lunes, 12 de septiembre de 2011

Imperio de las Máquinas (4).- Esencia de la Técnica según Heidegger


Las ideas de Heidegger sobre la Técnica, cuya comprensión me parece una etapa esencial en el  camino a lo largo de esta serie, fueron expuestas en la conferencia que con el título “La pregunta por la Técnica”, pronunció en 1953. Durante días no he dejado de luchar contra este texto difícil, siempre a través de traducciones o comentarios en español o inglés. Hoy me atrevo a ofrecer una interpretación en la que he intentado pasar del duro lenguaje filosófico del autor  a otro más llano, accesible a todos. Ahí voy.

Heidegger es un filósofo obsesionado por la cuestión del Ser, quizá la más profunda y primaria de las que puede plantearse la filosofía.

Pero ¿qué es el Ser? Eso precisamente es lo que quiere investigar Heidegger. Sabe lo que no es el Ser, lo cual no deja de ser un punto de partida. Sabe que muchos grandes filósofos, a partir de Platón, se equivocaron en su búsqueda. Creyeron encontrar al Ser cuando solo habían encontrado a los entes, es decir, a los que son. Platón relegó el Ser al territorio vaporoso de las ideas, y con eso marcó un camino falso a todos los filósofos que lo siguieron. Para Heidegger, el Ser es la última realidad, la más básica, la esencia que poseen en común todos los que son. Por esto mismo, el Ser no tiene nada de metafísico. Heidegger acusa a los filósofos de haber encerrado al Ser en un sótano metafísico. De alguna manera, todo su trabajo va contra la Metafísica, que para él no es el reino de los filósofos, sino una imposible ficción.

El joven Heidegger es valiente. Para lanzarse a la búsqueda del Ser tiene que descubrir caminos nuevos, es decir, en términos filosóficos, inventar nuevas palabras o conceptos. Tiene que empezar de cero. Como no sabe lo que es el Ser, aunque sabe lo que no es, busca rastros del Ser por todas partes. Pistas, huellas que le dejen ir entendiéndolo, ir acercándose a Él. Esto es análogo a lo que hicieron muchos exploradores en el Himalaya cuando buscaban al yeti, el Abominable Hombre de las Nieves. Les hubiera bastado encontrar huellas de las patazas del yeti en la nieve para justificar sus esfuerzos. Pues eso hace Heidegger. Visita las realidades del mundo, el hombre, el arte, la técnica, con la esperanza de que el Ser haya dejado alguna huella en estos territorios, algo que lo ayude siquiera a empezar a entenderlo. Y después de toda una vida de exploración, Heidegger reconoce que ha fracasado, que no ha encontrado al Ser, sino solo algunos rastros que podrían ser de Él pero no ofrecen ninguna prueba concluyente de serlo.

Ahora bien, este hallazgo de algunos rastros del Ser justifica toda la vida que Heidegger ha dedicado a este esfuerzo. La pista del Ser más consistente que Heidegger encuentra es la palabra, hasta el punto que Heidegger dice que “el lenguaje (la palabra) es la casa del Ser”, queriendo quizá significar que el Ser ha pasado por el lenguaje, ha dejado sus pistas allí. Esto lleva a Heidegger a interesarse mucho por la poesía, en cuanto a que es en la poesía donde la palabra (el lenguaje) es más pura, está más despojada de concupiscencias externas: las palabras que hay en la poesía podremos no entenderlas, pero nunca nos van a engañar. Y si el lenguaje es la pista más contundente que tenemos del Ser, el hombre es precisamente nada menos que el portador del lenguaje, el hombre es “el guardián de la casa del Ser”. El Ser está oculto, o lo que es lo mismo, nos está oculto a nosotros los humanos, no podemos verlo. El Ser, para nosotros, es lo oculto, lo que se nos oculta. Todo lo que sea sacar algo de lo oculto es generar pistas del Ser, huellas del yeti sobre las nieves himaláyicas. Por eso Heidegger está muy interesado en las posibilidades que se le ofrecen de observar cómo se saca algo de lo oculto, como se generan pistas del Ser. La poesía es una fuente de pistas del Ser, porque a través de sus palabras inspiradas saca algo de lo oculto. Otra fuente de pistas del Ser es la Técnica. Por eso, aunque no solo por eso, Heidegger se ha interesado en pensar acerca de la Técnica y ha escrito "La pregunta por la Técnica"  que aquí nos está ocupando.



