viernes, 11 de febrero de 2011

Plaza Tahrir, El Cairo

Aún estando volcado en Chiloé tengo que hacer hoy una referencia a lo que está pasando en la plaza Tahrir de El Cairo, un acontecimiento casi tan significativo como la caída del muro del Berlín en 1989 y de la misma envergadura que la toma de la plaza de Tian An Men por los manifestantes chinos, también en 1989. La caída del muro acabó con el comunismo de estado y con la división del mundo en dos bloques enfrentados. Y la toma de Tian An Men, aunque derivó en una represión sangrienta, abrió paso en China a esta curiosa etapa de transición en la que conviven un capitalismo de mercado con un comunismo burocrático, empujando entre ambos un “Made in China” que se está comiendo al mundo.
Pase lo que pase a partir de ahora, la toma de la plaza Tahrir, cuyo detonante fueron los acontecimientos de Túnez, marca el final de las dictaduras corruptas árabes, más propias de los Cuentos de las Mil y Una Noches que de los tiempos que vivimos. A Mubarak ya no lo sucederá su hijo, eso seguro. Y todos los sátrapas que aún perviven en muchos países del Oriente Medio se tentarán la ropa y harán lo posible por derivar pacíficamente hacia regímenes más constitucionales y democráticos.
El fundamentalismo islámico también ha perdido en El Cairo una importante batalla. Porque la gente que uno ve en las muchas fotos publicadas estos días de la plaza Tahrir no son Hermanos Musulmanes barbudos e iracundos, sino ciberrevolucionarios, gente joven ciberconectada y procedente de una amplísima clase media urbana, que al manejar Internet tiene una idea bastante clara de lo que pasa en el mundo y se siente ciudadana del planeta Tierra. Que lo que quiere es que su país funcione, sencillamente, que dé trabajo y una prosperidad razonable a todos. Que en su mayoría cree en Dios y es practicante de esa religión tan flexible y tolerante como fue siempre el Islam, pero que no quiere Guerras Santas ni bombas ni mártires, sino libre comercio e igualdad de oportunidades para todos. También democracia, aunque esta no sea muchas veces sino el menos malo de los gobiernos posibles, que ya es bastante.
No se puede predecir lo que pasará en los próximos años en el Oriente Medio, incluyendo Iran, pero lo que puede afirmarse es que las cosas ya no volverán a ser como han venido siendo. Se ha pasado la página inmensa de un gigantesco libro. Creo que para bien.
Así que eso, unos días bonitos los que transcurren en Tahrir, que demuestran que en el mundo todavía hay muchísimo espacio para la esperanza. 


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