Lo que
está pasando con Chipre o por
mejor decir con los ciudadanos chipriotas es una vergüenza que puede llegar a convertirse en canallada.
¿Cuál es la culpa de estos ciudadanos chipriotas que se ven de pronto ante la ruina total? La de ser chipriotas, es decir, la de haber nacido
en Chipre, ninguna otra. Se nos pretende convencer desde los centros de poder
de la Unión Europea de que el entero país de Chipre es un nido de piratas corruptos y perezosos,
dedicados a lavar el dinero de la mafia rusa. Cuando esto es manifiestamente falso. Chipre es un país levantado por una comunidad étnica y culturalmente griega que ocupa sólo la mitad de una pequeña
isla. Su gobierno decidió convertirlo en una suerte de paraíso
fiscal, como lo son sin que por ello nadie deje de considerarlos honorables,
Luxemburgo, San Marino, Andorra o hasta Suiza en la Europa continental, así como las Islas del Canal o la Isla de Man en el mismísimo Reino Unido. El estado de Chipre entró en una crisis financiera profunda, no por el hecho de ser
un paraiso fiscal, sino como consecuencia de la crisis financiera mundial
nacida en Wall Street, que a ellos les afectó a través de Grecia. Pero desde el Banco Central Europeo no se les ha querido
ayudar sino imponiéndole previamente una presión financiera insoportable para los ciudadanos chipriotas. Lo
mismo ha pasado con Grecia, Italia, España y Portugal, países que si no consiguen salir de las recesiones provocadas
por los ajustes sufrirán una inestabilidad social que
puede crear problemas graves.
El
intento flagrante de incumplimiento por parte del Eurogrupo y el Banco
Central Europeo de los compromisos que
tienen frente a los pequeños ahorradores de los estados
miembros tendrá inevitablemente consecuencias
morales desastrosas, porque quedará como una advertencia a otros
países en dificultades de que
montar un corralito que castigue y arruine a los ahorradores es siempre posible.
Todo indica que quien lidera esta amenaza de incumplimiento, que aparentemente
se ha quedado en bravuconada, son el
gobierno y las autoridades financieras de Alemania, ya es hora de que se vaya
diciendo así de claro. Todo sugiere que la
Alemania reunificada, la nueva gran Alemania, el país más poblado y poderoso del Eurogrupo y de
la Unión Europea, ha perdido su
antigua fe europeísta y se va retirando hacia la defensa de sus propios
intereses, aún a costa de los de sus socios
europeos. De la crisis financiera que atraviesan los países mediterráneos, estos poderosos grupos de opinión alemanes culpan no ya a sus gobiernos, sino hasta a sus
pueblos, a los que de alguna manera se presenta como pueblos inferiores,
incapaces de ponerse a la altura de los pueblos centroeuropeos que integran el
resto del Eurogrupo. Aunque parezca increíble, esto es lo que está
empezando a pasar en Europa, conviene gritarlo claramente ya, antes de que sea
demasiado tarde.
El
populismo es una enfermedad política de las naciones que hace que una parte de sus ciudadanos
se considere víctima de la otra parte, y por
ello incumpla sus deberes mínimos de solidaridad hacia esa
otra parte y la abandone a su mala
suerte, jaleada en esta tarea finalmente autodestructiva por sus gobiernos y
sus élites. Esto está pasando ya en la Unión Europea, a nivel de los países del Eurogrupo, que comparten el euro como moneda común. El foco de esta
enfermedad parece estar en Alemania. Si en muchos
casos el populismo prende en los estratos más
pobres de una sociedad, en este caso europeo se trata de un populismo de ricos.
Pero cualquier tipo de populismo es nefasto, por lo que representa en sí mismo y porque es además
una puerta de entrada al fascismo. Conviene decirlo, gritarlo para intentar que
un proceso tan pernicioso se pare. Apelando para ello a lo mejor de Alemania,
una nación que antes de reunificarse,
cuando sólo era su mitad occidental, la
República Federal de Alemania,
contribuyó tan decisiva y generosamente
a la puesta en marcha del sueño común europeo.
La ira de los chipriotas se expresa aquí con suprema ironía |
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