Te gusta razonar, intentas tener una mente ordenada y tomar
decisiones que tengan una consistencia lógica. Sin embargo… con todo esto no te
es suficiente para resolver los problemas con que te reta tu vida, necesitas
algo más.
A ese algo más se le viene llamando desde hace mucho tiempo
intuición, también inspiración y sexto sentido. Es muy posible que al intuir tu
cerebro actúe siguiendo las mismas reglas que cuando piensa, solo que sus
operaciones permanecen ocultas. Intuir es dejar que tu cerebro piense sin verse
sometido a la crítica constante de tu yo consciente. Es poner tu cerebro, esa
máquina inconcebible por formidable, en piloto automático. Le propones tu
problema, que es como si al piloto automático le marcaras tu rumbo, y lo dejas
funcionar de modo autónomo. Tu cerebro extrae de sus gigantescas memorias todas
las vivencias y experiencias que estén relacionadas con el problema a resolver,
las combina y recombina, sopesa conclusiones, reduce, simula, contrasta,
imagina, critica, compara, enjuicia, sintetiza. Todo esto lo hace con una
potencia de computación que no hay todavía una máquina en el mundo que sea
capaz de aproximársele, y posiblemente nunca la habrá. Como resultado final tu
cerebro te propone una solución, que puede ser un juicio, una evaluación o un
impulso, al que tú sientes emerger de tí con enorme potencia, desde lo más
hondo, como si estuviera saliendo de tus mismísimas tripas (gut feeling) y que se te impone
enseguida como la solución, en cuya certeza confías con una fé
inconmovible.
Intuir es como soñar despierto, de hecho las intuiciones y
los sueños están muy próximos. Un sueño, que puede ser una pesadilla, no es una
solución para un problema, como las que la intuición propone, pero sí es la
representación de una escena que de alguna manera oscura o diáfana te conmueve,
te emociona o asusta, porque si no fuera así no lo recordarías. La representación de
algo que, escondido en tu subconsciente, es importante para ti.
Dicen que las mujeres son más intuitivas que los hombres.
Puede que sea así. Desde un punto de vista biológico, el animal hombre, que
busca activamente una hembra que fecundar, caza para alimentar a sus crías,
lucha para proteger a su familia de sus enemigos, trabaja para construir un
refugio en el que quepan todos, es un animal de acciones y reacciones, más mecánico y newtoniano que
el animal mujer, que dejándose fecundar por el macho que ha elegido, engendrando
y gestando durante largos meses a sus crías, cuidando de sus hijos pequeños, enseñándoles
a vivir, amándolos y mimándolos, es más un animal de pasiones, más biológico y
darwiniano que el animal hombre.
Es posible que el animal mujer utilice más que el animal
hombre esa inmensa parte del cerebro que produce intuiciones, capaz de actuar
por su cuenta, sin que un conductor tenga que estar frenando, acelerando y
cambiando las marchas de esos tejidos cerebrales enormemente complejos. Yo lo
creo así. Yo creo que el animal mujer es más como un navegante que ajusta
suavemente la vela de su barquito y corrige su rumbo con mínimos requerimientos
a la caña del timón, haciendo uso de la fuerza del viento para conseguir sus
objetivos. Mientras que el animal hombre es más como el conductor de un
elefante asiático en una cacería de tigres de Bengala, que además lleva al
maharajá en el lomo del paquidermo que él dirige, que por lo tanto cada minuto
que pasa se lo está jugando todo en el cómo maneja su larga vara de domador,
además de que el maharajá no deja de darle órdenes y contraórdenes. Ese maharajá es, a veces, su propia mujer.
El animal mujer es más una esperanza permanente, mientras
que el animal hombre es más un constante agobio. Eso dicho como una arriesgada generalización, porque siempre hay excepciones que, sin embargo, confirman la regla.
Algunas quizá digan que soy un machista por esto que pienso,
pero a mí me parece bastante razonable. Por otra parte, así también lo intuyo.
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