Ayer tuve suerte y pude fotografiar por fin a una de las muchísimas lagartijas que pueblan en verano los bosques, pampas y playas de Duhatao, como de todo Chiloé. Normalmente huyen, pero en una sucesión de decisiones rápidas: “corro”…”me quedo inmóvil”…”corro otra vez”…”me paro”, y esto, para un fotógrafo novato como yo, hace imposible una foto medio decente. Ésta de hoy debió encontrarse en una situación de difícil escape, y decidió estarse quieta, confiada en su mimetismo, con lo que pude dispararle a placer.
Resulta que estas lagartijitas pertenecen a una familia de lagartos muy ramificada, extendida por toda Sudamérica y con géneros y especies de muchos tamaños distintos. La de la foto es posiblemente Liolaemus pictus, que mientras en el Continente se alimenta de insectos, en Chiloé lo hace de pequeños frutos del espeso sotobosque, sobre todo del coralito, Nertera granadiensis, también llamado rocachucao (casa del chucao en mapudungun, la lengua de los mapuches o araucanos), y del relbún, Relbunium hypocarpium, dos plantitas que reptan por el suelo del bosque e incluso trepan por los troncos y tienen unos frutos en baya preciosos, de color anaranjado o rojizo, muy frecuentes de ver.
He añadido un detalle de la cara y una pata anterior, y otro del tronco. Su rostro recuerda muchísimo al del ET de Spielberg y al del Gollum del Señor de los Anillos, igual que sus dedos. En cuanto a la piel del tronco, es preciosa, con esa pigmentación tan variada y su disposición en pequeños rombos.
Mi vecina la Sra Marta le tiene terror a las lagartijas. Y eso que es una mujer de campo, de las más de campo que yo he conocido, que se integra con la naturaleza como parte de ella. Todo proviene, como casi siempre en estos terrores, de un trauma infantil: pisó una lagartija en la playa y su tacto blandengue le pareció repugnante, desde entonces no las soporta. A mí me pasa algo parecido con los murciélagos, afortunadamente no abundan en Chiloé.
Traumas infantiles, pequeñas o grandes alergias del alma. ¿Quién no tiene alguno?
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