miércoles, 26 de febrero de 2014

Estudiando y protegiendo a las ballenas

Tengo por vecinas y amigas aquí en Duhatao a Elsa Cabrera y Barbara Galletti, fundadoras del Centro de Conservación Cetácea de Chile, una organización no gubernamental dedicada a la protección de las ballenas chilenas, muy en particular la Ballena Franca Austral (Right Whale en el esquema de abajo) y la Ballena Azul (Blue Whale). Ambas especies visitan las costas de Chiloé todos los años. Particularmente la Ballena Azul está presente aquí durante la mayor parte del verano, siendo las concentraciones de Ballena Azul en los extremos NW y SW de Chiloé de las más grandes del mundo.

Se cumplen ahora diez años de que las dos iniciaran sus esfuerzos de protección de las ballenas chilenas, con la fundación de CCC. Siguen realizando con el mismo entusiasmo del principio un trabajo bastante duro: fotoidentificar a las Ballenas Azules durante su presencia frente a Duhatao en verano para hacer una estimación científica del tamaño de la población  que nos visita aquí todos los años. Salen a la mar todos los días que el tiempo lo permite en su pequeño bote, patroneado por José, un pescador de la caleta de Puñihuil que se hace cargo de la navegación mientras que Elsa fotografía a los animales que encuentran y Bárbara anota todos los datos de registro. Los tres, Elsa, Bárbara y José forman un equipo compenetrado en un trabajo de bastante riesgo y gran dureza, como yo pude comprobar ayer gracias a que, al estar Bárbara en Puerto Montt por el varamiento con muerte de una Ballena Azul que tuvo lugar probablemente por la colisión con ella de un gran buque de pasajeros, ocupé su sitio en el pequeño bote acompañando a Elsa y José en un día más de su actividad fotoidentificadora.


Elsa, fotografiada ayer en el bote Alfaguara, insignia de CCC en su actividad cetológica. 

Elsa es profesional de la fotografía y su trabajo consiste en, una vez que José acerca el bote a una ballena emergida, que lo estará por poco tiempo, obtener fotos de aquellas partes del cuerpo (aleta dorsal, cola, cara, más unas que otras en función de la especie de la ballena) que tienen valor identificatorio para un individuo concreto, jugando un rol parecido al de nuestras huellas dactilares.

Hacer buenas fotos identificatorias con un teleobjetivo bastante pesado, en un bote que navega a mucha velocidad para acercarse a la ballena y sin tener otro apoyo que sus pies, pues las dos manos tienen que estar ocupadas con la cámara, es un trabajo bien difícil que Elsa domina.




José es un hombre de mar en toda la extensión de esta noble apelación. Nacido en la isla de Santa María, que cierra el Golfo de Arauco frente a la ciudad de Coronel, emigró a Chiloé cuando tenía 18 años y desde entonces ha sido pescador en la caleta de Puñihuil. 


Poca gente conoce las ballenas como él, capaz de identificar sus soplos a una distancia increíble y con el sexto sentido necesario para buscarlas y encontrarlas allí dónde están.









Hacía días que no se veían ballenas en las costas de Puñihuil y Duahatao y nosotros salimos en el Alfaguara muy temprano por la mañana para buscarlas. Bárbara nos indicó que exploráramos hacia el Sur y eso hicimos. Una vez que dejamos atrás la isla de Metalqui, José empezó a ver krill, esas aglomeraciones de pequeños crustáceos que constituyen el alimento de la Ballena Azul, y nos mostró cómo saltaban minúsculos en la proa del bote. Poco después ya veía José los grandes soplos de las ballenas en el horizonte, algo que yo, por supuesto, no conseguía por más que me estrujara los ojos. Poco después de haber sobrepasado hacia el Sur la desembocadura del río Pescado nos topamos con dos Ballenas Francas, lo que fue todo un acontecimiento por su rareza y a las que Elsa fotografió profusamente, obteniendo todos sus detalles identificativos.

Después seguimos navegando hacia el Sur y cuando estábamos al través de la desembocadura del río Abtao, casi llegando a Huentemó, donde empieza Cucao, fue la locura: soplos por todas partes, cerca y lejos, que delataban a Ballenas Azules que emergían por unos segundos para respirar. A mí estos soplos gigantescos del animal más grande de la Tierra me parecieron al principio algo así como esas trombas marinas que como tornados que son llegan a unir mar y cielo. Luego, ante la profusión de soplos en todas direcciones, tuve la sensación de encontrarme en el seno de una gran batalla naval antigua. Elsa fotografiaba y fotografiaba, José seguía a las ballenas por las manchas delatoras de aguas lisas que aparecen en la superficie del mar como consecuencia de los movimientos de sus enormes colas, colocando al Alfaguara donde tenía que estar cuando las ballenas por fin emergían. En fin, un espectáculo absolutamente fantástico, del que presento a continuación algunas fotos.

La cara de una de las dos Ballenas Francas identificadas. Parece como si el ojo derecho semiemergiera del agua en la izquierda de la foto,  y nos mirara (todo esto se verá mejor picando dos veces en la foto con el ratón), quizá preguntándose qué hacen allí aquellos extraños pigmeos. Pero no es así, Elsa me indica que el ojo está mucho más abajo, metido completamente en el agua. 

