domingo, 18 de septiembre de 2011

La memoria de los tiuques



Una madre nunca te olvida. Quizá su memoria sea la única verdaderamente desinteresada que existe. Una mujer a la que has querido, que dada la condición humana llega a ser como una madre para ti, tampoco te olvidará. Un amigo puede olvidarte, y un hijo. Un animal de compañía, tu perro o tu gato, difícilmente dejará de recordarte. Mis tiuques de Duhatao tampoco me han olvidado, y aunque sus motivos son más bien interesadillos, el hecho de que me recuerden me ayuda a convencerme de que existo, lo que dadas las alturas abismales en que ahora me encuentro, no es poco.

Estando yo en Duhatao acostumbré a mis vecinos tiuques a que vinieran todos los días a mi terraza a coger los trozos de pan que yo les dejaba. Luego me fui lejos durante meses. Cuando he vuelto, la misma mañana en que desperté aquí ya estaban ellos revoloteando alrededor de mi casa, dándome los buenos días y esperando de mí su desayuno.

No he querido alimentarlos porque me iré pronto, y no quiero despertar en ellos expectativas que se verán enseguida frustradas. Pero esta mañana uno de ellos se ha posado exactamente delante de mi ventana, más cerca de mí que nunca lo han estado, y mirándome de frente. Si eso no es hablar…

He corrido a la cocina y he subido a la terraza con cuatro trozos de pan, que he dejado, como siempre hacía, ordenados en el barandal. Enseguida el tiuque que me pidió el pan ha volado a coger su pieza, y he podido hacerle una foto para testificarlo. Luego, muy pronto, lo han seguido otros dos. Cuando escribo esto todavía queda un trozo de pan en el barandal. ¿Por qué? Pues porque los tiuques han tenido suficiente con tres.

Observo aquí, sumergido en la naturaleza de Duhatao, que los animales en general, no solo los tiuques, no son glotones ni derrochadores. Toman lo que necesitan, y basta. Toda una lección.

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