Hoy temporal del Noroeste en la costa de Chiloé. Mucho viento y lluvia, grandes olas que baten implacables sobre las rocas, la cabaña gimiendo en todas sus estructuras como si fuera un barco en la mar, pero resistiendo bien, mientras las gotas que a veces son de granizo crepitan con fuerza sobre el tejado de chapa. Salí temprano por leña y mantengo la estufa encendida a tope, como estaría la vieja caldera de vapor del mercante “Nan Shan”, de Joseph Conrad, cuando un tifón lo estaba hundiendo frente a las costas de China. El viento llena de murmullos y gritos fantasmales todos los rincones de la casa, a veces parece como si te hablara al oido, otras simplemente se queja. Un tiempo este para imaginar aventuras y temer averías, en el que tienes que salir a descubierto para ver si el sombrerillo de la chimenea sigue en su sitio, y la lluvia te abofetea en horizontal y el viento quiere arrastrarte hacia un sotavento boscoso, donde quizá algún trauco intente protegerse bajo las quilas, maldiciendo al destino.
En días así se escribe y se lee mejor que nunca. Yo he hecho de todo un poco. De lo que más satisfecho estoy es de haberme enfrentado, una vez más, con "La Pregunta por la Técnica" , de Heidegger, un texto difícil, como todos los suyos, que en su traducción al español se vuelve casi imposible. Don Miguel de Unamuno aprendió danés solo para leer a Kierkegaard, pero yo no tengo tiempo ni altura para hazañas así. Hoy lo he entendido algo mejor que la última vez que lo intenté, pero todavía estoy lejísimos de una comprensión aceptable. Esos sustantivos que se inventan los filósofos alemanes y que son intraducibles lo impedirán por siempre. Aún así, voy llenando algunos de los muchos huecos que no comprendo, reconstruyendo, como un arqueólogo con pedazos sueltos de cerámica, mi propia versión del inextricable texto. Siempre que ésta tenga sentido para mí me daré por satisfecho, ¿qué otra cosa, si no, puedo hacer?
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