martes, 18 de febrero de 2014

Mar cruel

Tomé esta foto en la Punta Tilduco, el día que fuí a
visitar la animita. No había mar de viento, pero en 
la costa de Chiloé abierta al Pacífico hay  siempre
una mar de fondo que rompe con furia contra las
rocas y crea corrientes y remolinos entre los que 
solo son capaces de nadar los lobos, como el que
se ve en la foto.
Por fin he podido llegarme hasta la mismísima Punta Tilduco, un extremo de roca dura volcánica, a veces de lavas cortantes,  en el que la tierra chilota se hunde en el océano. Quería ir allí para visitar la animita que han construido sus vecinos y amigos en memoria de Juan Carlos Barría, hermano de mi vecina y amiga la Sra Marta, que un día de Noviembre del 2012 fue allí, literalmente, tragado por el océano y murió. Ya he mencionado esta historia pero ahora debo repetirla porque he estado allí. Tenía Juan Carlos 43 años y era un hombre fuerte y acostumbrado al trabajo en la costa, como tantos otros chilotes. Había ido solo hasta allí para recolectar cochayuyo, ese alga de larguísimos tallos negros que crece en las rocas intermareales y parece cuando la mecen las olas la larga cabellera de la Pincoya. Es un trabajo arriesgado, similar en muchos aspectos al de los mariscadores gallegos que cogen el percebe en las rocas de la Costa da Morte, allá por el cabo Toriñana, en Galicia. Lo echaron de menos sus amigos cuando se hizo de noche, fueron a buscarlo y no lo encontraron, pasaron toda la madrugada bajando por aquellos acantilados en una tarea dificilísima, por tal de dar con él, vivo o muerto. No lo consiguieron. Entonces empezaron a buscarlo por mar, quiero decir por el fondo del mar, ya que estos chilotes de la costa son casi todos magníficos buzos y se conocen a la perfección el litoral tanto por encima como por debajo de la línea de mareas. Finalmente lo encontraron a varios cientos de metros de la orilla, en el fondo, justo enfrente de la Punta Tilduco. Algo que a mí me parece imposible, una verdadera hazaña, que ellos consiguieron sin darle más importancia, con la sola fuerza de sus pulmones.

La animita que recuerda a Juan Carlos Barría, una sencilla cruz blanca plantada en el punto desde el que debió bajar al mar.

La opinión general es que estando Juan Carlos entre las rocas cortando los tallos del cochayuyo, una ola más grande que las demás debió cogerlo por sorpresa y tirarlo al agua. Una vez allí, puesto que las olas grandes casi nunca vienen solas, sino en grupos de tres o cuatro, las que llegaron detrás pudieron golpearlo contra las rocas y malherirlo. Imposible saber exactamente lo que pasó. Los forenses dijeron que no encontraron agua en sus pulmones, por lo que pudo morir por los golpes o el frío, incapaz de salir del agua, más que ahogado. Dicen sus amigos que sabía nadar bien.


Me impresionó la soledad en que está la animita que lo recuerda, una sencilla cruz blanca plantada allí, en el mismo borde del océano, muy lejos de cualquier rastro humano. También  su limpieza, así como la de las flores artificiales, de colores vivos, que la acompañan. Alli estaba, delante mismo de mis ojos, esa tradición chilota tan espiritual de recordar a los muertos con una manifestación permanente de cariño, como la animita es. Yo, solo también allí ante la crucecita, recé un padrenuestro en memoria de Juan Carlos. Que descanse en paz. 



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