Ahora en tu cabaña en Duhatao, lejos de otros humanos,
rodeado (casi me atrevería a decir que cercado) por la naturaleza en todas sus
dimensiones sensoriales… sigues siendo, por más que te empeñes en lo contrario,
un urbanita, un humano que ha venido hasta aquí procedente de la ciudad y que,
queriéndolo o no, trae lo ciudadano, lo civilizado, hasta estas soledades.
¿Soledades?, cuando te expresas así estás poniendo de
manifiesto tu vicio congénito, tu condición de Homo sapiens urbanus. Mucho más solo estás en la ciudad, aquí te
rodea un sinnúmero de seres vivos, animales y plantas que lo quieras o no
interaccionan contigo. Y en esta interacción tú tomas decisiones que pueden ser
lesivas para ellos, intentas imponer tus criterios y eso hace que a veces,
admirador de la naturaleza como eres, te remuerda la conciencia.
Por ejemplo: has desbrozado los alrededores de tu cabaña de
quilas que lo invadían todo, impidiendo crecer a muchos árboles. Has construido
una pequeña presa en una vaguada para hacer un estanque. Has raleado de quilas
el bosque cercano para que lumas, melíes, ulmos y canelos puedan crecer mejor. Has
abierto varios senderos por los que no solo vas a circular tú, también podrán
hacerlo los perros predadores, alcanzando con más facilidad a sus víctimas, los
inocentes y bellos pudúes. Con todo esto has intervenido en el orden natural
sin atenerte a las consecuencias.
¿El orden natural? Quizá sea más atinado hablar del natural
desorden que te rodea. La naturaleza está en una continua lucha darwiniana por
la supervivencia. El bosque chilote, más todavía el renoval o bosque joven, es
el escenario de una pelea inacabable por la luz. Cuando ese bosque no está todavía
consolidado, las quilas dominan el espacio vital, lo consolidan para ellas, lo
hacen suyo e impiden el crecimiento de los árboles, convirtiéndolo todo en un
inmenso quilal. Los senderos por los que podrían pasar los perros también los
usan los pudúes para alcanzar los pastos que tú has creado cuando has extirpado
los quilales y para huir de los perros. Etcétera. Todo lo que hagas aquí tú,
que te reconoces como admirador y amante de la naturaleza, tiene su pro y su
contra. Puro Heráclito.
Esto quiere decir que tú, con tus acciones, te has
convertido ya, lo quieras o no, en una parte de esa naturaleza que te rodea, en
un miembro más de ese ecosistema. ¿Qué aportas? El factor humano, le añades a
la naturaleza todo el poder de lo humano. Por eso, ¡ten mucho cuidado con lo
que haces!
Tienes que preguntarte por lo que pretendes conseguir con
tus acciones. Como humano que eres puedes aportarle a la naturaleza que te
rodea dos cosas bien distintas: civilización o cultura. Ahora interpretaré
estos dos conceptos a mi manera, una entre las muchas acepciones que pueden
tener, complejos y amplios como son. Por civilización entiendo lo más
directamente etimológico: acción civilizadora, acción para que esa naturaleza
se convierta en un espacio donde lo humano puede desarrollarse, defender sus
intereses y finalmente dominar. Yo civilizo a la naturaleza que me rodea cuando
construyo mi cabaña, abro caminos para llegar hasta ella con mi camioneta,
traigo el agua potable hasta mi casa desde una vertiente cercana, tiendo una
red eléctrica para que puedan funcionar las máquinas que me dan confort y
seguridad, construyo o restauro cercas para defender mi propiedad de visitantes
indeseables, todo esto. Y traigo cultura a la naturaleza cuando intervengo con
acciones que solo van buscando la belleza.
¿Buscando la belleza? Eso suena cursi y además no hay quien
lo entienda. Explícate mejor.
Buscando la belleza, sí, según la definió Plotino, la primera
forma de belleza pero también la segunda, me atrevería a decir que sobre todo
la segunda. Pero antes de explicarme más a fondo, introduciré algunos ejemplos
gráficos de lo que quiero decir.
