Hace ahora tres años que la que
se llamó primavera árabe estaba en todo su esplendor. La revolución popular
había estallado en la plaza Tahrir del Cairo, el poder despótico de Gadaffi
empezaba a agonizar en Libia, la muerte de un héroe, Mohamed Bouazizi, iniciaba
el final de un régimen corrupto en Túnez. Todos estos acontecimientos ponían de
manifiesto que los pueblos podían rebelarse y cambiar la historia, por tanto el
mundo.
Yo estaba entonces en Chiloé,
como ahora, y escribí sobre estos asuntos, que me parecieron trascendentales,
en el sentido más literal de este adjetivo. Lo eran. A pesar de que estas
revoluciones no han llevado todavía a ninguna liberación clara, la entera
Africa del Norte y el mundo árabe en su conjunto ya no serán nunca más lo mismo
que fueron antes de que estos acontecimientos se desencadenaran. Unos pueblos
que lo único que quieren es paz, justicia y esperanza, demostraron que estaban
ahí, en pie. Muchas cosas cambiaron desde entonces silenciosamente. Y seguirán
haciéndolo.
En estos días el mundo está enfrentando
otros dos acontecimientos de significado distinto pero que a mí me parecen de
primera magnitud histórica.
1).- La revolución popular más
pura y dura ha acabado en Ucrania con un régimen despótico. Todo indica que ha
sido una victoria del pueblo solo contra sus opresores. Apoyar a estos fue un
inmenso error de la Rusia de Putin. No apoyar con más entereza a los rebeldes
ha sido una cobardía de la Unión Europea y la mayoría de las potencias
occidentales; cobardía disfrazada de prudencia, por supuesto, pero cobardía.
Toda la Europa que fue comunista se conmueve, harta de ver cómo regímenes que
fueron despóticos son ahora regímenes corruptos, con personajes del mismo
pelaje al mando. Ahí puede surgir un mundo nuevo, en las tierras de
Dostoyevski, Tolstoi, tantos otros hombres ilustres, ahí puede renacer ese
mundo nuevo de las cenizas de otro mundo que ya está muerto.
2).- Los asaltos a las fronteras
de Ceuta y Melilla, dos ciudades españolas ancladas en la costa mediterránea marroquí,
por jóvenes subsaharianos que han abandonado sus países para buscar esperanzas
de futuro en la Unión Europea. Hace ya muchos años, en 1981, fui testigo de la odisea
de todos aquellos jóvenes que ya entonces se ponían en marcha desde la negritud
en busca de un futuro mejor. Su primer escollo era el cruce del Sahara.
Tardaban hasta dos y tres años en conseguirlo, en una aventura en la que les
tocaba trabajar como esclavos en los sitios más insólitos y morir muchos en las
arenas del desierto; Gadaffi fue un especialista en maltratar a estos
infortunados. Son esos jóvenes que han llegado ¡por fin! a las fronteras de la
Unión Europea, que para ellos son las fronteras de la esperanza, y que se
encuentran con barreras insalvables, pues la tecnología del control fronterizo
ha avanzado mucho y cada vez es más difícil para los desesperados superarla.
Asaltan las vallas fronterizas dispuestos a morir en el intento, esa es su
petición de auxilio. El Africa negra está harta de su soledad, su condena a la
desesperanza. Lo que hace en Ceuta y Melilla es gritar pidiendo auxilio. ¿Seremos
capaces los europeos de dárselo? Es nuestra responsabilidad. Durante siglos los
esclavizamos, luego repoblamos América con ellos, finalmente los sometimos a un
colonialismo despiadado. Va siendo hora de que hagamos algo más justo. Además
nos vendría bien, la Europa envejecida necesita de la juventud africana, esto
lo digo para que los cínicos también entiendan que ayudar a Africa puede ser
para Europa un buen negocio a largo plazo.
¿A largo plazo?, dirán algunos, ¿qué
es eso del largo plazo? Pues el único territorio donde puede
sobrevivir la esperanza.
Arriba: Jóvenes subsaharianos que acaban de saltar violentamente la
valla fronteriza y entrar en Melilla.
Abajo: Revolucionarios ucranianos en Kiev.
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