La
angustia es el sentimiento del que se enfrenta con una amenaza cierta cuya
naturaleza desconoce. No hay humano que pueda librarse, antes o después, de ella, aunque no sea más
que porque a todos los nacidos nos espera un final de muerte cierta. De hecho
la mayoría de tus pequeñas angustias cotidianas proceden de que algo querido, que
puede llegar a ser parte integrante de tí mismo, está en peligro de muerte aunque no ha muerto todavía. Puede tratarse de una etapa entrañable de tu vida que se acaba, como cuando abandonas por fin
la casa de tus padres, o de un amor que supuso mucho para ti y que ahora
agoniza, o de una ilusión por la que has luchado hasta
la extenuación y ahora empiezas a
barruntar, aun sin creértelo todavía, que su
realización es imposible, o de un ideal
al que entregaste mucho de tu vida y que finalmente sospechas que era falaz. En
ninguno de los cuatro ejemplos llegas a ser totalmente consciente de que la
muerte de eso que tanto quisiste se acerca, pero ya barruntas que algo muy
triste va a tener lugar, no sabes qué ni cuándo, por eso te angustias.
¿Qué puedes hacer para siquiera mitigar tus angustias? ¿Cómo luchar contra un enemigo
que se esconde o se disfraza, sin darte nunca la cara? Yo propongo aquí acudir a una medicina que, como la aspirina, alivia los síntomas aunque no cure sus causas. ¿Qué intenta conseguir esta
medicina? Ralentizar tu tiempo interior. ¿Cómo? Animándote a ver el mundo que te
rodea con una mirada más mansa.
Pero ¿por qué ralentizar tu tiempo
interior? Porque la angustia suele producir una aceleración del mismo. El temor que tu angustia te induce a eso
misterioso que se acerca te pone en alerta, con lo que muchos acontecimientos
que suceden a tu alrededor y que normalmente te pasarían desapercibidos ahora te alarman, los escrutas con
sospecha, se te convierten en vivencias que son, en definitiva, golpes de péndulo de tu reloj interior, ese que marca tu verdadero tiempo
de vida. Cuando la angustia hace que tu reloj interior empiece a adelantar, tu
día físico se corresponde con un día
interior mucho más largo, que además no trae consigo compensaciones especiales, lo que te estresa y agota.
Así que cuando vayas por la calle,
hazlo mirando al suelo y los semáforos, nada más, como hacen las novicias de las Hermanas de la Cruz
cuando andan por Sevilla, buscando ellas, como si fuera un anillo perdido, su
recogimiento interior. Cuando llegues a casa no enciendas la televisión y si lo haces, no se te ocurra zapear. Cuando comas y
bebas hazlo despacio y poco, paladeando lo que tienes en la boca. Escucha más y habla menos de lo que es habitual en ti. Cuando te
laves y vistas por la mañana hazlo con calma, cuidando
los detalles, como si tuvieras todo el tiempo del mundo. Juega con tu perro,
acaricia a tu gato, sílbale a tu canario por todas
las veces que, malhumorado y apresurado, no lo has hecho. En fin, todo eso y
mucho más, siempre en la línea de reducir el número de acontecimientos que
atraen tu atención, llenándolos a la vez de contenido.
Lo peor
cuando se está angustiado es frecuentemente
la noche. Te desvelas, tu oscuridad se puebla de fantasmas, o te despiertas en
mitad de la madrugada y ya no puedes recuperar el sueño. En circunstancias así
hay medicinas más efectivas que el simple
contar de ovejas. Intenta imaginarte ese zafiro que constituye tu yo interior y
que está en el centro de tu pecho, junto a tu corazón. Es tan grande como el Koh-i-noor pero a la vez de un
azul vivísimo y absolutamente
transparente, exhala frescor. Imagínate acercándote a él, hasta que te zambulles en su belleza, imagínate viendo el mundo exterior desde dentro de él. Y si todo esto no te sirve porque eres más prosista que poeta, intenta resolver con sólo tus imágenes mentales un problema de
geometría del espacio, desde ver la
intersección de un plano inclinado con un
cilindro vertical hasta la de una esfera con un cono en distintas posiciones
relativas, progresivamente más y más complicadas. Disfruta de la belleza de esas figuras geométricas simples, que para Kant nos son innatas, pues no
necesitamos de ninguna experiencia sensible para conocerlas.
Todo lo
anterior no son sino ejemplos. Tú tienes infinitas
posibilidades de convertir tu angustia en una apacible aventura, dependiendo
de tu sensibilidad y tu imaginación, pero si lo haces bien, sin
precipitarte, la paz interior o el sueño al que esperas te llegarán muy pronto, sorprendiéndote.
Y cuando
la angustia pase porque por fin haya hecho acto de presencia la muerte que la
provocaba, entonces podrás finalmente convertir todo lo
que está muriendo en bellos recuerdos, porque tu vida también
está hecha, no sabes hasta qué punto, de ellos.
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