Para esos momentos de la vida en que te sientes lleno de descubrimientos que querrías pregonar y sin embargo eres incapaz
de articular palabra. Es como cuando viajas en tren, entras en un largo túnel y
de pronto, sin que lo esperes, llega la luz y te encuentras ante un hermoso
paisaje. Precisamente porque te quedas mudo, a momentos así se les debería
llamar inefables.
La de esos tiempos inefables es una de las categorías de la
felicidad, quizá la más humilde, porque raramente llegas a ser consciente de
que está ahí, junto a ti, acompañándote. Tú solamente te sientes lleno de
sentido, tu vida rebosa de significado. Tanto así que eres incapaz de vigilarte
a ti mismo con la suspicacia que pones en eso cuando eres menos feliz. No sueles darte cuenta de que esos momentos inefables han
existido hasta que te faltan. Entonces, desde su ausencia y su recuerdo, comprendes
el tesoro, el don que son.
Por eso, cuando en el seno de uno de esos momentos inefables
no sepas qué decir, cuando sabiendo que tendrías muchas cosas que gritar no
consigues articular una sola, ese es el tiempo de limitarte a dar gracias.
Nada menos. A todos los que te quieren, a los que son tolerantes contigo, a los
que piensan bien de ti, en suma, a los que creen en ti, darle las gracias a
todos esos desde tu silencio y tu lejanía, recordándolos. Quién sabe, a
lo mejor están todavía por descubrir ondas de afecto que circulan por el
espaciotiempo o por su cara oculta a velocidades inmensas, próximas a las de la
luz. Por si es así, aprieta los dientes y los ojos, sopla y haz como si
estuvieras lanzando estas ondas de afecto a todos esos que persisten en no
olvidarte.
A la vez que das las gracias a los que te quieren, haz un esfuerzo y acuérdate de los que crees que no te quieren e intenta comprenderlos. Acuérdate también, si no es pedirte demasiado, de la gente concreta que tú sabes que
está sufriendo, esos a los que conoces de cerca. Sopla con fuerza tu afecto hacia tu espacio exterior, a favor o
en contra del viento, porque quién sabe, a lo mejor a ellos les llega también
algo.
Y cuando baje la marea, descansa, comprende que los momentos inefables no son eternos, son eso, momentos que vienen y van, sal de la vida.
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