miércoles, 5 de febrero de 2014

Plotino y la belleza

Cada uno ve el mundo desde su ventana. Por eso hay tantos mundos distintos como pares de ojos que los perciben desde individuos singulares. Y por eso, en nuestras relaciones con los demás, es indispensable que hagamos un esfuerzo por entender que no todos tenemos el mismo punto de vista precisamente porque nos asomamos a ventanas distintas.

Yo paso muchas horas en mi estudio de Duhatao, con unas cuantas ventanas abiertas al bosque o al mar. Una en particular está frente a mí y da a una pequeña terraza a través de la cual veo el Pacífico. En el barandal de esta terraza se posan mis amigos tiuques para comerse los trocitos de pan que les dejo. Pero no solo me visitan los tiuques, también los jotes, a los que les dediqué una entrada hace unos días, y ayer los traros.


El traro es un ave de buen porte, tiene el tamaño de un águila grande, fuerte pico y amplias garras. Es hermosa, pintada además de varios colores. Impresiona el conjunto de su aspecto, pero es cobarde. Sus hábitos de vida son carroñeros, aunque dicen que son capaces de llevarse hasta un corderito entre las garras. Siendo un animal de volúmenes y envergadura que casi doblan a los del tiuque, sin embargo le huye. Eso pasó ayer ante mi ventana. Dos traros rondaban por allí con intenciones de quitarle la comida a mis tiuques, pero estos, que andan siempre cerca, llegaron enseguida y los echaron con violencia, a golpes de ala (el equivalente aviar de las bofetadas) y chillidos. Incluso los persiguieron en vuelo hasta que los perdí de vista sobre el bosque.


La foto superior izquierda muestra el momento en que el traro avista al tiuque que viene enfurecido en su búsqueda. La derecha el momento en que inicia un vuelo de huida.
En la segunda foto puede verse que el movimiento no es el mismo en toda la extensión del ave. Los extremos de las plumas remeras de las alas se mueven a más velocidad, por eso están más desenfocados. El traro se ha dejado caer desde el barandal de la terraza pero ya empieza a remontarse, aleteando con fuerza a la vez que huye.

Estas fotos de aves en vuelo, incluso cuando tomadas por un fotógrafo inexperto como yo, tienen un gran interés porque revelan detalles que nos pasan desapercibidos en un vídeo, dada la rapidez de los movimientos. Las evoluciones de un ave en vuelo son muy bellas, las fotos que las captan, instantáneas como están obligadas a ser, recogen sin embargo el dramatismo de los movimientos como jamás lo haría una película. Su interés estético está precisamente en esa capacidad de captar toda la belleza del movimiento precisamente deteniéndolo en seco, dejándolo reducido a un instante. Luego volveré sobre esto.

La siguiente serie de tres fotos en vertical capta también la belleza  de las instantáneas de aves en vuelo.






En esta de arriba, estaba el pollo tiuque comiendo restillos de pan sobre el barandal de mi terraza, con su padre o madre andando hacia él desde la izquierda.












Entonces el padre o madre levantó el vuelo, ante la indiferencia del pollo. En la foto central se lo ve dando aletazos imponentes cuando pasa por encima del pollo, para mantenerse en vuelo. Impresionante cómo se despliegan las alas en toda su anchura para proporcionar poder de sustentación.
El pollo, por cierto, sigue a lo suyo, con su pan, ignorante del resto del mundo.












Y en la foto de abajo el tiuque, ya estabilizado, cambia de rumbo para dirigirse a su destino. La cola hace de timón, y por su inclinación parece querer torcer el rumbo del ave hacia estribor. Las alas han reducido su superficie, la sustentación en el aire no es ya el problema, ahora la velocidad es suficiente para proporcionar una sustentación dinámica, como en los aviones, y la función de las alas es remar para que el ave avance.






Otra vez se recogen en estas instantáneas bellezas del vuelo que en una película difícilmente se apreciarían.


Y ahora llego a mi comentario final, enlazando todo lo dicho sobre las aves con el asunto de las dos formas de belleza según Plotino, que estos días me tiene un poco en vilo por intentar comprender todo el sentido que este concepto tiene. Por comprenderlo significo asumirlo, hacerlo definitivamente mío.

