lunes, 12 de septiembre de 2011

La belleza de una tarde soleada en Duhatao

Después de varios días de temporal, sale el sol y se produce un milagro. El reloj vital de Chiloé marca ahora el tiempo en que florecen el michay y el pello-pello, los primeros que lo hacen, anunciando con sus anaranjados y sus blancos la llegada de la primavera. He traído varias fotos solo para ofrecer algunas señales tímidas de lo que viene, pero me dejo atrás muchos otros detalles de cómo toda la naturaleza empieza a despedir al invierno.

Las rocas que cubren la desembocadura del río Duhatao. Días, noches, meses y años resistiendo el poder destructor de las grandes olas que les llegan desde el Pacífico. Ahí siguen, nuestras vidas son tan cortas que no percibimos sus cambios. El día que la primera de ellas desaparezca, el calcio de mis huesos, si es que muero aquí, estará ya incorporado en el esqueleto de algún animal marino que yacerá en el fondo del mar esperando su oportunidad de hacerse roca para convertirse en montaña.



Una de las grandes rocas que se alza entre Duhatao y Pumillahue. Fuera aparte de su belleza, ¿sirven para algo? Pues sí, ya están llegando a ellas las gaviotas que se aparearán y anidarán allí, librando así sus huevos de las apetencias de los humanos, que los consideran un alimento exquisito. (Cliqueando sobre la foto y ampliándola pueden verse algunos puntitos blancos que son gaviotas, de esas impacientes que no quieren llegar tarde y quedarse sin sitio).


Un machito pudu, con sus botones de piel de melocotón en la frente que protegen los cuernos incipientes, otra proclamación de la llegada de la primavera.
Me miraba con la belleza y la inocencia que estos animales muestran, como si  quisiera decirme, simplemente: "Aquí estoy yo. Tú, ¿?quién eres?"







Y el bosque de viejos olivillos al fondo, grises y endurecidos por los vientos del mar, cargados éstos de sal cuando hay temporal. Delante, canelos y pello-pellos jóvenes, entre los que suelen pastar los pudués.










Ah!, y para colmo, esta mañana, un picaflor revoloteaba como un abejorro grande, él que es tan pequeño, alrededor de un michay florecido que hay delante de mi ventana. Viejos amigos, viejos recuerdos. ¿Se puede pedir más?

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