miércoles, 14 de diciembre de 2011

Columpios

Percibiendo la naturaleza dialéctica de casi todo lo que existe. Desde Heráclito hasta Hegel, la dualidad inseparable del sí/no empapa la filosofía, esa dualidad que permite comprender el mal como la ausencia del bien, inseparable de él.  En Matemáticas, con solo el 0, la nada, y el 1, la totalidad, podemos contar todo lo cuantificable. En Física, la acción/reacción newtoniana, la naturaleza ondulatoria del electromagnetismo, la dualidad materia/onda del mundo cuántico, todo el entramado básico del Universo está definido por oposiciones. Así en todo lo perceptible o concebible.

En nuestra vida diaria, el tiempo se mide por un tictac pendular, la vida entera es una sucesión de sueño y vigilia, la historia otra de vida y muerte. Para el niño al que empujamos en el columpio, el ir y el volver, siendo inseparables, son también completamente distintos. Va gozoso, hacia el vértigo de subir y subir, pero cuando vuelve siente cosquillas en el vientre y espera con ansia un nuevo empujón, en un ciclo alegre que él quisiera inacabable.

Así también con nuestro ánimo. La alegría y la tristeza no podrían comprenderse la una sin la otra. Yo tengo hoy un día triste. Quiero convencerme de que estoy, simplemente, en espera de otro día alegre. Amanecerá, no me cabe duda, aunque ello me llevará, inevitablemente, a que anochezca de nuevo. La luz no podría percibirse sin la existencia de la oscuridad, y viceversa.

Fragonard (1767).- El columpio

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