Esta imagen satélite de Chiloé, tomada de Wikipedia,
recoge muy bien la realidad geográfica de la Isla Grande
y el archipiélago aunque falten algunas de las islas
más alejadas.
Se ven muy bien las zonas desforestadas, los bosques,
las grandes playas arenosas como Mar Brava o Cucao,
las zonas urbanas. Puede descargarse en todo su tamaño
(5,2 MB), de la referencia remarcada en azul.
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Me preocupa Chiloé. He llegado aquí por
última vez, después de más de seis años de enamoramiento con ella, hace ahora
justo un mes. La he encontrado tan bella como siempre, tan ensimismada también
en esa belleza suya, lejana, aislada entre mares, desprevenida de los
movimientos que están haciendo los que, consciente o inconscientemente, son sus
enemigos y la amenazan.
No vengo aquí de redentor, ni con
un paternalismo displicente y entrometido. Vengo con unas cuantas cicatrices
que me han hecho en mi tierra, España y Europa, donde ya he visto las
consecuencias que puede tener este falso progreso que invade el planeta y que
ha desplazado y tergiversado a aquel Progreso que nació con la Ilustración y
que aspiraba a cambiar para bien al mundo. Vengo con todo mi respeto y cariño
para Chiloé y para Chile, con mi agradecimiento también por la generosidad con
que siempre me han acogido.
He comprobado que esta angustia
mía por el futuro de Chiloé la tienen aquí los más jóvenes, también muchos de
los mayores, pero entre estos los sentimientos y las opiniones están más
divididos y sobre todo, consecuencia inevitable de la edad, hay más resignación
ante lo que se ve caer sobre Chiloé con la inevitabilidad con la que cae un
meteorito destructor. Los jóvenes, más exigentes, se rebelan
porque ven que les están quitando un mundo entrañable que por derecho y ley de
vida debería ser de ellos. También porque los jóvenes de hoy son más maduros
que nunca lo fueron y las ven venir, quizá porque el sistema mundial de dominio
los rechaza, no les deja sitio para construir ese futuro que, lo repito, es legítimamente
de ellos y nada más que de ellos.
¿Dramatizo? No lo creo. Chiloé,
para los que han llegado de fuera como yo, es única y preciosa, irreemplazable
por nada de lo que pueda traer ese progreso que llega anunciándose con el mismo
ruido y la fuerza con la que el ejército persa llegaba a las puertas de Atenas
en los tiempos de la Grecia clásica. ¡El progreso! El concepto, también la
esperanza, más devaluado y traicionado que ha conocido el mundo en los últimos
siglos. Chiloé es un tesoro frente a ese falso progreso, preciosa pero frágil
como una copa de cristal de Bohemia, que necesita gente que la defienda ante
unos invasores que la invaden sin escrúpulos, que llegan dispuestos a todo, muy peligrosos
porque además no se dan cuenta de la amenaza tan mortal que representan. Ellos,
los del progreso, están en otras cosas, por eso se creen inocentes. Están en
sus crecimientos, sus rentabilidades, sus creaciones de riqueza, mirando hacia
los bosques, las playas, los animales y los hombres de Chiloé desde lo alto de
sus gigantescos bulldozers mentales, como si lo que tuvieran por delante fueran
simplemente recursos y como tales siempre, siempre, siempre, inagotables,
exprimibles hasta el infinito.
A las pruebas me remito. Están
pasando cosas que anuncian tiempos de destrucción. En Castro se ha construido
un Mall de dimensiones gigantescas para una ciudad pequeña, saltándose por las
buenas las ordenanzas municipales y las leyes, que luego todo se arregla
pagando una multa o dando dos pasitos atrás después de haber dado cincuenta
adelante. Este Mall destrozará el tráfico y la tranquilidad de Castro, no
traerá la música del progreso, sino sus berridos, y acabará además con un
pequeño comercio que es uno de los pilares de esta ciudad. En Ancud se insiste
en obtener un permiso para la construcción de un parque eólico en la playa de
Mar Brava, uno de los lugares, junto con el golfo de Quetalmahue que le da
entrada desde Ancud, más prístinos y bellos de Chiloé y por tanto de Chile. Y
esta insistencia, después de un primer fracaso ante los tribunales, procede de
estrictos criterios de rentabilidad, es más barato plantar los gigantescos
molinos de viento en una playa cercana al mar que en sitios de acceso más
costoso, eso es todo. Pero se compromete así irreversiblemente, pues la vida
media de un parque eólico es de más de treinta años, el desarrollo de los
recursos turísticos de Ancud, quizá a largo plazo la riqueza más importante que
esta bellísima región tiene.
Finalmente está el puente sobre
el canal de Chacao, todavía un proyecto pero con muchos visos de ser puesto en marcha. Cada día se ve más claro que este puente no se hace para
beneficio de Chiloé y los chilotes. A estos el puente, con sus autopistas
auxiliares y sus peajes, les encarecerá su salida de Chiloé hacia el
continente. A Chiloé le abrirá un agujero en su muralla para que entren y
salgan con toda su potencia los que solo quieren de ellas sus recursos, sus
bosques, su bordemar, hasta su viento querrán llevarse convertido en
electricidad.
Yo no creo que las autoridades
chilenas y chilotas sean activamente responsables de lo que está pasando. Pero
sí pueden serlo por omisión. Chiloé necesita que la defiendan. Necesita un planeamiento
a largo plazo que vea a Chiloé no como un recurso, sino como una cultura, y no
como algo disponible para el primero que llegue, sino como algo propio, antes
que de nadie, de sus habitantes. Un planeamiento que determine con claridad qué
puede hacerse, dónde, cuándo y cómo, en beneficio siempre, antes que de ninguna
otra cosa, del futuro de Chiloé y su gente. Necesita también el desarrollo de
leyes que la protejan. La figura del plebiscito popular como paso obligado para
la implantación de grandes obras públicas que cambien la configuración del
territorio. La participación de los municipios de Chiloé en los beneficios que
reporten estas obras públicas o los de grandes empresas que lleguen aquí para
explotar los recursos de las islas. La prohibición de adquirir cantidades
excesivamente grandes de tierras, bosques u otros recursos de Chiloé por
compradores foráneos. Todas estas herramientas, que no son en definitiva sino los
instrumentos de una gestión democrática de una isla como Chiloé y sus recursos,
ya se aplican en otros lugares del mundo, como la isla del Príncipe Eduardo en
Canadá o las islas Shetland en Escocia.
Conviene estudiar los resultados de estas experiencias.
Resumiendo para acabar, Chiloé
necesita que se proteja su condición natural, histórica, cultural y humana,
dándole a todo esto prioridad sobre la simple y ciega explotación de sus
recursos. Chiloé es para Chile un tesoro que tiene que defender. Lo que Chile
necesita sobre todo de Chiloé es su belleza para disfrutarla, su tranquilidad
para cargar las pilas en medio de una vida ajetreada, su paz para sumergirse
uno en ella y descubrirse a sí mismo, su imaginación, su fantasía mitológica,
para soñar despierto, que es quizá la forma más profunda y completa de
descanso. Y si no se cree que todo esto es lo más importante que Chiloé puede
aportarle a Chile, que se lo pregunten no a los chilotes, sino a los chilenos,
y en particular a los que viven en Santiago.
En cuanto a los chilotes, no he
conocido ni uno solo que no esté orgulloso de serlo y de sus islas. Así, como
han venido siendo, progresando pero desde dentro, sin necesidad de que vengan a
cambiarla, que desgraciadamente es sobre todo a explotarla, desde fuera.
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