efecto, la forma más temprana, más divertida y fructífera, de aprender. Y aprender es indispensable para el buen vivir.


Dicho todo lo anterior, ¿cómo puedo concluir estas cortas consideraciones acerca de la novela? Pues solo añadiría que el novelista necesita a su lector casi tanto como el lector necesita a su novelista. Que el arte de la novela, sus posibilidades de sobrevivir, dependerán siempre de ambos. Esta conclusión puede parecer una perogrullada, pero es importante no olvidarla, sobre todo a la hora de decidir, los que tienen el poder para hacerlo, cómo hay que educar a los jóvenes.

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