Al intentar el encuentro con Heidegger uno tiene que escalar las alturas más profundas. Pocos lo consiguen. Pero ahora, para hablar de cómo ha visto Heidegger a la Técnica, que es lo que me interesa tratar, puedo volver al suelo. Dejemos pues a Heidegger en sus Himalayas, pero sabiendo ya cuáles son las preocupaciones de este genio angustiado y por qué, con qué objetivos, ha puesto sus ojos en la Técnica.

Para Heidegger la Técnica es algo consustancial con lo humano, como lo son el lenguaje, el arte o la poesía. Desde una perspectiva histórica, distingue entre dos clases de Técnica:
-        .- La Técnica tradicional, o Artesanal, que es la que ha venido desarrollándose desde las primeras hachas de piedra tallada (hace 100.000-200.000 años) hasta la Revolución Industrial (en el siglo XIX).
-       .- La Técnica moderna, o Tecnociencia, que arranca con la Revolución Industrial, es una aplicación de las Ciencias y sigue desarrollándose en nuestros días.

A Heidegger le interesa y preocupa mucho más la segunda que la primera. Pero como filósofo que es, considera que por lo que debe preguntarse no es por la Técnica, sino por la Esencia de la Técnica. Es decir, no por las herramientas paleolíticas o las primeras máquinas de vapor o las centrales nucleares o la genómica humana, sino por lo que subyace en todas ellas.

Esta Esencia de la Técnica consiste en sacar algo de lo oculto, es decir, traer algo desde el Ser hasta nuestro mundo cotidiano. En esto consisten también el lenguaje (la poesía) o el arte. Todos ellos sacan algo de lo oculto,  trayendo a nuestro mundo, como por arte de magia, las pistas que nos deja el Ser, las cuales terminan siendo objetos de nuestro mundo, materiales o inmateriales, que podemos comprender, experimentar o sentir. En lo poético podría tratarse de una poesía de Hölderlin, el poeta preferido por Heidegger para buscar pistas del Ser. En lo técnico, Heidegger nos pone para que lo entendamos el ejemplo de una copa sacrificial de plata, un cáliz. El cáliz sale de lo oculto merced a la intervención de las cuatro causas que había definido Aristóteles: la causa material, que es la plata de la que está hecha; la causa formal, que es el diseño geométrico que la copa tiene; la causa final, que es el destino que se le da a esta copa, un destino sacrificial, por ejemplo contener el vino que en la misa católica se va a convertir en la sangre de Cristo; y finalmente, la causa eficiente, que es el hombre artesano que funde la plata y le da una nueva forma bajo la convicción de que lo que está haciendo es de alguna manera sagrado. Estas cuatro causas se coaligan, y en una suerte de misterioso arte de creación, ¡hale hop!, sacan de lo oculto una pista del ser, haciendo nacer en nuestro mundo una copa de plata, un objeto sagrado, un cáliz.

¿Cómo acontece ese “sacar de lo oculto” en el caso particular de la Tecnociencia? Esta es la pregunta más significativa que Heidegger se hace en lo que respecta a la Esencia de la Técnica. Consideremos el ejemplo de la energía nuclear, a la que vamos a ver como una pista del Ser, sacada de lo oculto por la coalición de sus cuatro causas eficientes: el Uranio radiactivo (causa material), los conocimientos científicos y tecnológicos que nos han permitido domeñar la fisión nuclear y diseñar una central nuclear (causa formal), la necesidad social de producir energía eléctrica (causa final) y los humanos (científicos e ingenieros) que controlan el funcionamiento de esta coalición (causa eficiente). Además de aquel milagroso salir de lo oculto que se daba en el cáliz de plata, aquí sucede algo más de enorme trascendencia: nuestra coalición no solo está sacando algo de lo oculto, sino que está provocando a ese algo, dándole la oportunidad de que genere, nada más nacer, sus propias coaliciones de causas, según sus propias leyes, y adquiera así vida propia. Porque en efecto, al poner en marcha el reactor nuclear de una central, se está generando una reacción en cadena que puede mantenerse controlada durante años, generando calor que se convertirá en electricidad, o puede escapar a nuestro control y dar lugar a accidentes tan terribles como los de Chernobyl o ahora Fukushima.

