sábado, 26 de febrero de 2011

Una pudú y la belleza



Cuando se terminó de construir mi cabaña hubo que arrancar muchas quilas (especie de caña muy vigorosa e invasora) que llegaban hasta la casa, para prevenir riesgos de incendios. En estos espacios desbrozados ha crecido la hierba, y ahora forman pequeñas praderas verdes en las que crece un pasto fresco que gusta a muchos animales, entre ellos a los pudúes. Estos cérvidos pequeños, muy parecidos al corzo español, tímidos como éste,  se acercan a los pastos al anochecer. Ya he visto hace unos días a un precioso machito, pero ayer me visitó una hembra. Estaba ya  bastante  oscuro y no domino todavía mi cámara, pero pude sacar algunas fotos de la hembrita pastando, que muestro en esta entrada.


A mí este animalito me parece bellísimo, y estoy seguro de que la mayoría de los que vean las fotos compartirán este sentimiento. Pero ¿por qué es bella, cuáles son las razones de su belleza? Vemos la armonía y la gracia de sus formas, tan equilibradas. Eso por un lado. Por el otro su fragilidad y su inocencia, patentes. Pero intentar disecar la naturaleza de esta belleza, fragmentándola en partes, puede ser un disparate tan grande como romper una obra de arte en pedazos para entenderla mejor. Propio de mentalidades científicas y reduccionistas, quizá como la mía.


La belleza de la hembrita pudú está sencillamente ahí, delante de nuestros ojos, íntegra, misteriosa, intocable, completa. Adecuada solamente para admirarla.

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