Mi amigo campesino y yo hemos
iniciado las faenas para asar un cordero. Quiero decir que él las ha iniciado y
yo procuro ayudar lo más y estorbar lo menos posible. Ya ha dispuesto todo lo
necesario, ha encendido el carbón y ha ensartado el cordero simétricamente, dividido
en seis grandes trozos, espaldas en el centro, luego las piernas y finalmente
los costillares, en la larga barra de asar, a la que mi amigo ha empezado a dar
vueltas. Yo voy por dos cervezas y allí nos vemos sentados frente a las brasas en
una tarde fría de viento Sur, resguardados por la sombra eólica que la cabaña
nos da. Se está bien allí, al calorcito del fuego, y además el entorno es el
adecuado para la reflexión.
Le pregunto a mí amigo si cree en
el Trauco, la Pincoya y esas criaturas mitológicas de Chiloé. Lo hago de
sopetón porque tengo confianza con él. Piensa un momento en lo que va a decir.
“En la Pincoya no creo, nunca la
he visto”, me dice, “pero en el Trauco sí”. Y me explica por qué.
Hace bastantes años, eran tres
compañeros muy jóvenes, trabajaban en un campo todavía muy lejano y solitario,
entre Copiamó y Puchilcán, al Sur de Ancud. En un descanso fueron a pescar a un
río cercano, la orilla frente a ellos era bosque cerrado. Echaron sus sedales y
esperando estaban cuando de pronto las frondas del bosque que tenían delante
empezaron a agitarse como si se hubiera formado un pequeño remolino que iba
creciendo más y más. La agitación llegó a ser muy violenta y empezó a
desplazarse hacia la derecha, siempre por la orilla de enfrente y desde dentro
del bosque, como si algo muy poderoso estuviera caminando por allí. Y hacia la
derecha se perdió, no sin que antes un grupo de cuatro o cinco queltehues
echara a volar chillando desde la dirección en que la extraña ventolera había
desaparecido.
Aquel viento inexplicable y tan local
en un día tranquilo solo podía haberlo producido una criatura no humana, que
para mi amigo y sus compañeros tenía que ser el Trauco, es decir, el espíritu
del bosque. De aquí que él crea en su existencia.
La historia es interesante. No
cabe duda de que algo de naturaleza desconocida, no humana, se movió en el
bosque aquel día. Lo vieron tres personas y mi amigo no es hombre de engaños ni
bromas. La adscripción al Trauco de esos movimientos ya es más gratuita, pero
si no se hace el fenómeno queda totalmente sin explicar.
Digamos entonces que, en términos
más generales, la creencia en un espíritu del bosque es como mínimo un
mecanismo para encontrarle una causa a fenómenos totalmente inexplicables con
los conocimientos del momento.
Una descripción parecida me hizo
la hermana de mi amigo Nelson Ampuero en otra entrada de este blog (“Un trauco
emerge del bosque”, 6 junio 2013). Aquí la extraña ventolera se forma en el
momento que el Trauco vuelve a entrar en el bosque.
Se puede concluir que en el
interior de los grandes bosques de Chiloé pueden darse fenómenos para las cuales, dadas sus dimensiones muy localizadas, los científicos no
hayan encontrado todavía ninguna explicación. Y lo que alguien con espíritu
científico no puede afirmar es que los científicos vayan a encontrarle siempre una explicación a los fenómenos de los
que son testigos los campesinos que frecuentan el bosque. Es decir, el bosque,
como muchos otros ecosistemas lejanos y mal conocidos es un ámbito de misterio
al que, como hacen esos campesinos, debemos tratar con respeto.
Como contraposición a lo escrito,
contaré algo que asustó a una científica y que sin embargo me parece a mí que
sí tiene una explicación científica. Ocurrió en Chiloé, a varios cientos de metros
de donde yo vivo. Una bióloga marina norteamericana pasa unos días de visita en
una estación experimental de estudio de las ballenas azules. Es fumadora
empedernida, así que una noche, nada más cenar, sale con otra compañera fuera
de la cabaña donde estos científicos residen para fumarse un cigarrillo.
Oscuridad casi absoluta iluminada por una débil Luna. De pronto, una sombra gris
se hace visible junto a ella, le da una pasada rapidísima por delante y
desaparece en la noche. El susto es grande, y para aquellas científicas el
fenómeno no tiene explicación. Como no creen en los fantasmas no se lo
adscriben a estos, pero ahí queda el misterio.
El caso es que a mí me han pasado
cosas parecidas en la terraza de mi cabaña, y puedo asegurar que el respingo
que pega uno ante la aparición del fantasma es bien grande. Pero tengo una
explicación científica:
1).- La costa lo es de barrancos
muy altos (unos 100 ms) y abruptos, con cañones irregulares que inducen
turbulencias en el viento que procede del mar.
2).- La humedad ambiental es muy
alta, muchas noches se forman nieblas espesas y casi siempre esa
humedad/temperatura está muy cerca del límite en que el aire saturado de agua condensa en
niebla.
3).- Puede suceder que una ráfaga
veloz de viento llegue a un punto más frío o se encuentre con otra ráfaga más
fría y se forme instantáneamente una condensación del tamaño de un fantasma
(más o menos el humano) que pase veloz de largo llevada por el viento.
El problema es que este fenómeno,
tal como lo siente el que lo vive, es muy difícil de reproducir
experimentalmente. Una hipótesis científica razonable, como la que yo hago,
puede dar una explicación. Pero no es más que eso, una hipótesis.
¿Y si además existen de verdad los fantasmas?
Ahí lo dejo.
Una vista desde la terraza de mi cabaña, aunque de día. El viento marino del SW, al ascender por el barranco de Pumillahue, condensa en niebla. |
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