Por fin he podido llegarme hasta la mismísima Punta Tilduco, un extremo de roca dura volcánica, a veces de lavas cortantes, en el que la tierra chilota se hunde en el
océano. Quería ir allí para visitar la animita que han construido sus vecinos y
amigos en memoria de Juan Carlos Barría, hermano de mi vecina y amiga la Sra
Marta, que un día de Noviembre del 2012 fue allí, literalmente, tragado por el
océano y murió. Ya he mencionado esta historia pero ahora debo repetirla porque
he estado allí. Tenía Juan Carlos 43 años y era un hombre fuerte y acostumbrado
al trabajo en la costa, como tantos otros chilotes. Había ido solo hasta allí para
recolectar cochayuyo, ese alga de larguísimos tallos negros que crece en las
rocas intermareales y parece cuando la mecen las olas la larga cabellera de la
Pincoya. Es un trabajo arriesgado, similar en muchos aspectos al de los
mariscadores gallegos que cogen el percebe en las rocas de la Costa da Morte,
allá por el cabo Toriñana, en Galicia. Lo echaron de menos sus amigos cuando se
hizo de noche, fueron a buscarlo y no lo encontraron, pasaron toda la madrugada
bajando por aquellos acantilados en una tarea dificilísima, por tal de dar con
él, vivo o muerto. No lo consiguieron. Entonces empezaron a buscarlo por mar,
quiero decir por el fondo del mar, ya que estos chilotes de la costa son casi
todos magníficos buzos y se conocen a la perfección el litoral tanto por encima
como por debajo de la línea de mareas. Finalmente lo encontraron a varios
cientos de metros de la orilla, en el fondo, justo enfrente de la Punta
Tilduco. Algo que a mí me parece imposible, una verdadera hazaña, que
ellos consiguieron sin darle más importancia, con la sola fuerza de sus pulmones.
La animita que recuerda a Juan Carlos Barría, una sencilla cruz blanca plantada en el punto desde el que debió bajar al mar. |
La opinión general es que estando Juan Carlos entre las
rocas cortando los tallos del cochayuyo, una ola más grande que las demás debió
cogerlo por sorpresa y tirarlo al agua. Una vez allí, puesto que las olas
grandes casi nunca vienen solas, sino en grupos de tres o cuatro, las que llegaron detrás
pudieron golpearlo contra las rocas y malherirlo. Imposible saber exactamente lo que pasó. Los
forenses dijeron que no encontraron agua en sus pulmones, por lo que pudo morir
por los golpes o el frío, incapaz de salir del agua, más que ahogado. Dicen sus amigos que sabía nadar bien.
Me impresionó la soledad en que está la animita que lo
recuerda, una sencilla cruz blanca plantada allí, en el mismo borde del océano, muy lejos de cualquier rastro humano.
También su limpieza, así como la de las
flores artificiales, de colores vivos, que la acompañan. Alli estaba,
delante mismo de mis ojos, esa tradición chilota tan espiritual de recordar a los
muertos con una manifestación permanente de cariño, como la animita es. Yo,
solo también allí ante la crucecita, recé un padrenuestro en memoria de Juan
Carlos. Que descanse en paz.
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