¿Cómo hemos llegado a desarrollar esta capacidad de provocar a lo que sale de lo oculto? Mediante la ciencia, es decir, la investigación y la acumulación del conocimiento científico. Para Heidegger, la Técnica Artesanal precedió históricamente a la Ciencia, que nació de ella (las redomas y hornos de los alquimistas, los telescopios primitivos de Galileo, el microscopio elemental de Leuwenhoek, etc), pero la Ciencia precede a su vez a la Tecnociencia, que se alimenta continuamente de ella, convirtiendo en provocación de lo que sale de lo oculto a lo que en la Ciencia es solo afán de conocimiento. Este es el problema.

O parte del problema. Porque la Tecnociencia dota al hombre de una capacidad de provocación de la Naturaleza que no conoce límites. Y como el hombre es, en definitiva, una parte de la Naturaleza, de autoprovocarse a sí mismo, lanzándose por caminos arriesgados que no sabe dónde lo van a llevar. Ejemplo de esta situación es el que nos dan hoy las capacidades que ya están haciéndose reales de manipular el genoma humano mediante las técnicas de ingeniería genética molecular. Trataré este tema en la próxima entrada, en relación con lo que postula el filósofo Sloterdijk. El hombre puede llegar a convertirse en un objeto para sí mismo, puede deshumanizarse o transhumanizarse en criaturas irreconocibles, posibilidad ésta que nunca había existido hasta ahora. Asunto, por tanto, lo suficientemente importante para que nos pre-ocupemos de él.

Resumiendo: la Técnica es peligrosa, la Tecnociencia lo es mucho más. Representa un peligro, un riesgo para la Naturaleza, pero también para el propio hombre, que puede llegar a convertirse, cayendo en la tentación faústica, en el demiurgo de sí mismo.

Lo que no significa que haya que rechazar la Tecnociencia, dejándose llevar por un primitivismo absurdo, sin salida. ¿Cómo podría el hombre renunciar a tantos beneficios como ha obtenido de ella? Basta con contemplar la capacidad de la medicina actual de prevenir la enfermedad, curarla y mitigar el sufrimiento. O lo que representa la electricidad para vivir con seguridad y confort. O las virtudes, que siguen siendo muchas, de la vida urbana. Tantos beneficios más como la Tecnociencia ha reportado al hombre.

Heidegger nos trae en su texto una poesía de Hölderlin, para hacernos ver la naturaleza del dilema con que nos enfrentamos:

<<Pero donde hay peligro, crece también lo que salva>>

Es decir, el propio peligro con el que se nos presenta la Tecnociencia trae consigo una esperanza de salvación. Pero ¿dónde radica, cómo es, dónde está, dicha esperanza?

En esto Heidegger no puede ser más claro. Empieza aportándonos otra estrofa de Hölderlin:

<<…poéticamente mora el hombre en esta tierra>>

Y termina diciéndonos:

“Como la Esencia de la Técnica no es nada técnica, la meditación esencial sobre la Técnica y la confrontación decisiva con ella tienen que acontecer en una región que, por una parte, esté emparentada con la Esencia de la Técnica y, por otra, sea fundamentalmente distinta a ella.
Esta región es el Arte”.

Lo que para mí significa, usando la terminología que he venido empleando en esta serie, que los peligros que se derivan del desarrollo extraordinario de la Técnica solo podrán ser conjurados desde el Humanismo y la Historia, los otros dos componentes de la cultura humana, que nuestro mundo hipermoderno se ha ido dejando atrás. No hay que tenerle más miedo a la Técnica que el que procede del extraordinario desfase que se ha producido entre su desarrollo y el del Humanismo y la Historia. La recuperación del sentido de la Historia nos dará una visión clara del futuro al que debemos y podemos aspirar. Y el relanzamiento del Humanismo hará que podamos poner buena parte de nuestras esperanzas de salvación en los artistas, los poetas y los pensadores.

Heidegger concluye su “Pregunta por la Técnica” con estas bellas palabras:

“Cuanto más nos acerquemos al peligro, con mayor claridad empezarán a lucir los caminos que llevan a lo que salva, y más intenso será nuestro preguntar. Porque el preguntar es la piedad del pensar”.

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