domingo, 3 de marzo de 2013

Contra la angustia


La angustia es el sentimiento del que se enfrenta con una amenaza cierta cuya naturaleza desconoce. No hay humano que pueda librarse, antes o después, de ella, aunque no sea más que porque a todos los nacidos nos espera un final de muerte cierta. De hecho la mayoría de tus pequeñas angustias cotidianas proceden de que algo querido, que puede llegar a ser parte integrante de tí mismo, está en peligro de muerte aunque no ha muerto todavía. Puede tratarse de una etapa entrañable de tu vida que se acaba, como cuando abandonas por fin la casa de tus padres, o de un amor que supuso mucho para ti y que ahora agoniza, o de una ilusión por la que has luchado hasta la extenuación y ahora empiezas a barruntar, aun sin creértelo todavía, que su realización es imposible, o de un ideal al que entregaste mucho de tu vida y que finalmente sospechas que era falaz. En ninguno de los cuatro ejemplos llegas a ser totalmente consciente de que la muerte de eso que tanto quisiste se acerca, pero ya barruntas que algo muy triste va a tener lugar, no sabes qué ni cuándo, por eso te angustias.

¿Qué puedes hacer para siquiera mitigar tus angustias? ¿Cómo luchar contra un enemigo que se esconde o se disfraza, sin darte nunca la cara? Yo propongo aquí acudir a una medicina que, como la aspirina, alivia los síntomas aunque no cure sus causas. ¿Qué intenta conseguir esta medicina? Ralentizar tu tiempo interior. ¿Cómo? Animándote a ver el mundo que te rodea con una mirada más mansa.

Pero ¿por qué ralentizar tu tiempo interior? Porque la angustia suele producir una aceleración del mismo. El temor que tu angustia te induce a eso misterioso que se acerca te pone en alerta, con lo que muchos acontecimientos que suceden a tu alrededor y que normalmente te pasarían desapercibidos ahora te alarman, los escrutas con sospecha, se te convierten en vivencias que son, en definitiva, golpes de péndulo de tu reloj interior, ese que marca tu verdadero tiempo de vida. Cuando la angustia hace que tu reloj interior empiece a adelantar, tu día físico se corresponde con un día interior mucho más largo, que además no trae consigo compensaciones especiales, lo que te  estresa y agota.

Así que cuando vayas por la calle, hazlo mirando al suelo y los semáforos, nada más, como hacen las novicias de las Hermanas de la Cruz cuando andan por Sevilla, buscando ellas, como si fuera un anillo perdido, su recogimiento interior. Cuando llegues a casa no enciendas la televisión y si lo haces, no se te ocurra zapear. Cuando comas y bebas hazlo despacio y poco, paladeando lo que tienes en la boca. Escucha más y habla menos de lo que es habitual en ti. Cuando te laves y vistas por la mañana hazlo con calma, cuidando los detalles, como si tuvieras todo el tiempo del mundo. Juega con tu perro, acaricia a tu gato, sílbale a tu canario por todas las veces que, malhumorado y apresurado, no lo has hecho. En fin, todo eso y mucho más, siempre en la línea de reducir el número de acontecimientos que atraen tu atención, llenándolos a la vez de contenido.

Lo peor cuando se está angustiado es frecuentemente la noche. Te desvelas, tu oscuridad se puebla de fantasmas, o te despiertas en mitad de la madrugada y ya no puedes recuperar el sueño. En circunstancias así hay medicinas más efectivas que el simple contar de ovejas. Intenta imaginarte ese zafiro que constituye tu yo interior y que está en el centro de tu pecho, junto a tu corazón. Es tan grande como el Koh-i-noor pero a la vez de un azul vivísimo y absolutamente transparente, exhala frescor. Imagínate acercándote a él, hasta que te zambulles en su belleza, imagínate viendo el mundo exterior desde dentro de él. Y si todo esto no te sirve porque eres más prosista que poeta, intenta resolver con sólo tus imágenes mentales un problema de geometría del espacio, desde ver la intersección de un plano inclinado con un cilindro vertical hasta la de una esfera con un cono en distintas posiciones relativas, progresivamente más y más complicadas. Disfruta de la belleza de esas figuras geométricas simples, que para Kant nos son innatas, pues no necesitamos de ninguna experiencia sensible para conocerlas.

Todo lo anterior no son sino ejemplos. Tú tienes infinitas posibilidades de convertir tu angustia en una apacible aventura, dependiendo de tu sensibilidad y tu imaginación, pero si lo haces bien, sin precipitarte, la paz interior o el sueño al que esperas te llegarán muy pronto, sorprendiéndote.

Y cuando la angustia pase porque por fin haya hecho acto de presencia la muerte que la provocaba, entonces podrás finalmente convertir todo lo que está muriendo en bellos recuerdos, porque tu vida también está hecha, no sabes hasta qué punto, de ellos.

No hay comentarios: