Vuelo elegante y potente, perfecta sincronía en los movimientos. Así son mis vecinas las bandurrias, seguramente una de las aves más parlanchinas que existe, especie de Pato Donald con plumas y cuerpo de ibis.
Buscan su comida tierra adentro, en las pampas y charcas donde cazan con sus fuertes picos curvos todo tipo de bichejos. Pese a tener cuerpos de pavo y buenas pechugas como buenas voladoras que son, los campesinos no osan comerlas, dicen que “saben a rano”. Duermen y nidifican en los acantilados de la costa, entre los poes, muy cerca de donde lo hacen las gaviotas, allí donde es difícil que lleguen sus enemigos.
En las tardes de verano soleadas se reúnen en el cielo poco antes del crepúsculo y vuelan incansables frente a sus barrancos y sobre el mar, haciendo toda clase de piruetas y graznando ruidosamente. Estoy seguro de que expresan así su alegría de vivir, su satisfacción casi burguesa por la magnífica tarde que tienen por delante. También estoy convencido de que la mayoría de los animales salvajes, las bandurrias sin duda alguna, son sensibles a la belleza de la naturaleza. En el caso de las bandurrias la clave puede estar en sus hipotálamos, mucho más desarrollados en las aves que en los humanos y centro de la vida instintiva. Es decir, de la subconsciencia, el monstruo verde, las emociones, el asombro. Todo eso.
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