Cabaña del Pescador, Castro, Chiloé |
Estas dos imágenes lo son de la Cabaña del Pescador, situada
en una propiedad cercana a Castro, en la ruta 5 hacia Chonchi. La cabaña es
sencilla pero muy bella, se asienta en un bosque-jardín que sin embargo es ya
naturaleza, lleno de animales salvajes y de aves innumerables
que no paran de cantarle a la vida. Pero hay una transición entre la cabaña y
el bosque absolutamente cultural, la que permite que ambos se integren en una
misma cosa armoniosa. Y es la jardinería sutil que rodea a la cabaña. El chilco
que se ve en la primera foto es cultivado, plantado allí expresamente y cuidado
y podado con el mimo de un buen jardinero. Los helechos y la planta de hojas grandes, blancas y carnosas también forman
parte del estrecho jardincito que rodea a la cabaña. Este jardincito es una
frontera entre lo cultural del aposento humano y lo natural del bosque, pero a la vez una interfase, una zona
de encuentro. Aquí está el secreto.
Aquí hay también una transición entre mi cabaña y los
quilales y bosquecillos salvajes que la rodean. Lo que se ve en la foto es el
resultado de haber extirpado las quilas que llegaban casi hasta la casa,
liberando así a los pello-pellos, canelos y lumas de su estrangulación, así
como de haber trasplantado ciruelillos salvajes de otros bosquecillos hasta aquí. El
paisaje de transición entre la cabaña y su entorno se está reconstruyendo
culturalmente. Queda mucho por hacer, pero la interfase ya existe y es bella.
La vertiente que alimenta de agua potable a mi cabaña
confluía en una vaguada, a través de la cual seguía corriendo hacia el mar
cercano. Yo he represado esta vaguada, convirtiéndola en un estanque y creando
así un pequeño ecosistema nuevo que espero se llene de belleza: crecerán los
helechos y los chilcos en sus bordes todavía crudos, libarán los picaflores las flores de estos últimos, poblarán sus aguas
batracios que cantarán desde ellas en las noches de verano, vendrán a beber los
pudúes, los sobrevolarán también las golondrinas en vuelos rasantes para
aplacar su sed… todo eso y mucho más. También he construido el estanque con
otra ambición cultural, algo así como un homenaje a la Fiura, la desgraciada
mujer del Trauco, un pequeño templo para ella y con ella para toda la mitología
chilota. Porque dicen que la morada de la Fiura está siempre cercana a las
aguas que corren, y mi estanque no deja de hacerlo, su tasa de renovación es muy alta.
He raleado (eliminado) las manchas de quila del bosquecillo
(renoval) que se levanta detrás de mi cabaña, al lado opuesto al del mar. Enseguida
los canelos y las lumas que abundan allí se han puesto a crecer salvajemente,
aprovechando la oportunidad que estaban esperando.
Entre el viejo bosque de olivillos (arboles estandarte,
resistentes al viento y a la sal marina) que se enfrenta al mar,
mis amigos
chilotes han abierto un sendero que lleva hasta la playa del Elefante, con
barandillas para que los viejos o los caminantes solitarios no se caigan y así
se pierdan.
He construido miradores en algunos sitios difícilmente
accesibles para poder contemplar desde ellos, en toda su hondura, la belleza de
esta costa tan brava.
Y mis vecinos tiuques se pasean por el barandal de mi terraza
con la misma tranquilidad y frescura que si fuera el pasillo de su casa. No me
temen, sino que me acompañan.
Este es finalmente el problema: conseguir un encuentro armonioso entre naturaleza y cultura/civilización en una cabaña en Duhatao, costa NW de Chiloé.
Llego así al final de esta quizá demasiado larga entrada.
Busco introducir en Duhatao la civilización suficiente para llevar una vida
tranquila y la cultura que justifique mi presencia allí como visitante humano.
Cultura que me permita contemplar la primera belleza de Plotino, la de las
formas innumerables y armoniosas, la de todo el esplendor sensorial de la
naturaleza. Pero que también me inspire y me estimule para contribuir a
potenciar allí, en ese rincón de Duhatao, la segunda belleza de Plotino, la que
asombra por la dirección tan decidida que lleva hacia la verdad, la bondad y la
justicia. Una belleza ésta segunda que extraiga del paisaje o del ecosistema
todas sus potencialidades dirigidas hacia la minimización del sufrimiento, así como resulte en la
culminación como hechos consumados de todas las reservas de armonía y gracia
que ese paisaje esconde.
¡Diablos!, este final quizá me haya salido demasiado almibarado,
pero no encuentro otra manera mejor de expresar lo que seriamente y con plena
conciencia de lo que estoy diciendo, quiero decir.
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