miércoles, 19 de febrero de 2014

La verdad

Por aquello de que la gente de ciudad tiene que andar siempre con tareas y ocupaciones a cuestas, siempre pensando en que se le va el tiempo, que la vida es demasiado corta, que quiere hacer mucho más de lo que puede hacer, me traje a Duhatao un montón de libros para leer acerca de la crisis planetaria que va a ocupar este siglo XXI, lo del cambio climático y todo eso.

Y en verdad que los estoy leyendo, aunque lentamente, al ritmo pausado al que corre el tiempo aquí en Duhatao. Contienen estos libros mucho ruido de fondo, están llenos de discursos inteligentes, datos, acusaciones, justificaciones, pronósticos, sugerencias, enseñanzas, de todas esas innumerables chispas de inteligencia que los cerebros humanos somos capaces de albergar y producir.

Estos libros que traje a Duhatao me los llevaré de vuelta a ese mundo urbano al que, lo quiera yo o no, pertenezco, para terminar de leerlos allí. Pero hay un libro que solo puede leerse aquí, el libro de la naturaleza, escrito en vivo por los animales y las plantas, las rocas, la tierra, las nubes, el cielo y el mar que aquí me rodean. Leyendo este libro durante estos días me he dado cuenta de que, en verdad, no hay conflicto entre la naturaleza y el hombre, que en lo más hondo y verdadero de sí mismo el hombre no es sino una parte de la naturaleza. ¡Parece tan obvio! Y sin embargo muchísima gente no lo entiende, menos aún lo practica, así.

El conflicto, que existe y es grave, lo tiene el hombre consigo mismo. Arthur Koestler lo anunció con dramática clarividencia: el desarrollo espectacular del neocórtex cerebral, que dio paso al Homo sapiens, puede verse de dos formas bien distintas: como un gran salto evolutivo hacia delante o como una enfermedad, el desarrollo monstruoso de un tumor cerebral que terminará acabando con el hombre mismo.

El problema está en que el hombre ha querido resolver ese conflicto que tiene consigo mismo a costa de la naturaleza, equivocando así totalmente el camino. Y persiste en ello, usando la tecnología de un modo que muchas veces puede calificarse de perverso. Por poner un ejemplo actual, ahora empieza a pensarse en que la solución al cambio climático podría estar en una suerte de geoingeniería planetaria, que nos permitiría sembrar la alta atmósfera de ácido sulfúrico para disminuir el paso de calor solar,  o los océanos de hierro para aumentar artificialmente la biomasa de microalgas capaz de absorber los excesos de CO2 de origen antrópico. Cosas así, monstruosidades así que no harían sino permitirnos continuar un poco más nuestra loca huida hacia delante. Finalmente, por este camino, la naturaleza, en particular la biosfera en su conjunto, sobreviviría, quien no lo haría sería el hombre, al menos lo humano tal y como todavía lo entendemos y apreciamos.

Este conflicto del hombre consigo mismo tampoco se resolverá con más tecnología, al contrario, así seguirá agravándose. La primera revolución tecnológica del hombre fue la invención del lenguaje hablado y se desarrolló en alfabetos y lenguajes escritos. Significó el encuentro del hombre con la palabra, de donde nació la cultura y en ella el ansia por buscar y encontrar la verdad. Es a este nivel tan primitivo, tan básico, al que el hombre debería retrotraerse para resolver sus conflictos internos. Deberíamos ser capaces de reencontrarnos con las palabras más elementales, desenterrar de entre las ruinas confusas de nuestros lenguajes actuales el lenguaje sencillo, ese que habla de las cosas importantes, que todos entienden: el amor, la belleza, la vida y la muerte, el bien y el mal, la felicidad, el altruismo, la violencia, el conflicto, todas esas palabras tan básicas. Ponernos frente a ellas, redescubrirlas, ir reconstruyendo las relaciones que las ligan. A partir de aquí, con pureza de corazón, vislumbrar cómo tendría que ser ese mundo nuevo en el que todos, incluida la naturaleza, deberíamos tener cabida. Desde esta visión y con ella, ir reconstruyendo el mundo de los hombres, pero no hacia fuera, sino hacia dentro, hacia las honduras de nuestros cerebros y corazones humanos.

A muchos le parecerá una salvajada lo que voy a decir ahora. No me importa. Estoy llegando a la conclusión de que el problema más importante con el que los hombres nos encontramos ahora mismo es el religioso. Pero no en el sentido institucional de las religiones existentes, sino desde una perspectiva mucho más básica y menos histórica. 

Tenemos que volver a creer en palabras que trasciendan nuestros instintos y nuestros intereses individuales o de tribu. Palabras que sean universales y que todos entendamos de la misma manera. Pocas pero claras. Eso hoy en nuestro mundo no existe.

Más que guerreros y sabios, lo que necesitamos hoy son santos y profetas. Más que filósofos, poetas. Más que dragones, ángeles. Gente con la inspiración y el carisma necesarios para unirnos en verdades sencillas, capaces de conmovernos y hacernos cambiar.

Ya lo dejó dicho un gran poeta, Antonio Machado:

¿Tu verdad?
No,la verdad;
Y ven conmigo a buscarla,

La tuya guárdatela.

No hay comentarios: