sábado, 24 de diciembre de 2011

Chiloé en el recuerdo

El Tiuque, un enlace de lo real con lo mágico en
la mitología de Chiloé.

Lejos ahora de Chiloé, no dejo de recordarla y sentir su ausencia.

Añoro la Chiloé de mi intimidad, la de mi cabaña, el bosque que la rodea, el océano que lo ilumina todo, la vida que bulle por doquier, mis vecinos pudúes y tiuques, los chivos cimarrones, los picaflores, todo con un fondo de canelos, pello-pellos y olivillos. Sustentado este conjunto por un silencio que no está hecho de soledad, sino de paz, viento y rumor de olas. Y abrigado por los amigos que tengo allí, en  Duhatao, Puñihuil, Ancud y Castro.

Pero todo lo anterior no es sino lo particular de mis circunstancias. Yo mantengo además otra relación con Chiloé, que comparto con mucha gente desconocida, toda la que, de una u otra manera, la conoce y ama.

Chiloé es una geografía única. Su ser isleña, con el contraste entre la isla grande y las muchas islas pequeñas que son pequeños mundos escondidos,  la dota de gran personalidad geográfica. El chilote, esté donde esté, nunca renegará de su condición. Y se puede ser también chilote de adopción, porque Chiloé es una tierra generosa y abierta, que captura al que llega de fuera.

Luego está su naturaleza, que ha sufrido muchos empellones de los humanos, pero que aún mantiene, como pocas, su condición prístina. No solo porque ha permanecido razonablemente intocada, sino por su vitalidad: la lluvia, el viento, la dulzura de las temperaturas oceánicas, la fuerza de las mareas, todo esto empuja a la vida salvaje de sus bosques y aguas a seguir imponiendo sus reglas. No he visto playas con una belleza tan intensa y a la vez melancólica como las de Mar Brava o Cucao, ni bosques tan misteriosos como los nativos que todavía se esconden en muchas partes de Chiloé, ni arcoiris tan espectaculares como los que reinan con frecuencia en sus cielos, ni aguas tan pacíficas y llenas de vida como las de sus fiordos, ni variedad de tonalidades de verde, desde el dorado hasta el esmeralda,  tan equilibrada como la de sus campos.

Finalmente están los chilotes. Con su cultura a cuestas, una cultura fraguada sobre el encuentro del bosque con el campo y el mar, que llena la naturaleza de figuras antropomorfas, base de una mitología muy rica.  Y con su forma de vivir, sencilla, adaptada a los ciclos naturales de las estaciones y las mareas, polivalente, autosuficiente, espiritual, solidaria, silenciosa y tranquila.

Todo esto forma la base de esa Chiloé a la que amo. Más arriba asoman las amenazas que se ciernen inevitablemente sobre ella. Entre las que destacan dos: el progreso tecnológico desordenado, imponiéndole, principalmente a través de la televisión, una forma artificial, megaciudadana y predadora, de ver la vida, y la ambición humana, que desde muy lejos, desde despachos situados en Santiago o en Europa, quiere ver a Chiloé más como un recurso que como una tierra de campesinos, leñadores y pescadores, que viven de la naturaleza y la respetan.

El futuro de Chiloé está y debería estar en manos de sus jóvenes, apoyados por sus viejos. Nadie más. Ese es mi voto para el 2012 y lo que siga.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Querido Olo, gracias por tus palabras generosas hacia Chiloe y su gente.
Esta tierra esta esperandote
Feliz navidad a ti y tu familia
Carinos Miro