La Ballena Franca tiene unas callosidades naturales en la cara sobre las que crecen con el tiempo algunos animales marinos. La disposición de estas manchas blancas es única para cada individuo y tiene valor identificatorio.



El soplo de una Ballena Azul, que puede alcanzar una altura de hasta cuatro o cinco metros.

Se produce cuando la ballena, que ha estado comiendo krill con su tremenda bocaza abierta como la pala enorme de una gigantesca retroexcavadora, la cierra, expulsa el agua a través de las barbas quedándose así con el krill filtrado, y sube a la superficie para respirar. El soplo es el aire ya sin oxígeno expulsado. Inmediatamente a continuación la ballena aspira aire y se sumerge para seguir comiendo.




Lo primero que despierta la admiración ante una Ballena Azul es su enorme masa, su gigantesco volumen.  En el extremo izquierdo se ve la aleta dorsal, que en la Ballena Azul es ridículamente pequeña, un remanente evolutivo sin función actual, o casi.







En el lomo de esta Ballena Azul que ha iniciado los movimientos de inmersión se aprecia claramente el relieve de sus vértebras. José decía que era indicio de delgadez, por mala alimentación o enfermedad.








Tanta era la densidad de Ballenas Azules frente a Abtao que muy frecuentemente iban en parejas. Aquí la ballena de la izquierda está terminando de soplar desde los opérculos (orificios nasales) situados en lo alto de su cabeza, y la de la derecha navega veloz con su aleta dorsal todavía claramente emergida.




En las tres fotos de abajo se muestra una de las piezas con valor identificatorio de las Ballenas Azules. En la zona que rodea a la minúscula aleta dorsal hay pequeñas manchas permanentes que son específicas de cada individuo y permiten identificarlo. Pero hay que actuar con rapidez. La ballena ha soplado y aspirado nuevo aire, muestra su lomo (izqda) y enseguida empieza a arquearse (centro) para sumergirse de nuevo (dcha). A veces al final de esta fase mostrará la cola.  Todo esto dura unos segundos y Elsa tiene que apresurarse para sacar una buena foto, con todo detalle.



La cola, en las raras ocasiones en que, como en la serie de fotos de abajo, emerge completamente, tiene un gran valor identificatorio. Manchas y también cicatrices o muescas únicas para cada individuo en los bordes de la cola (dos picaditas de ratón para verlo algo mejor).  En estas fotos de cola hay que darse todavía más prisa.



Ya por la tarde seguía la fiesta identificatoria de Elsa y José cuando de pronto empezó a levantarse una niebla que fue espesándose. Estos cambios súbitos de las condiciones de navegación son típicos de estas aguas y las hacen peligrosas. El Alfaguara, patroneado por José, se vio obligado a iniciar su vuelta a Puñihuil.

Pasada la isla de Metalqui, la niebla se espesó y perdimos totalmente de vista la costa. Hay que decir que un bote tan pequeño como el Alfaguara solo lleva un GPS manual como instrumento de navegación. Elsa y yo pensamos que un compás ayudaría a José, indicándole el rumbo seguido. Una de las funciones de mi reloj de muñeca es precisamente un compás. Se lo ofrecimos a José como ayuda, pero no lo consideró necesario. Nos dijo que podía conocer el rumbo del bote viendo el ángulo que formaba con la mar de fondo, que había venido todo el día del WSW, y no iba a cambiar en unas horas, siendo además este WSW la dirección casi permanente de las mares de fondo de aquí.

Toda una lección de marinería, una de las muchas que José, desde su extrema sencillez, muestra continuamente sin presumir de nada.


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Para terminar esta entrada me gustaría ampliar algo la presentación que he hecho de Bárbara, Elsa y su CCC. 

Hace diez años decidieron que había que hacer algo para prevenir la destrucción de la naturaleza por los humanos y se pusieron en marcha. Lo que más admiro de ellas es que, siendo radicales por lúcidas en sus planteamientos, viendo con claridad lo catastrófico de la situación hacia la que se encamina el mundo, no son radicales ni catastrofistas en su praxis. Muy al contrario, creen en la gente, en la capacidad que tienen los humanos de corregir sus rumbos y actuar de forma más justa y generosa con respecto al futuro.  En los diez años que llevan en Chiloé han ayudado muy certera y eficazmente a la gente de la caleta de Puñihuil a gestionar de forma sostenible y respetuosa con la naturaleza un negocio turístico que progresa brillantemente, siendo hoy la Pingüinera de Puñihuil uno de los atractivos turísticos más visitados de Chiloé. Elsa me lo decía con claridad: muchos proyectos de transformación o de conservación de los ecosistemas fracasan porque sus promotores son demasiado impacientes; se colocan delante de la gente a la que quieren liderar, corren y corren sin mirar hacia atrás, hasta que sin darse cuenta se quedan solos. Si una mejora de la sostenibilidad o la conservación de la naturaleza tiene que tardar diez años, porque su entorno antropológico no está preparado para asumirlo en menos tiempo, es una locura proponerse hacerlo en cinco. Hay que acompañar a la gente, confiar en los humanos, en su capacidad de rectificar y arriesgar. Eso sí, sin renunciar jamás a los propósitos, manteniendo una guardia, una tensión, a la vez amable y constante.

Confianza, pues, en el más racional, también el más animal, de los animales: el hombre.

Aunque quizá, más que confianza, fe en su capacidad de cambiar para mejor. Optimismo a la vez insistente y confiado.

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