La bandurria de estas fotos es una de mis vecinas que duermen en Punta Tilduco. Esas que en otras entradas de este blog ya he dicho que cuando a la caída de la tarde vuelan sobre el mar, frente al barranco donde duermen y nidifican, están poniendo de manifiesto un sentimiento maravilloso, el de la alegría de vivir, así se lo transmiten a cualquiera que como yo las observa.
Pues ayer vinieron a comer justo frente a mi cabaña, y pude fotografiarlas a placer, sí, pero detrás de un doble cristal.
Cuando salí a la terraza para continuar mi reportaje me detectaron enseguida e iniciaron de inmediato el vuelo de huida y los graznidos de protesta.
Cualquiera sabe lo que dirían de mí. Prefiero no averiguarlo.
Concentré el objetivo de mi máquina en una de ellas y la seguí hasta que se adentró en el mar.
Y cuando lo hizo apareció bajo ella un gran buque mercante, que solo podía venir de Magallanes o el Pasaje de Drake. Eso lo teñia de romanticismo.
Como muchos otros navegantes lo han hecho durante siglos en barcos más pequeños y débiles.
Venían de los mayores peligros que los océanos del mundo ofrecen o iban hacia ellos.
Magallanes y su gente, Sarmiento de Gamboa, Josua Slocum, Francis Chichester-Clark, tantos capitanes intrépidos de clipers, balleneros y foqueros, las lanchas de los chilotes que exploraban el Sur, la goleta Ancud, todo eso en la realidad. Y el Arthur Gordon Pym de Poe, los personajes de Coloane, los marinos imaginados por gente como yo, todo eso en la ficción. Pues esa multitud de héroes conocidos o anónimos, reales o imaginarios, surcó esas aguas que la bandurria tenia debajo y yo delante de mis ojos. Diablos, me sentí un privilegiado ante tanta belleza vista o soñada.
Y empecé yo mismo a navegar con el corazón.
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