viernes, 28 de febrero de 2014

Algo se está moviendo en las entrañas del mundo.

Hace ahora tres años que la que se llamó primavera árabe estaba en todo su esplendor. La revolución popular había estallado en la plaza Tahrir del Cairo, el poder despótico de Gadaffi empezaba a agonizar en Libia, la muerte de un héroe, Mohamed Bouazizi, iniciaba el final de un régimen corrupto en Túnez. Todos estos acontecimientos ponían de manifiesto que los pueblos podían rebelarse y cambiar la historia, por tanto el mundo.

Yo estaba entonces en Chiloé, como ahora, y escribí sobre estos asuntos, que me parecieron trascendentales, en el sentido más literal de este adjetivo. Lo eran. A pesar de que estas revoluciones no han llevado todavía a ninguna liberación clara, la entera Africa del Norte y el mundo árabe en su conjunto ya no serán nunca más lo mismo que fueron antes de que estos acontecimientos se desencadenaran. Unos pueblos que lo único que quieren es paz, justicia y esperanza, demostraron que estaban ahí, en pie. Muchas cosas cambiaron desde entonces silenciosamente. Y seguirán haciéndolo.

En estos días el mundo está enfrentando otros dos acontecimientos de significado distinto pero que a mí me parecen de primera magnitud histórica.

1).- La revolución popular más pura y dura ha acabado en Ucrania con un régimen despótico. Todo indica que ha sido una victoria del pueblo solo contra sus opresores. Apoyar a estos fue un inmenso error de la Rusia de Putin. No apoyar con más entereza a los rebeldes ha sido una cobardía de la Unión Europea y la mayoría de las potencias occidentales; cobardía disfrazada de prudencia, por supuesto, pero cobardía. Toda la Europa que fue comunista se conmueve, harta de ver cómo regímenes que fueron despóticos son ahora regímenes corruptos, con personajes del mismo pelaje al mando. Ahí puede surgir un mundo nuevo, en las tierras de Dostoyevski, Tolstoi, tantos otros hombres ilustres, ahí puede renacer ese mundo nuevo de las cenizas de otro mundo que ya está muerto.


2).- Los asaltos a las fronteras de Ceuta y Melilla, dos ciudades españolas ancladas en la costa mediterránea marroquí, por jóvenes subsaharianos que han abandonado sus países para buscar esperanzas de futuro en la Unión Europea. Hace ya muchos años, en 1981, fui testigo de la odisea de todos aquellos jóvenes que ya entonces se ponían en marcha desde la negritud en busca de un futuro mejor. Su primer escollo era el cruce del Sahara. Tardaban hasta dos y tres años en conseguirlo, en una aventura en la que les tocaba trabajar como esclavos en los sitios más insólitos y morir muchos en las arenas del desierto; Gadaffi fue un especialista en maltratar a estos infortunados. Son esos jóvenes que han llegado ¡por fin! a las fronteras de la Unión Europea, que para ellos son las fronteras de la esperanza, y que se encuentran con barreras insalvables, pues la tecnología del control fronterizo ha avanzado mucho y cada vez es más difícil para los desesperados superarla. Asaltan las vallas fronterizas dispuestos a morir en el intento, esa es su petición de auxilio. El Africa negra está harta de su soledad, su condena a la desesperanza. Lo que hace en Ceuta y Melilla es gritar pidiendo auxilio. ¿Seremos capaces los europeos de dárselo? Es nuestra responsabilidad. Durante siglos los esclavizamos, luego repoblamos América con ellos, finalmente los sometimos a un colonialismo despiadado. Va siendo hora de que hagamos algo más justo. Además nos vendría bien, la Europa envejecida necesita de la juventud africana, esto lo digo para que los cínicos también entiendan que ayudar a Africa puede ser para Europa un buen negocio a largo plazo. 

¿A largo plazo?, dirán algunos, ¿qué es eso del largo plazo? Pues el único territorio donde puede sobrevivir la esperanza.

  Arriba: Jóvenes subsaharianos que acaban de saltar violentamente la 
 valla fronteriza y entrar en Melilla.
 Abajo: Revolucionarios ucranianos en Kiev.

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