viernes, 14 de febrero de 2014

Locura

Cuando nos movemos en el mundo de los sentimientos y las motivaciones lo encontramos poblado de fantasmas. No sabemos si lo que creemos estar viendo tiene una base real o es producto de nuestras fantasías. Continuamente en la vida estamos autoengañándonos para satisfacer ilusiones que querrían convertirse en realidades o generar el valor necesario para acometer algo difícil. Y estos autoengaños implican riesgos, pueden conducir a errores o resultar en lamentables pérdidas de tiempo.

Don Quijote necesita la sensatez de un Sancho con los pies bien pegados a la tierra.

 Sí, pero a la vez ¿qué sería de Sancho sin Don Quijote?

El quijotesco empecinarse en ver de dentro afuera, desde nuestra mente hacia el mundo, creando cosas que no existen, es la fuente de nuestras debilidades pero también de nuestras mejores fortalezas. Es lo que nos hace soñar, salirnos de nuestra siempre mediocre objetividad, despreciar ese mundo exterior mucho más gris que todo lo que, con infinitos colores, puede contener nuestro cerebro. Lo que nos permite evadirnos de nosotros mismos, volar por el cielo como Peter Pan y, con suerte, hasta llegar a ver un ángel.

Dicen que el que una vez ha visto un ángel ya nunca volverá a ser lo que fue. Unos piensan, los Sanchos, que porque ha enloquecido. Otros, los Quijotes, que lo que ha conseguido es la cordura más honda, esa que le permite mirar más allá de las paredes de lo establecido.


Posiblemente tanto unos como otros tienen razón. A medias, claro, a medias.

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