lunes, 24 de febrero de 2014

La costa brava de Chiloé

La isla de Metalqui, hoy, vista desde el Norte
Visité hoy de nuevo la isla de Metalqui, con unos amigos y otra vez en la embarcación Blue Whale Explorer, una empresa conjunta de los operadores turísticos de la pingüinera de Puñihuil. El día prometía bueno pero no cuajó como tal: un viento frío del Sur, la omnipresente mar de fondo y una niebla que disminuyó la visibilidad a poco más de una milla, lo convirtieron en un día duro, gélido en mitad del océano, en el que no había horizonte suficiente para avistar ballenas. Aun así, es tanta y tan singular la belleza de aquellos paisajes que sobradamente mereció la pena la excursión.

Lobos junto al mar en la cara Sur
de la isla de Metalqui
Metalqui seguía tan bello como siempre, llenos de lobos enamorados y sus familias, un espectáculo visual espléndido pero también oloroso y sonoro. Allí estaba fondeado, amparándose del viento Sur tras los farallones impresionantes de la costa Norte de la isla, un pesquero de Castro, el Carlos Fabian, dedicado a la pesca de la reineta (palometa o japuta en España) con espinel (palangre en España). Estos barcos hacen turnos de varios meses en la mar, una vida dura, más en aquellas aguas. Nos acercamos a saludarlos y nos pidieron tabaco, voló un paquete de cigarrillos hacia ellos y tardaron décimas de segundo en encenderlos y “echárselos a pecho”. Me acordé de la gente de la mar española, los pescadores de altura, de los que tan cerca estuve durante años. Aquellos hombres del Carlos Fabian me parecieron personajes escapados de un libro de Herman Melville o de una narración de Francisco Coloane.


Izquierda: El Carlos Fabian, abrigado del viento Sur en la cara Norte de Isla Metalqui.
Derecha: la tripulación del Carlos Fabian agradeciendo el tabaco.
La vuelta a Puñihuil entre la niebla y el frío me maravilló y desató mi imaginación. El patrón de nuestra embarcación, Francisco Altamirano, navegó ahora cerca de la costa, que se conoce mejor que la palma de su mano. Con escasa visibilidad, iba viendo y reconociendo las grandes rocas que cubren toda este litoral Oeste de Chiloé. Y yo, viéndolas emerger de entre la niebla como monstruos fantasmales , con su collar de rompientes blancos y furiosos, me acordé de todos los navegantes que han pasado por aquí durante los siglos de la navegación a vela, de sus penalidades y a veces naufragios. De la fragata Wager, en la que navegaba el abuelo de Lord Byron, que naufragó entre rocas al sur del Golfo de Penas. De las dos naos de la expedición  exploradora de Juan Ladrillero, de las que solo volvió una al Callao después de casi dos años, y con pocos supervivientes a bordo, de los accidentados viajes de Sarmiento de Gamboa. De tantos otros. Y disfruté contemplando aquella extraña, tempestuosa y desgarrada forma de belleza.

Arrecifes rocosos junto a la isla de Metalqui

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