Flores maduras de chilco |
Los chilcos y yo estamos esperando con muchas ganas a los colibríes. Ellos los necesitan para que fertilicen los estigmas de unas flores con el polen de otras, que los colibríes llevan pegado a sus picos golosos. Yo necesito la compañía de su belleza.
No hay pájaros como los colibríes. Su estilo de vuelo es el más complicado de entre todas las aves, casi un milagro. Además son los más pequeños pero también los más valientes. He visto a los colibríes enfrentarse con chunchos y pitíos, varias veces mayores que ellos. Y cuando digo enfrentarse significo plantarse cara a cara frente a los gigantones, con ese vuelo de abejorro impertinente que los colibríes saben tener, hasta que los han obligado a irse. Porque los colibríes son muy territoriales, y cuando dicen aquí estoy yo significan que aquí no va estar nadie que pueda molestarme, sencillamente. Admiro tanta valentía encerrada en una cosita tan pequeña y frágil. Luego está la iridiscencia de los machos, ese milagro difícil de ver por el que, en un instante, su frente se convierte en una corona de rubíes como las que llenaban los cofres en las cuevas de Alí Babá. Y la evolución de sus vuelos acrobáticos: un colibrí puede flotar en el espacio delante tuya, a no más de diez centímetros de la punta de tu nariz, para expresarte simplemente: “aquí estoy yo, ¿tú quién eres, a qué has venido?”
Este año los colibríes van a llegar a Duhatao más tarde que nunca. La gente de tierra adentro me dice que ya los está viendo desde hace tiempo, pero en estos barrancos encrespados y ventosos todavía no quieren mostrarse. Claro que también la floración de los chilcos está aquí todavía en sus comienzos. ¿Será la Niña culpable, o yo impaciente? Mejor dejar a la naturaleza que siga sus ritmos.
¿Pero llegarán los picaflores algún día? Seguro que sí, y pronto. En eso confío.
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