En las cercanías de Temuco, junto a la carretera de Chol-chol, se alza una colina, la más alta de la vecindad, desde la que se divisa un amplio panorama. Actualmente está ocupada por una propiedad privada, pero desde hace mucho tiempo vino siendo un lugar ceremonial mapuche, donde la comunidad se reunía para rezarle o agradecerle al Ngenechen, el espíritu supremo, equivalente al Manitú de los amerindios norteamericanos, al que tantas veces oímos mencionar de pequeños en las películas de “pieles rojas” made in Hollywood.
La creencia mapuche es que el Ngenechen contiene, de alguna forma inexpresable, cuatro realidades espirituales: el hombre viejo, la mujer vieja, el hombre joven y la mujer joven. A mí se me ocurre pensar que esta suerte de teogonía familiar simboliza algunas cosas muy importantes: el transcurrir del tiempo de vida, desde la juventud a la vejez; el soplo creador, que necesita de los dos sexos para engendrar nuevas criaturas; y el amor, que encuentra su más alta expresión humana en el que se tienen un hombre y una mujer.
Podríamos llamar a este lugar ceremonial un Nguillatun. Definían su naturaleza las cuatro estatuas de madera que aparecen en la foto de esta entrada, toscamente talladas en cuatro troncos, y representando de izquierda a derecha la mujer vieja, la joven, el hombre viejo y el joven.
Quizá yo tenga un sentido acusado de lo sagrado, pero aquellas estatuas, en el día frío, gris y ventoso en que pasé junto a ellas, me inspiraron un gran respeto. Su soledad me impresionó.
Casi al lado de esta tétrada representante del Ngenechen habían instalado recientemente una enorme antena de una importante compañía de telefonía móvil. Superaba con mucho en altura a las estatuas del Nguillatun. Distorsionaba totalmente el paisaje sagrado, impedía, entre otras cosas, que en las ceremonias celebradas allí pudieran verse sin obstáculos los cuatro horizontes, elementos importantes de la cosmovisión mapuche.
No tengo pruebas gráficas de lo que digo. No saqué fotos de la gran antena de comunicaciones. No lo hice porque ni siquiera lo pensé, hasta ese punto estaba mi atención capturada por las estatuas.
Luego me explicaron que allí se habían celebrado Nguillatun hasta que se instaló la antena, pero que la presencia de ésta lo impedía definitivamente. Esto me pareció un símbolo de la confrontación que sigue teniendo lugar entre nuestro mundo tecnológico y una cultura campesina como la mapuche. No es que no la respetemos, sino que ni siquiera la vemos, porque nos falta la sensibilidad necesaria para percibir todo lo sagrado que nos rodea. Y conste que me refiero a lo sagrado como una dimensión simplemente humana, no necesariamente religiosa. Todo eso que es sagrado porque nos suscita una emoción inexpresable, desde la que percibimos la presencia misteriosa de algo digno del máximo respeto.
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