sábado, 8 de febrero de 2014

En Puerto Montt

Hoy viernes 7 de febrero he tenido que ir a Puerto Montt. ¡Terrible experiencia!, la ciudad grande, ruidosa, estresada, desordenada, con Falabella y Ripley como atracciones fundamentales. He salido de allí lo antes posible. No cabe duda, la vida en el campo me está haciendo daño, me está creando una peligrosa adicción.

La autopista de cuatro vías que está casi terminada entre Puerto Montt y Pargua, pero que se acaba cinco kilómetros antes de Pargua, está pensada, a mí no me cabe duda, para conectar con el futuro puente. Ya están listas las estaciones para pago del peaje. Si se hace el puente, con un peaje parecido al del transbordador, y luego está la autopista hasta Puerto Montt con otro peaje, a la gente de Chiloé le va a salir el doble de caro ir a Puerto Montt que ahora. Luego el puente no parece estar pensado para la gente de Chiloé. Entonces ¿para qué se hace el puente, para la mejor invasión de Chiloé? Si ese es el caso, ¿invasión por quién y para quién? Muchas preguntas y poco tiempo para contestarlas o prevenirlas.

En el transbordador de ida se me acerca un matrimonio y me piden que los lleve hasta Puerto Montt. Son de un sector cercano a Hornopirén, ese es su destino final. Me dicen que allí la gente ha abandonado el campo en favor del trabajo en la mar, especialmente las salmoneras, él, concretamente, es buzo en una. Tienen tres hijos, buenos estudiantes que estudian con becas, el mayor está a punto de terminar la Universidad. Los jóvenes no quieren la vida que tuvieron sus padres, eso me dicen. Cuando salen del campo para trabajar o estudiar, ya no vuelven nunca. “Nos hemos quedado solos, pero todo sea por el bien de nuestros hijos”.

Les pregunto por los chalilos. Y para mi grandísima sorpresa me dice que en Hornopiren volaron ya en Enero. Siento una inevitable frustración. ¿Acaso es Chiloé más frio que Hornopirén? Para colmo, ayer me dijo mi vecina que hay años en que los chalilos no llegan a volar. Me siento abandonado, engañado por mis chalilos, pero me resisto a perder mi fe en ellos.

¡Menudo día! Para consolarme, nada más llegar a mi cabaña me he puesto a hacer pan. ¡Y no he conseguido terminar de amasar la maldita harina! He metido los panes en el horno como he podido, con un cuchillo ancho, pues los pegajosos panes que no puedo manejar con mis manos no se pegan a su hoja. Ya ayer, cuando mi vecina vio la harina que había comprado, se rió de mí. “Esa marca es malísima”, me dijo, pero no me advirtió del tormento que acabo de pasar, hecho yo un revoltijo pegajoso con la masa inamasable.


Bueno, no todos los días son así, los hay mejores.

Después de todo, el aspecto de mis panes recién salidos del horno
no es desesperadamente malo
.

2 comentarios:

publicador dijo...

Pues no tienen tan mal aspecto, casi se nota el olor a pan.

En Puerto Montt hay dos estaciones: la de las lluvias y la del tren.

olo dijo...

Las fotos engañan, incluso sin Photoshop, hay que estar prevenidos.

De Chiloé podría decirse algo parecido, aunque el tren desapareció hace años. Pero esta lluvia de Chiloé tampoco es lo que aparenta. Deja muchos claros en los que luce el Sol, que le saca todo el partido a los numerosos tonos de verde y los amarillos del paisaje. De hecho la lluvia muy abundante de Chiloé es, salvo en los inviernos profundos, un diálogo acalorado entre el Sol y las nubes. De hecho yo me doy cuenta de que el Sol padre benéfico está ahí arriba siempre fiel mucho más aquí que en Sevilla, porque allí me aplasta o como mínimo me fatiga, y busco la sombra. Y luego, del idilio entre el Sol y la lluvia, surgen aquí los arcoiris más maravillosos del mundo, espesos, intensísimos de color, dobles muchas veces. Tan reales que uno hasta estaría dispuesto a creer que donde se hunden sus extremos en la tierra o la mar hay una hucha de oro.