Para Plotino,hay dos categorías de belleza, la estática y la dinámica.

Estática es la belleza del Partenón o de la Venus de Milo. Dinámica la de todo lo bello que contiene movimiento y con éste dirección, como la foto de la sonrisa misteriosa de una mujer bella, o la de una bailarina, o una pintura como la de Bacon que ya analicé en otra entrada de este blog, o los cuadros de la gran Frida. Incluso la torre de Pisa tiene una belleza dinámica que acompaña a su gran belleza de formas, porque se alza desafiando a la gravedad y podría derrumbarse en cualquier momento.

La belleza dinámica no es en modo alguno superior a la estática, simplemente es diferente. Pero hay bellezas que solo pueden expresarse como dinámicas, otras que solo son estáticas y otras como la de la torre de Pisa que participan de las dos. 

Entre las bellezas que solo pueden ser dinámicas están todas las virtudes humanas, que por su naturaleza inmaterial solo pueden manifestarse en sus movimientos, sus aspiraciones, la dirección que toman. Así la bondad, la generosidad, el afán de justicia, todas las bienaventuranzas evangélicas, la poesía, el valor, la inspiración, el genio. Todo eso y mucho más. Estas bellezas inmateriales son, en sentido estricto, las que Plotino considera como segunda forma de la belleza. Pero yo incluyo también todas las manifestaciones de belleza que son dinámicas.

Puesto que un blog es un medio visual, intentaré poner ahora de manifiesto las diferencias entre las dos bellezas mediante algunas fotografías.





Grace Kelly fue una de las mujeres más  admiradas por mí cuando todavía era casi un niño. Su belleza en esta foto es estática, aunque perfecta. Y digo que es estática porque aunque sonríe y la sonrisa puede ser una emoción, ella está claramente posando para el fotógrafo. Busqué en Internet alguna foto de la Kelly en la que no estuviera posando y no encontré ninguna. Habría que haber buscado entre los fotogramas de sus películas, pero no estaban a mi alcance.





Esta es una serie de tres fotos del gran conductor de orquesta que fue Herbert Von Karajan. En la de arriba está simplemente posando; no cabe duda de que es un hombre bello, posiblemente hasta coquetón, desde luego seguro de sí mismo, de su inteligencia y su belleza.










En la segunda está preparándose para iniciar una parte de una pieza musical. Aquí hay ya dinamismo. Aunque físicamente la quietud de Von Karajan es absoluta, ello es consecuencia de la concentración que precede a la acción. El artista hierve por dentro, su belleza esta llena de dinamismo interior.










Y en esta última foto el director quiere introducir a su orquesta en un movimiento particularmente dramático de la pieza que interpretan. El cuerpo de Von Karajan, tenso para la acción, es solo un sostén de fuerzas poderosas que están empezando a derramarse. Ya no le pertenece solo a él, es de toda la orquesta.
(Incidentalmente, su figura es casi idéntica a la del banderillero de una corrida de toros: listo para el trance).





Finalmente acudiré como ejemplo típico de una belleza esencialmente dinámica a una imagen del gran torero Curro Romero dando un pase natural, quizá en la Plaza de la Maestranza de Sevilla. Aquí todo es acción. La foto, naturalmente es estática, es una instantánea, pero está llena de fuerzas que se hacen patentes. La del toro que lanzado con toda la potencia de sus 600 kg, alza las dos patas delanteras siguiendo al capote, apoyando todo su peso en la izquierda trasera, cuya pezuña casi pisa la zapatilla del torero. La del capote que vuela al impulso que el torero le ha dado. La tensión interna del torero, firme en el suelo y calculando intuitivamente todas las fuerzas en juego. Su boca torcida en un gesto que lo es a la vez de dominio y de duda,  el estoque empuñado en la mano derecha dándole equilibrio a su figura. Todo eso y mucho más.


En fin, tiempo es ya de terminar esta larga entrada, que quizá podría haber titulado así:

“De cómo en este mundo todo lo que se manifiesta tiene un nexo común, unas raíces éticas y estéticas que proceden del mismo origen”.

Plotino habría añadido que ese origen de la verdad y la belleza es el UNO.

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