Los norcoreanos lloran ruidosamente la muerte de Kim Song Il, padre de la patria en el más puro estilo estalinista. El espectáculo nos deja boquiabiertos, está tan lejos de nuestros comportamientos que nos es difícil comprenderlo. El oficial del ejército, la abuela, el estudiante, el soldado, las madres, los niños, lloran todos exactamente de la misma manera, alternando gimoteos con sollozos.
Me he acordado de las plañideras antiguas, todavía presentes en algunos velorios chilotes. Como allí, aquí en Corea no lloran los individuos, sino la comunidad. Y el llanto colectivo, por más ridículo o incomprensible que nos parezca, es sin duda sincero.
Es la misma situación que la descrita por el siguiente video, de la parada militar celebrada en Pyongyang en 2007, 75º aniversario de la creación del ejército popular de Corea del Norte. Las unidades militares que desfilan con precisión milimétrica y admirable marcialidad son organismos, los soldados que componen cada una de ellas se han fundido en una ameba gigantesca de la que cada uno es un orgánulo perfectamente sincronizado con el conjunto. El público, a su vez, aplaude al mismo ritmo al que los soldados marcan sus pasos, como si a través de esas manos y esos pies estuviera latiendo un enorme corazón colectivo.
Dos muestras interesantes del espíritu de las masas, ese misterio que empapa a todo individuo humano, agazapado dentro de cualquiera de nosotros, esperando su momento.
Cuidado con él, porque una vez libre de sus cadenas puede esclavizarnos. No anda suelto solamente por las calles de Corea del Norte, también está en Occidente, solo que mejor disfrazado aquí que allí.
Y otra cosa: el espíritu de las masas puede llegar a hacer cosas meritorias, aunque no es lo habitual. En todo caso, con suerte podemos controlarlo, pero de ninguna manera librarnos totalmente de él. Forma parte indisoluble de cualquiera de nosotros mismos.
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