Abstracto en gris |
Sospechas
que al otro lado de la pared alguien puede estar sufriendo. Sientes el impulso
de acudir en su ayuda. Pero ¿y si es al revés, si los gritos que oyes son de alegría y no de dolor? El tabique más
bien parece un muro, es sólido, quizá de hormigón, sólo deja pasar sonidos graves, distorsionados, que los hace
confusos, ambiguos.
No sabes
qué hacer. Podrías salir a la calle, avanzar por el pasillo exterior de ese
motel perdido en la llanura cubierta por la niebla nocturna y llamar a la
puerta de la habitación vecina, luego preguntar si
necesita(n) ayuda.
Pero no te
atreves a hacerlo, te quedarás con las dudas de sí pudiste ayudar en algo, echar una mano. Tu única certeza en esta noche en
la que te tapas la cabeza con la almohada para no escuchar los rumores sordos
de lo que podría ser sufrimiento... tu única certeza... es que siempre has sido un cobarde.
El mundo
está lleno, por cierto, de dudas
de esta clase. Doblas una esquina y en la calle solitaria ves a un hombre que
se queja tendido en el suelo. ¿Estará herido, enfermo o simplemente borracho? ¿Te atacará cuando te acerques, te
ensuciará con sus vómitos o su sangre? Sientes ganas de huir corriendo.
Pobre,
miserable cobarde. Tú y los que son como tú estáis cubiertos por una
capa espesa de polvo insolidario. Vivís en madrigueras, estáis a punto de perderos, se os acaba el tiempo.
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