Cuando nos movemos en el
mundo de los sentimientos y las motivaciones lo encontramos poblado de fantasmas.
No sabemos si lo que creemos estar viendo tiene una base real o es producto de
nuestras fantasías. Continuamente en la vida estamos autoengañándonos para satisfacer
ilusiones que querrían convertirse en realidades o generar el valor necesario
para acometer algo difícil. Y estos autoengaños implican riesgos, pueden
conducir a errores o resultar en lamentables pérdidas de tiempo.
Don Quijote necesita la
sensatez de un Sancho con los pies bien pegados a la tierra.
Sí, pero a la vez ¿qué sería de Sancho sin Don
Quijote?
El quijotesco empecinarse
en ver de dentro afuera, desde nuestra mente hacia el mundo, creando cosas que
no existen, es la fuente de nuestras debilidades pero también de nuestras
mejores fortalezas. Es lo que nos hace soñar, salirnos de nuestra siempre
mediocre objetividad, despreciar ese mundo exterior mucho más gris que todo lo
que, con infinitos colores, puede contener nuestro cerebro. Lo que nos permite
evadirnos de nosotros mismos, volar por el cielo como Peter Pan y, con suerte, hasta
llegar a ver un ángel.
Dicen que el que una
vez ha visto un ángel ya nunca volverá a ser lo que fue. Unos piensan, los
Sanchos, que porque ha enloquecido. Otros, los Quijotes, que lo que ha
conseguido es la cordura más honda, esa que le permite mirar más allá de las
paredes de lo establecido.
Posiblemente tanto unos
como otros tienen razón. A medias, claro, a medias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario